PropertyValue
opmopviajero:IPTCMediaType
  • text
opmopviajero:IPTCMimeType
  • text
opmo:account
opmo:content
  • Cuando Aníbal cruzó los Alpes camino de Roma sus tropas no sólo iban a lomos de elefante. Seguramente la comitiva incluía también asturcones, caballos originarios de la Cordillera Cantábrica que estaban mejor preparados que ningún otro para resistir las larguísimas jornadas a través de las montañas nevadas y sin apenas forraje. Y es que las guerras que los astures sostuvieron contra los romanos durante el siglo I antes de Cristo hicieron famosos y cotizadísimos en todo el Imperio estos caballitos panzones de escasa alzada, patas fuertes, color negro profundo, crines prehistóricas y una estrella en la frente que es señal inconfundible de pureza de sangre. Podemos encontrarlos en la Historia natural de Plinio y en la Eneida de Virgilio, donde se canta "al hermosísimo astur, lleno de confianza en su caballo y en sus armas de varios colores"; Horacio cuenta cómo los indomables astures y cántabros los sacrificaban para beber ritualmente su sangre y hacerse con su fortaleza y su resistencia, y en la zona se han hallado testimonios arqueológicos de équidos domesticados que se remontan al siglo VII antes de Cristo. Entraron en combate durante toda la Edad Media, de la batalla de Covadonga a la toma de Granada, y en el siglo XVI hubo ejemplares embarcados en las flotas colonizadoras enviadas al Nuevo Mundo y en los navíos de aquella armada supuestamente invencible que luego no fue para tanto. Sin embargo, a partir del XVII comienza la decadencia y el mestizaje de la raza. Durante los pasados años cuarenta acabó por extinguirse la otra variedad criada por los astures, aquellos thieldones que también mencionó Plinio: sólo queda de ellos su fama de esbeltez y finura y algunas fotografías borrosas. Los asturcones llevaban el mismo camino: cuando a finales de los setenta Miguel Ángel García Dory y otros pioneros de la ecología dieron la voz de alarma apenas quedaban en los últimos refugios de la cordillera del Sueve unos 80 ejemplares puros. Pero esta vez la historia de una especie en peligro parece tener un final feliz. Los asturcones, desde entonces, se han convertido en verdadero emblema y seña de identidad del Principado. Y se despejan las dudas acerca de la viabilidad y la conservación de la raza gracias al aumento de ejemplares criados en práctica libertad en las montañas de esa pequeña sierra del Sueve, una estribación de los Picos de Europa que se alza entre el mar Cantábrico y el valle del Sella. El paso del verano al otoño es tal vez la mejor época para acercarse a los picachos irreductibles de los astures y ver a los caballos. Punto de partida. La villa de Arriondas es probablemente el mejor lugar para iniciar las numerosas rutas que ascienden a la mole de unas montañas que ya asoman por detrás de sus tejados. Cuenta Cela en Del Miño al Bidasoa que en 1952 era ya "un pueblo rico e importante, con casas buenas y chalets magníficos, en el que el paisaje vuelve a las altas y escarpadas montañas y a los hondos y angostos desfiladeros". Conserva, restauradas, muchas de esas casas buenas (alguna, como la Casona del Sella, convertida en hotel, recuerda aún el refinamiento dulce y provinciano de la vida de los indianos enriquecidos en América), y se está haciendo, además, un hueco en el mapa gastronómico español: al menos tres casas de comidas del concejo han lucido estrellas en la Guía Michelin. En coche. Desde Arriondas se pueden elegir varias formas de ir en busca del caballo indomable: los que no sean muy andarines y tengan ganas de seguir ruta hacia las playas de Colunga cogerán la carretera que une el pueblo con la costa y dejarán el coche a la altura del soberbio mirador de El Fitu, que permite abarcar de un solo golpe de ojo la nieve de los Picos de Europa al sur y al norte. No es difícil, a poco que se dé un paseíto, encontrarse con algún grupo de yeguas y potros a pie de carretera, y hasta los más comodones volverán al coche con la conciencia tranquila. La ruta desde Cofiño. Otra posibilidad que permite acercarse más al corazón del Sueve y comprender mejor las tradiciones de la cría del asturcón es subir en coche a la bonita aldea de Cofiño, a seis kilómetros escasos de Arriondas. Desde allí, una caleya bien señalizada lleva sin demasiado trabajo hasta la majada del Bustacu, un verdadero compendio de todo lo que dan de sí estas montañas: los pastos de verano cuajados de manzanilla y quitameriendas; las vistas en caída libre del mar Cantábrico cerrando el horizonte; las fuentes, abrevaderos y cabañas de los pastores. En cualquier época del año el encuentro con pequeños rebaños está asegurado, y a él se añade el placer espurio de toparse con las manadas de gamos introducidos artificialmente (y por razones inescrutables) en 1960 por el extinto Icona. En invierno, la visión de los caballos, con sus largas crines de abrigo, abriéndose paso en la nieve impresionan. Los más aguerridos pueden, desde el Bustacu, acometer la no muy difícil ascensión al pico Pienzu, que corona el Sueve con 1.161 metros. La cumbre la afean varias casetas y antenas-repetidor, todo hay que decirlo, pero el panorama quita el aliento: al norte, una inmensa porción de costa con el puerto de Lastres, las playas y acantilados que van de Villaviciosa a Llanes; al sur, los valles interiores del Sella y el Piloña, sus pueblecitos blancos y los montes que ascienden hasta el Auseva (tras el que se oculta Covadonga) y las grandes alturas del macizo oriental del parque nacional de los Picos de Europa. La Fiesta del Asturcón. A otra de las majadas más hermosas del Sueve, la de Espineres, se sube a pie y con más esfuerzo por una senda entre prados y castañedos, después de dejar el coche en el alto de la Llama, cerca del pueblecito de Borines. Trepando por la falda del pico Maladín llegamos a una zona de pastos verdaderamente idílica, con sus bosquetes de espinos albares, sus cabañas desperdigadas y sus fuentes. En Espineres era tradicional juntar, a finales de agosto, las yeguas y los potros nuevos del año para proceder a su marcaje y adjudicación entre los pastores. Con el paso del tiempo, la tradición se ha institucionalizado hasta convertirse en la Fiesta del Asturcón, que congrega un verdadero gentío y ha sido declarada de interés turístico y todo. Merece la pena acercarse para contemplar cómo los rebaños son conducidos a todo galope por los pastores hasta los pescaderus o cercados de piedra donde, mediante pértigas y lazo, van siendo separados y marcados los potros nuevos, que se resisten con todas sus fuerzas: hacen justicia, no faltaba más, a un pedigrí de más de dos mil años.
sioc:created_at
  • 20041023
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1321
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 14
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20041023elpviavje_10/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
dcterms:rightsHolder
  • Diario El País S.L.
opmopviajero:subtitle
  • Tres rutas por la cordillera del Sueve en busca de los asturcones
sioc:title
  • Leyendas del caballo indomable
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all