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  • Viva la Pepa, Francisco Istúriz, Ramón Power, la Caleta, la calle de la Pelota, San Felipe Neri, los duros antiguos... Cada uno de estos personajes y situaciones vividas en Cádiz durante las Cortes Constituyentes de 1812 presta su nombre a las habitaciones de esta hospedería surgida como paladín del encanto en pleno cogollo histórico y monumental de la capital gaditana. La Tacita de Plata carecía hasta ahora de lugares para la creciente clientela de los alojamientos pequeños y familiares. Tuvo que ser otra Pepa, la empresaria local Josefa Díaz, quien rescatara de las ruinas una antigua casa de vecindad con el argumento de su proximidad a la plaza de España y los mimbres del casticismo decimonónico, desde cuya azotea se domina un horizonte inconfundiblemente atlántico. Incrustada en la personalidad del Cádiz más democrático y popular, la hospedería ofrece a priori el inconveniente de su intrincado acceso a través de un dédalo de callejas, medianas, esquineras y aceras de bolardos insalvable en una urbe que ha cumplido los 3.000 años de edad. A mayor inri, la zona se llena de noctámbulos que dificultan el tráfico. Conviene, pues, detenerse antes del cruce con la calle peatonal de San Francisco y guardar el coche en un garaje público señalizado a la derecha. Amable y siempre diligente, el personal de servicio se hace cargo del equipaje sobre un carrito de aires belle époque. En el interior, el paisaje a la vista no cumple, sin embargo, con todas las expectativas. Al entrar, un mural rudimentario recuerda la proclamación de las Cortes Constituyentes de 1812 en la iglesia de San Felipe Neri. El paso por el edificio continúa hacia un patio de luces adornado y protegido por una barandilla neoclásica que distribuye los 36 dormitorios en tres plantas, bajo una cúpula piramidal acristalada. Ninguno de ellos sobresale por su tamaño, impedido seguramente por la estructura arquitectónica diseñada a mediados del siglo XIX. Amueblados con cabeceros de volutas, sillones estampados, estucos aparentemente elegantes y cortinajes de gran vuelo, en general mantienen un tono decorativo discreto aunque conjuntado. Y unas veleidades contemporáneas algo empalagosas, especialmente en la tintura salmón de las paredes. Desdeñable, el desayuno se ingiere sin alternativa en la cafetería, abierta a la calle y muy ruidosa. Habría sido una buena idea ofrecerlo en la torre mirador, anunciada como espacio común en el folleto de la hospedería, pero destinada actualmente a oficinas de administración. En su detrimento, un piso más abajo, comparte espacio con la sauna y el gimnasio un solárium que se cuelga prácticamente sobre los tejados y las 127 torres dibujados sobre el perfil milenario de la ciudad. En ausencia de ese pretendido encanto, el atractivo del hotel radica en sus vistas y en la luz que baña de día esta atalaya gaditana.
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  • HOSPEDERÍA DE LAS CORTES, residencia del siglo XIX en el casco histórico de la capital gaditana
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  • Atalaya sobre los techos de Cádiz
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