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A punto de darse el pistoletazo de salida a la temporada de esquí, la localidad pirenaica de Tramacastilla afila cantos desde las buhardillas del hotel familiar que regentan Juan Ignacio Pérez y Anabel Costas. Un caserón esgrafiado en piedra y madera por el arquitecto Luis Serrano, contiguo a la abadía del siglo XV que ha venido regentando la pareja hasta la fecha como un hostal con encanto. Por qué no esquiar un día en Formigal y otro en Panticosa, según las condiciones climáticas.
Con los réditos obtenidos del alquiler de material deportivo y de las actividades de multiaventura que se organizan en verano, Pérez y Costas vierten ahora lo mejor de sí mismos en 28 habitaciones amuebladas con sensibilidad y buenas maneras, especialmente la suite de 100 metros cuadrados en el ático, con acceso independiente, vistas al embalse de Búbal y una bañera de hidromasaje integrada en el salón.
Detalles personales atemperan la frialdad arquitectónica del vestíbulo y el comedor adyacente, en el que se sirven los desayunos, deslumbrados por una iluminación efectista a años luz de lo que pide un hotel en la nieve. Tampoco la chimenea metálica de la entrada ni el acristalamiento minimalista del bar resuelven los defectos estructurales a ras de la calle, zona destinada a espacios comunes.
Más calidez destila la casita original, la antigua abadía. Los cinco dormitorios primigenios acrecientan la sensación hogareña. Sandinies y Tramacastilla, los abuhardillados, miran al valle. Piedrafita y Escarrilla, en el piso intermedio, visten de ocre otoñal. Quiñón de la Partacua, la suite residencial, propone un minimalismo de alta montaña entre taburetes forrados con piel de leopardo, sillas de mimbre y algún sofá.
¿No es esto un privilegio de invierno para soñar?
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