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  • Caminar por la sierra de Guadarrama es caminar por una memoria compleja, ya que en sus parajes se superponen los recuerdos formando un palimpsesto mineral. La caminata arranca del puerto de Navacerrada, punto de inflexión entre la sierra rica y la sierra pobre y hormiguero del excursionismo madrileño, con la mira puesta en el pueblo de Rascafría. Como primer obstáculo se alzan las empinadas rampas de la Bola del Mundo, donde se construyó el primer repetidor de televisión en España y que más parece un centro espacial, pero de la época en que Tintín viajaba a la Luna. Desde la cumbre se disfruta de una magnífica vista frontal de Peñalara y, a la derecha, de la Cuerda Larga, con el imponente Cabeza de Hierro. La Maliciosa culebrea más al sur, quedando a la espalda Siete Picos y la Mujer Muerta, que desde aquí no parece ni mujer ni muerta, sino piedras. Por el ondulado camino del Noruego se llega al pie del Peñalara u ónfalos del macizo. Sus laderas se hallan muy degradadas, y las están restaurando a base de impedir que los excursionistas se salgan de un camino que en su inicio parece una autopista. La ascensión resulta más sencilla que preguntarse por el nombre de un pico que ha causado estragos entre los etimologistas. El más febril lo descompuso en Peña del Ara y estuvo buscando algo parecido a un altar forzando los peñascos amontonados por los derrumbes. De la mano de Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza nació en Peñalara a mediados del siglo XIX el interés ilustrado por la montaña. Giner organizaba excursiones educativas con sus alumnos, y será uno de ellos, Constancio Bernal de Quirós, quien cree la sociedad Peñalara y la revista que lleva su nombre, alumbrando el guadarramismo propiamente dicho. El espacio libre La tinta que se ha derramado sobre Peñalara podría llenar la laguna del mismo nombre, citada por Gautier, Moratín y Baroja. Con todo, el caminante pecaría de ingrato si no recordase la subida realizada por el propio Quirós: "Los últimos pasos, ante el espectáculo de ruina y desastre de la montaña formidable, llenan el alma de un terror sagrado... Por fin se pisa la cumbre, y un aire impetuoso que encuentra, al cabo, el espacio libre, viene a sacudir en una embestida loca". La arista cimera se va afilando conforme se progresa hacia el pico Claveles y se abre a dos abismos de venenosa roca verde. Hacia el oeste, los sienas y ocres de los campos de Castilla la Vieja corren amplios y llanos a meterse debajo del horizonte como se meten las cartas por debajo de la puerta. La experiencia aérea concluye en el puerto del Nevero, que toma su nombre de un manchurrón de nieve que se burla de los veranos. Desde allí arranca el interminable camino hacia el puerto del Reventón. La compañía de las vacas, con su cortejo de moscas y tábanos, desaparece conforme avanza el otoño, volviendo más solas estas soledades. Se avanza siguiendo una leve senda entre matorrales. A la derecha, el valle del Lozoya y los flancos de la sierra de la Morcuera estallan en rojos y amarillos contra la imperturbabilidad del pinar que recubre los faldones del cordal. Un lejano pluviómetro señala el punto de donde parte el camino a Rascafría, lugar de pernocta y fin de la etapa. Más que camino es una pista polvorienta e inacabable que se transmuta en senda al meterse en un tupido bosque de robles carrascos que produce claustrofobia, puesto que no deja ver la que ya se adivina inminente meta. La iglesia de Rascafría contiene una Magdalena de sensualidad turbadora procedente del Paular desamortizado. La siguiente jornada arranca del Reventón después de remontar los 900 metros de desnivel que se perdieron la víspera. No resultará extraño encontrarse con buscadores de boletos merodeando por el robledal. Luego, en los rasos cimeros, acaso sople el viento o se desmenuce la llovizna. Un poco más allá del Reventón hay un acumulamiento de búnkeres de la Guerra Civil que no son de hormigón, sino de piedra berroqueña, como las chozas de los pastores. La guerra de trincheras duró aquí hasta el fin de la contienda, por eso muchos son los que subieron de la capital a luchar o a sostener a los que luchaban. Lo hizo Miguel Hernández, que dedicó un poema a una heroína serrana, la dinamitera de Buitrago. También leyeron versos en la sierra Rafael Alberti y Luis Cernuda: "Y veo los muertos bruscos / caer sobre la hierba calcinada, / mientras el cuerpo mío / sufre y lucha con unos enfrente de esos otros". Las piedras defensivas guardan recuerdo asimismo de muchos soldados anónimos mientras se estiran por los tirantes de la cuerda cristalizándose en rocas que son ya paisaje. Por lo demás, están estas soledades tan solas que a veces, como en el puerto de la Felecha, ni hay camino. Bajadas y subidas tremendas se suceden como una gigantesca broma. En el puerto de Malangosto, un monolito afirma que, según el Libro de buen amor, por allí pasó el Arcipreste de Hita, cuando es más verdad que el arcipreste sólo se vale de la sierra para mostrar los escarceos eróticos de las serranas. Más arriba se abre una paramera pedregosa y malva que preludia las rampas del pico del Nevero, al que se asciende junto a una cicatriz bélica. Los montes lejanos están azules, Somosierra aún parece verde. El camino de bajada remolonea hasta aproximarse a la vertical del puerto de Navafría, desde donde se zambulle en picado a través de un cortafuegos para dejar al viajero escurriéndose con recuerdos de todo tipo. En el pinar se afanan los buscadores de níscalos. La sierra huele casi a nieve.
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  • Panoramas de insólita claridad en el poco conocido otoño de la sierra
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  • El momento tranquilo de Guadarrama
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