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Desde su atalaya en el pueblecito de Orient, la familia Colom Pizá añade conciencia ecológica al auge de los agroturismos en Mallorca tras la reciente inauguración de un hotel rural en una finca suya de 150 hectáreas dedicada al cultivo de cerezos, manzanos y olivos, cuya huerta abastece también la cocina. Un programa de excursiones a pie por la montaña, recolección de setas en otoño y agradables paseos en bicicleta suple, junto a la tranquilidad que ofrece el pueblo, la relativa lejanía del mar.
Elegante y luminosa, la possessió anticipa desde la carretera el perfume arquitectónico de las fincas mallorquinas del siglo XIV. Piedra, madera y cal. Y un jardín acharolado de hierba. En el interior, ocho habitaciones seducen por su pulcritud y sus guiños de modernidad a la clientela (como el Internet por ADSL). Las dobles superiores, especialmente la número 3, se abren al valle a través de una terraza amplia, pero decepcionan por su ornamentación de láminas enmarcadas y muebles pasados de moda. La climatización tampoco funciona como cabría esperar. Y la ducha suele inundar el suelo del cuarto de baño. Al contrario, la tafona se conserva tal cual, articulada como salón de billar y distribuidor de zonas comunes. En el altillo que conduce a la suite principal brillan los anaqueles de una biblioteca, mimada por la propiedad casi tanto como el salón de lectura que acompaña al edículo de la recepción, ciertamente original.
El comedor destila un ambiente culto y sereno, tamizado por una suave iluminación y decorado gracias al antiguo ajuar de la familia. No se entiende, en estas condiciones, que el desayuno sea tan parco ni que la carta figure escrita sólo en alemán. Tampoco que el bufé resulte tan convencional. Por detalles, sólo satisface el zumo de naranjas recién exprimidas.
Son Palou conquista sobre todo a través del silencio. Y de ese aire puro que se descuelga cada día por las laderas de la Tramuntana.
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