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Los bodegueros madrileños tienen un problema, y es que en Madrid no se bebe su vino. O, si se quiere, se beben todos los vinos de España menos el suyo. Pese a sus casi 12.000 hectáreas de viñedo, pese a su uva autóctona malvar, su poderosa garnacha, su estilizado tempranillo, su buen cabernet sauvignon y su magnífica syrah, y a poseer comarcas de tradición enológica como Arganda, Navalcarnero y San Martín. Aquí hay una gran urbe, que ha cambiado el tradicional "ir de tascas" por la moderna enoteca. Una ciudad viva y exigente donde compiten Rioja con Ribera, Priorato con Somontano, Toro con La Mancha. Y es aquí donde hay que dar la batalla para hacerse un hueco, contando tan sólo con sus propios méritos. El camino lo marcan tintos como los de Tagonius, Regajal, Jeromín, Qubél, Viña Maín o Ricardo Benito. Este Tagonius 2002 es un crianza muy actual, con una nariz cargada de fruta madura, cálida, densa y especiada que refresca un ligero sobresalto mineral. Buena madera, discreta pero significativa. Y un gusto carnoso, donde compiten lo amargo y lo dulce bajo la estricta mirada de una correcta acidez.
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