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  • La oferta de fin de semana en Nueva York es tan amplia que puede resultar demasiado frenética. Museos, cines, enormes librerías, boutiques llenas de glamour, galerías de arte, teatros, ópera, y la posibilidad siempre estimulante de pasar unas horas ante una taza de café o paseando por las calles contemplando a los neoyorquinos en su entorno cotidiano. Y también hay un plan que lo reúne todo: el mercadillo de la Sexta Avenida esquina con la calle 26. Hay otros en la ciudad, pero ninguno supera a éste: un microcosmos, uno de los mejores enclaves del mundo para encontrar tanto lo que se busca como lo que no. Todos los sábados y domingos, a partir de las cinco o seis de la madrugada, los vendedores se reparten por solares y aparcamientos de la zona. Ponen a la venta todas las cosas imaginables: muebles, cuadros y grabados, antiguos sellos y monedas, libros, jarrones, vajillas, cristalerías, plata, ropa vintage, bisutería, juguetes antiguos, discos de vinilo, lámparas de araña y un sinfín de objetos insólitos. Antes, los vendedores se han pasado la semana recorriendo la Costa Este en busca de su variopinto inventario. Acuden a los mercadillos pequeños de los pueblos y pujan en subastas en las que en ocasiones adquieren todo el contenido de una casa: desde los muebles y las vajillas hasta los cubiertos y las fotografías. Una visita temprana al mercadillo y un poco de suerte pueden conducir al descubrimiento de una mina de oro. Por ejemplo, 20 trajes de la talla exacta y a precio de ganga. En otoño e invierno hay una selección apabullante de abrigos de piel o chaquetas de ante, y es habitual encontrar vestidos de Emilio Pucci u otros diseñadores de los setenta más baratos que en las tiendas de ropa vintage. Y de broches y bisutería, hay miles de ejemplares brillantes. También abunda el mobiliario de los años cincuenta, sesenta y setenta -desde dormitorios completos hasta ceniceros de cristal italiano-. Muchos de los vendedores son, además, expertos en diseño del siglo XX y les gusta compartir su entusiasmo por lo que venden con los compradores. Otros, por el contrario, no tienen ni idea de lo que tienen, y por eso lo ofrecen a un precio mucho más bajo de lo que coleccionistas y entendidos serían capaces de pagar. Para dar con objetos de calidad, lo mejor es madrugar y prepararse para la lucha con los dueños de galerías y tiendas de muebles del centro. Llegan a primera hora y, equipados con lámparas, examinan la mercancía cuando los vendedores todavía están sacándola de las furgonetas en la oscuridad de la noche. A esas horas es habitual coincidir con los otros neoyorquinos, para quienes el mercadillo es una parada fundamental antes de volver a casa después de una noche de juerga. Hartos de negociar Es recomendable regatear, pero siempre teniendo en cuenta que en las primeras horas los vendedores son más reacios a rebajar los precios porque les queda todo el día por delante para vender la mercancía. Otra estrategia es ir por la tarde, cuando ya están hartos de negociar y no quieren embalar de nuevo los muebles grandes, los platos u objetos frágiles para volver a meterlos en sus coches. Casi prefieren regalarlos a volver a traerlos el siguiente fin de semana. La hora en la que termina el mercadillo (más o menos a las 15.00) puede ser un buen momento para encontrar alguna ganga. Andy Warhol era un fan declarado de este mercadillo, y hoy día lo visitan a menudo actores, artistas y famosos que pasean, café y cruasán en mano, por los puestos a la caza de algún tesoro que llevarse a casa. Lo más recomendable del mercado, por su alta concentración de puestos, está en un solar en la Sexta Avenida entre las calles 25 y 26 (cuesta un dólar entrar). Allí están los mejores y más expertos vendedores. Hay dos solares más en las calles 24 y 25 en los que no se cobra entrada, aunque las cosas que se venden allí normalmente no son de la misma calidad ni interés. Más al este, camino de la Quinta Avenida, aún se puede hallar otro espacio especializado en reproducciones de antigüedades y objetos de estilo africano o asiático. Y enfrente, en unos almacenes, hay más puestos, cuya mercancía resulta más cara porque, al contrario de los callejeros, sus propietarios pagan un alquiler. Aunque el mercado abre todo el fin de semana, es el domingo cuando los vendedores exponen la mercancía más variada. Hay muebles y objetos de buenas marcas y diseños exclusivos de Charles y Ray Eames, Breuer, Dansk, Orrefors y Hans Wegner, entre las abundantes copias de las sillas Barcelona de Mies van der Rohe. Y sobre todo, glamour vintage para dar y tomar.
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  • Tesoros de la Sexta Avenida con piezas únicas en plena calle
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  • El rastrillo favorito de Andy Warhol
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