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  • En los últimos vértices de la sierra de los Vientos, donde la mirada puesta en el horizonte oceánico cae por los acantilados, un rosario de recoletas playas y calas sorprende entre las localidades asturianas de Cudillero y Muros de Nalón. La vieja plataforma geológica denominada rasa que en forma de repisa convierte el litoral astur en una secuencia de cantiles suspendidos, se alza pletórica en esta zona para dar lugar a precipitaderos que rozan los 100 metros por encima de la superficie del mar. Y en sus bajíos, los continuos lametones de las olas han moldeado un perfil de entradas y salidas que dan vida en las mareas bajas a las fabulosas playas y escolleras. En estos parajes encontraron poetas y paisajistas la inspiración, envueltos en la luz de sus amaneceres y atardeceres. Joaquín Sorolla, Castro Plasencia, Tomás García Sampedro, Rubén Darío y Alfonso Camín dejaron en sus obras la muestra de su presencia por este tramo de costa rebelde. Los tupidos bosques de castaños, robles y eucaliptos se asoman al borde de los despeñaderos, sumando sus verdores a los de las aguas. Y entre sus espesuras aparecen los claros que arrimados al precipicio albergaron las antiguas atalayas, desde donde se hacían las fogueras y fumadas que orientaban a los barcos que se acercaban al litoral. Mucho más recientes, aunque también en desuso y tragadas por la vegetación, se pueden observar en lo alto de los acantilados las poleas utilizadas antaño para subir el ocle, un alga marina que una vez secada al sol servía de alimento al ganado. Un sendero, que da saltos de un cantil a otro mientras zigzaguea entre el boscaje, se ha convertido desde su recuperación hace un par de años en el mejor oteadero de una ribera marina que no deja indiferente. Peñas agudas y horadadas Esta ruta acantilada de unos 4,5 kilómetros comienza en una de las playas de arena blanca más hermosas de la cornisa asturiana, apodada de Aguilar porque en ella desemboca un pequeño arroyo con el mismo nombre. Está equipada con todos los servicios imaginables para un arenal costero donde disfrutar del sol y el agua sin preocupaciones, como aparcamiento vigilado, restaurante, duchas y socorristas. Pero los auténticos valores de esta playa de 600 metros de largo son las peñas agudas y horadadas que brotan del agua, como La Furada; las afiladas escolleras que aparecen y desaparecen con las olas, como Las Cuchiellas, o los escarpes que por el este y el oeste cierran la ensenada entre la punta Gaviera y la punta Cazonera. Una media luna de arenas, cantos rodados y pináculos de roca lamida que mengua y crece al compás de la marea. Tras retozar por la playa de Aguilar se vira con rumbo al este, en busca del paseo de piedra que marca el inicio de la senda de los Miradores. A los pocos pasos ya aparece el primer mirador en la entrada de la cala de Xilo o de Veneiro, una pequeña playita de cantos rodados que descubre su arena en la bajamar y a la que se accede por una larga escalinata. El sendero prosigue monte arriba ayudado por largos escalones, mientras se interna por una espesa mata de eucaliptos de sombra. Aquí se encuentra el castro de El Campón, donde se aprecian los restos de lo que fue una aldea celta, y un poco más adelante, con vista de pájaro sobre las playas de Aguilar y Xilo, se asoma el segundo de los miradores por encima de las aguas del Cantábrico. La altura ganada en el primer kilómetro de recorrido coloca la senda en lo más alto de los acantilados. Los siguientes mil metros son llanos hasta llegar, a tan sólo un centenar de metros, al mirador de los Glayos, con vistas a las playas de las Llanas y de la Cazonera. Esta última se halla dividida en dos brazos de arena separados por los escollos rocosos de Los Islotes, y cuyo tramo más oriental, apodado La Atalaya, es frecuentado por los nudistas de la zona. Después de pasar dos puentes de madera que salvan sendas barranqueras, la ruta se interna en el bosque de Reborio por una fuerte pendiente de bajada que llega hasta el mirador de La Atalaya, desde donde se puede entrar a la playa del mismo nombre. Una placa con unos versos del poeta asturiano Alfonso Camín recuerda su paso por estos cerros marinos. El último de los miradores, y quizá el más espectacular, se denomina del Espíritu Santo por estar al lado de su ermita, asomado al mar por la punta Percebera, con la desembocadura del Nalón por la derecha. Un camino con 444 escalones separa el mirador del espigón nuevo del puerto de San Esteban.
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  • Entre calas y acantilados, hacia la desembocadura del río Nalón
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  • Miradores sobre el Cantábrico
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