PropertyValue
opmopviajero:IPTCMediaType
  • text
opmopviajero:IPTCMimeType
  • text
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • Pedir favores a los santos católicos tiene el inconveniente de que han de ser favores políticamente correctos. Y no siempre son los más apetecibles. Así que hay pueblos sabios que han decidido crear un santón propio al que expresar los deseos de carácter terrenal. Uno de esos pueblos es Santiago de Atitlán, en Guatemala, donde Maximón, una figura de madera vestida con pañuelos de colores, es venerado por los habitantes del lugar y visitado por los extranjeros, que contemplan atónitos cómo el muñeco, con un eterno puro habano en la boca, comparte habitáculo con las figuras tradicionales del universo celestial. Dicen las guías que el origen de Maximón se encuentra en la combinación entre diversos dioses mayas, la figura de Pedro Alvarado (el conquistador del país) y el Judas de la Biblia. Una mezcla que sintetiza la diversidad de un pequeño país donde las distintas culturas y los accidentes geográficos se han ido haciendo hueco unos a otros hasta completar un rico mosaico de dos idiomas, multitud de dialectos, varias razas, dos océanos, la sierra, la selva y 30 volcanes. Al pie de dos de ellos, cuya altura supera los 3.000 metros, en su antigua caldera, está el lago Atitlán, y en sus orillas se asienta Santiago, visita muy recomendable en un país cuyos sorprendentes contrastes obligan a realizar lo que se llama turismo de circuito. SANTIAGO En Santiago parece que el tiempo se ha detenido. Se llega tras un relajante paseo por el lago, donde las canoas se afanan en la pesca. Es octubre, el primer mes de la estación seca, y pese a ello una tormenta vespertina ha dejado las calles del pueblo brillantes y resbaladizas. Cuesta subir por ellas para llegar al punto de referencia: la iglesia. Sentarse en su atrio y ver entrar a las familias ataviadas con los coloridos huipiles, chales y calzones, es volver siglos atrás. En el interior, un murmurado rosario congrega a toda una comunidad ataviada según la costumbre indígena. Sólo las monjas se permiten una licencia y cambian el tocoyal, que cubre la cabeza, por el velo. Y sólo una placa dedicada al misionero padre Rother, asesinado por los escuadrones de la muerte, permite volver a la realidad y recordar la tumultuosa historia del país. CHICHICASTENANGO Aplastada por la guerra hasta 1996, Guatemala empieza a recobrar el pulso de la normalidad. Santiago no es ajeno a ello, y sus pintorescas calles se llenan cada día más de pequeños comercios en los que enseñar la artesanía, las pinturas y los textiles del altiplano. Es sólo un adelanto de lo que se puede encontrar en Chichicastenango, una ciudad situada a más de 2.000 metros de altura, cercada de montañas, y que muestra toda su vitalidad en el abigarrado mercado, dominado por el verde, el rojo y el rosa chillón. Son los colores más abundantes en las telas de la zona, tejidas a mano y decoradas con motivos mayas, diferentes los de un pueblo a los de otro. Dice la tradición que fueron los conquistadores españoles los que así lo impusieron para poder controlar mejor los movimientos de los indígenas. Cierto o no, la costumbre perdura y es uno de los principales atractivos de un lugar que combina una vez más los usos y creencias precolombinos con los de la colonización. Así, en la iglesia de Santo Tomás, que da acceso al mercado, los lugareños eligen culto. La escalinata maya para orar a sus dioses quemando maíz. En el interior, el altar y las capillas laterales para el rito católico, y en el suelo de la nave central, pequeños túmulos para recordar a los difuntos, a quienes se encienden velas y se llevan alimentos. ANTIGUA Chichi, como la llaman los guatemaltecos, conserva la magia maya en el altiplano. Y Antigua conserva el sabor colonial. Cuidada con esmero, aquí son los ocres de las fachadas los que dan color a las cuadriculadas calles: ocho de este a oeste, que se cruzan con otras ocho que corren de norte a sur. Una malla que encierra casonas, museos e iglesias arropadas por hiedra y buganvillas. Antigua fue la capital de Guatemala hasta 1773, cuando un terremoto la dejó seriamente dañada, algo que no es de extrañar si se alza la vista. Está envuelta por tres volcanes: el de Agua, el de Fuego y el Acatenango. Y su mole choca con la delicadeza de la ciudad. Antigua es para andarla despacio, entrar en sus tiendas de diseño, sentarse en la plaza de Armas a escuchar la banda de música y, a última hora de la tarde, acudir a su espléndido hotel Santo Domingo a tomar un ron. Viejo convento, el hotel se ilumina al atardecer con 350 velas que dan a los antiguos claustros y capillas el mismo tono rojizo que tiene el ocaso. TIKAL En Guatemala cada zona tiene su clima y su color. Dicen que es el país de "la eterna primavera", pero ese eslogan pierde todo el sentido cuando se llega a El Petén, la húmeda selva donde uno siente que se deshace. El Petén es sobre todo verde, por su densa vegetación, y blanco, por sus ruinas. Guarda uno de los tesoros más ricos de Guatemala, las pirámides mayas de Tikal, un escaparate de la civilización indígena y de la naturaleza donde los monos gato y los aulladores viven a sus anchas y los pizotes buscan qué comer entre los senderos porque el cielo es para los loros y los tucanes. Tikal impresiona a pie de tierra, pero lo hace mucho más desde lo alto de las pirámides. Allí el espectáculo es tan grandioso que el silencio brota solo. No apetece hablar, sólo mirar y mirar. CARIBE VERDE Es lo mismo que pasa en el pequeño avión que despega de Flores, una de las formas de seguir viaje de Tikal hasta la costa. Que no se puede apartar la nariz de la ventanilla para seguir paseando la vista por la extensa selva. Llega hasta el mismo mar, y es tan verde que tiñe de ese color un Caribe que en cualquier otro lugar sería azul turquesa. Ya en la costa, Amatique empieza a despuntar como destino para un turismo acomodado. Su bahía, salpicada de palapas techadas de palma y visitada por delfines y peces voladores, ofrecedeportes náuticos, senderos a caballo, pesca y buenos resorts. Todo muy relajante y al gusto del turismo americano al que está destinado. Justo lo contrario de lo que muestra su vecina Livingston, habitada por los garífunos, los mayas negros descendientes de esclavos africanos. En Livingston, a la que sólo se llega en barco, no domina un color, pues dispone de toda una gama. En sus casas bajas de madera, en la ropa tendida, en los carteles de las tiendas y los restaurantes de la empinada calle principal que une, como si fuera un istmo, el muelle de la desembocadura del río Dulce con una pequeña playa, cementerio de una vieja barca que se ha convertido en hogar para las gallinas y escondite en los juegos de los niños. En Livingston es fácil sumergirse en esa galbana especial que da el clima y que no permite pasar al estrés, que allí queda fuera de juego. EL RÍO DULCE Tampoco cabe en la siguiente etapa: la subida hasta el lago Izabal por el río Dulce. Haciendo honor a su nombre, su navegación, una hora más o menos, es un placentero paseo fluvial que va dejando atrás islotes, aguas termales, farallones, calas y manglares. Al principio el río es angosto y la selva alta, pero poco a poco, como si se fueran entendiendo, uno y otra suavizan sus perfiles y terminan confundiendose en un mismo color verde que lo inunda todo hasta el horizonte, donde el castillo de San Felipe, antigua guarida de bucaneros, fuerte y prisión, da paso al lago más grande del país. Es el final de un viaje que culmina en Guatemala ciudad, donde al alzar la vista reaparece otro color. El color del volcán.
sioc:created_at
  • 20041127
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1474
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 8
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20041127elpviavje_7/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
dcterms:rightsHolder
  • Diario El País S.L.
opmopviajero:subtitle
  • En ruta por Guatemala, fusión de raíces indígenas y hechizo colonial
sioc:title
  • Maximón y el Caribe verde
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all