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EMBARCAMOS SOBRE las 11.00 en la ciudad de Kumarakom. Una embarcación hotel usada antaño para transportar arroz nos iba a llevar por los Backwater, una red de canales que se extiende por el sur de la India. Estaba construida con bambú y hoja de palma. Por toda tripulación, el capitán del barco, un cocinero y el timonel y camarero, un hombre entrañable, mayor, que se paseaba con agilidad con su pareo enrollado y sus pies descalzos sobre la madera.
El día iba a transcurrir apacible y relajado. Disfrutamos de la maravilla natural que emergía y desfilaba ante nosotros. Las aguas estaban en calma total y, como si de un espejo se tratara, reflejaban toda la frondosa vegetación que a las orillas cobija a poblaciones compuestas por apenas cuatro o cinco casas. Observamos el manso discurrir de la vida para las gentes que dejábamos atrás. Ellos se sirven de los canales para lavarse, pescar con redes chinas y barcas-serpiente, limpiar los utensilios o la ropa, viajar o transportar copra, la fibra de coco. Y la llovizna del atardecer, el silencio de la noche y la vuelta de la actividad al amanecer grabaron en nuestras mentes los vívidos colores de los canales de Kerala.
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