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  • De noche, ni por asomo cabe pensar que esto sea Mallorca. Antes el Amazonas o la selva del Orinoco. Sólo murmuran los búhos y las lechuzas, la voz del llebeig (viento), el tañido le jano de los cencerros y el de las trancas que vallan los prados ovejeros. La atmósfera se vuelve zen en Monnàber Vell, donde el agro y el pujante turismo de interior mallorquín definen con toda propiedad la palabra agroturismo. Al abrigo de la sierra de Tramuntana, dentro de una finca cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, Karsten Imm quiso dejar su impronta teutónica en la precisa rehabilitación de una casa madre con palmera, torre de telégrafo y piscina para uso hotelero, cuyos muros cenicientos giran en torno a una clastra con cisterna de 1680, precedida de una capilla consagrada en el año de 1798 a Nostra Senyora del Roser. Lejos de parecer una elegante possessió entre las muchas que últimamente parecen remediar la crisis insular del turismo de sol y playa, el casal de este introvertido alemán destila una atmósfera romántica tras los desperfectos evidentes de su fachada y la pretendida modestia de sus interiores. Monnàber Vell comparte acceso desde la carretera general con otro hotelito de agroturismo, el Monnàber Nou, igualmente inquietante por su grado de aislamiento en los montes de Campanet. Karsten Imm centra su atención en la cocina y cede a su esposa el rol de anfitriona, ante cuyos huéspedes aparece en ocasiones enfundada en una bata hogareña. En ese ambiente distendido promueven que todo el mundo se sienta aquí en familia, algo no siempre fácil entre la clientela española en tanto los horarios rijan a la europea. Esto es, a las siete de la tarde toca ir a cenar. Comodidad y pulcritud Rafal, Clastre, Lledoner, Paral, Capitana... Todos los dormitorios tienen una significación lugareña, unos mayores, otros menores; en general, amplios, cómodos y pulcros en la medida en que lo permite el campo. Decorados, eso sí, a la antigua, con un baudoir de madera y dos butacones orejeros tapizados a cuadros. Lamentables el sistema de calefacción y aire acondicionado, que hace ruido, y el monitor de televisión, diminuto. Tampoco deja un grato recuerdo el cuarto de baño, austero en la calidad de las toallas y en el kit cosmético, reducido a una pastilla de jabón y dos sobres de gel propios de una pensión. Mejores sensaciones se reciben del desayuno, trufado de elaboraciones caseras y típicamente mallorquinas, como la sobrasada frita, los higos macerados, las ensaimadas y las galletas de Inca. El café, en cápsulas, sigue los consejos teóricos de Ferran Adrià.
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  • MONNÀBER VELL, hospitalidad alemana en una casa mallorquina del siglo XIII
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  • Descanso en una recóndita 'possessió'
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