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  • El parte meteorológico envuelto en un sobre es lo primero que recibe el huésped al despertar. Otros detalles personalizados le esperan luego por todas las dependencias del hotel, un convento de monjas erigido en 1732 dentro del casco monumental de Altafulla, con vistas al amplio litoral tarraconense. Cuestión de detalles, sí. Pero también de estilo, que es como se promueve el turismo con encanto cuando la imaginación salta por encima de los cánones y las vanidades históricas. Gran Claustre se acuesta a los pies de la fortaleza medieval, sobre el inquietante pasaje de Santa Teresa tunelado entre el antiguo caserón y el patio conventual, hoy reconvertido en un solárium con piscina de corte minimalista: suelo listado de teca, alineamientos de velas, hamacas metálicas, corredores geométricos y una palmera admirable en todo su esplendor desde la doble logia. Junto a la entrada se conserva el viejo pozo que guardaba los acopios indispensables para el monacato y en cuyo fondo de cantos rodados se proyectan ahora imágenes del hotel. El visitante puede detenerse sobre la loseta de vidrio laminado que lo protege y escoger sobre la marcha el dormitorio de su predilección, identificado en cada diapositiva con el color de las paredes que lo decoran: Carbón Canela, Caldera Templado, Acero Dulce, Azul Prusia, Berenjena, Laca China, Ladrillo Rojo, Ocre Campo, Tierra África... En total, 20 habitaciones pequeñas, pero amuebladas con estilo, en las que no faltan butacones de diseño, pantallas LCD de televisión y un retablo abstracto pegado al muro. El baño cuenta con cabina de ducha multichorros en lugar de bañera. Entre todas las habitaciones destacan la suite Piedras, con jacuzzi privado; las muy amplias Caramelo, Rojo Pasión y Naranjas, abierta esta última a la piscina; y la más común Blanco y Negro, que ofrece vistas al mar a través de tres arquillos en línea. En otro edificio independiente, al otro lado de la calle, está previsto para el año que viene el acondicionamiento de 30 nuevas habitaciones de sesgo aún más innovador y lujoso. En los sótanos del convento, el restaurante Bruixes de Burriac pretende ascender a los cielos con deconstrucciones y espumas inspiradas -o directamente heredadas- de la cocina de Ferran Adrià. Es una opción coherente con el estilo del hotel.
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  • GRAN CLAUSTRE, un convento rehabilitado en la costa de Tarragona
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  • Color acero dulce en la pared
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