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  • En la cornucopia centroamericana, allí donde acaba o empieza el desierto, se encuentra el semillero de la interioridad yucateca, el ombligo maya, exuberante, pero también luminosamente inexistente, épico y frutal, cuyas ruinas, en su retórica, representan la organización de una cultura que hoy se resiste a desaparecer. En la península de Yucatán, el rastro del pasado permanece ahí, tangible y verídico: azul turquesa en sus playas, gris en los vestigios de su monumental civilización, blanca en sus ciudades -su capital, Mérida, la romana emeritense-. La inspirada aspereza con que México proclama la singularidad de su vínculo con la historia encuentra en su enorme brazo tropical el ejemplo de la generosidad de un pueblo que no ha archivado ningún rencor, con su escueta precisión realista unida a una sanguínea y ardiente necesidad de distancia. En el gran tablero maya peinado por los huracanes, un gran escultor colectivo ha creado, en medio de una inmensa sabana de monótonas selvas, el monumento al perenne presente de una cultura de más de 3.000 años de antigüedad; al orden matemático con que aquélla persigue al caos del inframundo, la xibalba, pero sobre todo a sus vampíricos dioses, Itzamná e Ixchel, venerados por los refinados indígenas desde sus portentosas estructuras piramidales. En el aeropuerto de Cancún, la luz cósmica que baña el atardecer y el verde iguana de la selva aparecen como el perfecto marco para el prólogo que nos llevará por un paisaje continuo e indiferenciado hasta que en lo profundo y callado surja obstinada la belleza de sus costas y ese rumor quedo del instante absoluto de las ruinas. 1 Playa del Carmen A una hora en coche al sur de la megaturística Cancún (que en lengua maya significa "nido de serpientes") se halla Playa, a secas, un antiguo pueblecito de pescadores del que apenas quedan algunas barcas varadas en la arena color perla y tras el que se alinean una docena de calles bulliciosas que mezclan el antiguo y el nuevo México. Si no se malogra por la masificación turística, Playa es ideal para el que quiera ir por su cuenta: a lo largo de una de las arterias peatonales (andadores), recién empedrada, que los lugareños llaman la Quinta Avenida, el turista encuentra todo tipo de hoteles, posadas, restaurantes y tiendas de antigüedades, de licores y de plata de Taxco. Los perfiles de sus esquinas tienen en sus enmarañados postes eléctricos a los guardianes de una fotografía siempre convincente. Lo mejor, si vamos al atardecer, es buscar algún regalito para la familia en la avenida Juárez o en la Primera Avenida Sur, tomarse en una cantina una margarita o un mezcal con gusanos tostados de magüey (muy nutritivo), o una Corona en el superfamoso bar de Frida (Quinta Avenida, 217); cenar algún plato de pescado típico yucateco en el Pez Vela (Quinta Avenida, entre la 2 y la 4), y acabar sobre una hamaca en cualquier chiringuito de la playa, donde siempre hay algún mariachi que toca a la carta o un profesor de buceo, auténticos indios mayas que explican, no sin recelo, la resistencia de su orgullosa cultura al asedio de las costumbres y las lenguas francas en América, el español y el inglés. 2 Cozumel Es el reino de los submarinistas, y cuenta con el segundo arrecife más largo del mundo. Incluso hay un avión hundido. Su nombre proviene de Cuzamil, que en maya significa "isla de las golondrinas", tierra sagrada donde los peregrinos, que en su mayoría eran mujeres, rendían culto a Ixchel, la diosa de la Luna y la fertilidad. Pero quien realmente la hizo famosa fue el oceanógrafo francés Jacques Cousteau, que en los años cincuenta exploró el gigantesco arrecife coralino de Palancar, de cinco kilómetros de largo. En su parque nacional se pueden alquilar equipos de submarinismo, y entonces la inmersión se convierte en una de las más fascinantes películas naturales: ver el coral negro, que destaca entre los peces de colores, a la luz del sol crea un efecto parecido a un viaje por la realidad virtual. Descubrir la Muralla de Santa Rosa, que tiene una inclinación de 21 metros de profundidad, es una experiencia única. Los más temerarios se atreven con el arrecife Maracaibo, a 1,5 kilómetros de la punta sur de la isla, en mar abierto: el más difícil por las fuertes corrientes que lo atraviesan. Lo mejor para ir a la isla es desde playa del Carmen, donde zarpan cinco transbordadores diarios y ocho barcos rápidos. 3 Isla Mujeres Esta isla, de apenas ocho kilómetros de largo por uno de ancho, es la Formentera maya: tiene unas playas estupendas y unas pocas piedras que señalan las ruinas del templo de Ixchel. La fortuna de estar poco explotada, unido al atractivo de sus parques nacionales submarinos -en Playa Lancheros hay un criadero de tortugas de carey-, convierte esta isla en un destino privilegiado para los que buscan sol y tranquilidad. La playa de los Cocos, con sus esbeltas palmeras, es la menos recomendable si se busca la privacidad; mejor coger un coche de golf, que alquilan por toda la isla, y buscar algún rinconcito salvaje donde poder recibir en solitario la influencia de Venus. Cerca del faro hay un pequeño zoo de iguanas, y bares donde preparan zumos de frutas de lo más extraño, como el de nopal, hecho con las orejas de los cactus chumberos, muy sano y energético. 4 Tulum Una de las postales más atractivas de la Riviera Maya. Dicen que fue la primera ciudad habitada que vieron los españoles en el Nuevo Mundo. Sus ruinas son pequeñas, pero se conserva un castillo construido sobre un acantilado que sirve de mirador para contemplar el gran azul. Muy cerca, un templete sirve de morada a la escultura del Dios Descendente, con cola de pájaro y grandes alas, que representaba el ocaso del sol. 5 Chichén Itzá Típica tópica maya, pero única. Una vez el viajero ha llegado a la Gran Plaza de este enclave arqueológico, la pirámide escalonada de Kukulcán le invita a tocar el cielo, desde el castillo que la corona, a través de una gran escalinata de 55 metros. Sólo son accesibles dos de los lados, cada uno con 91 peldaños, que, multiplicados por cuatro, nos dan 364, y sumándole la plataforma superior salen 365: los días del año. Los arqueólogos pensaron que esta pirámide de influencia tolteca (del siglo X) podía tener una función astronómica, ya que sus ejes están alineados en perfecta matemática con los cuatro puntos cardinales. Durante los equinocios de primavera y otoño, las sombras que proyecta su estructura geométrica en la escalinata norte hacen el efecto de una serpiente ondulante, como el jaguar, un animal sagrado en los ritos mayas. En el gran recinto de Chichén hay más sorpresas, como el templo del Hombre Barbudo, dedicado al culto de Quetzalcóatl; el circo del Juego de la Pelota (un espectáculo en el que los jugadores movían una pesada bola con las caderas, los muslos o los brazos, nunca con las manos, hasta introducirla en un aro; el que ganaba, ¡perdía!, ya que era sacrificado), con una acústica muy especial; el altar de las águilas y los jaguares; la Casa de las Monjas, o el Grupo de las Mil Columnas: un bosque de piedra para una foto vanity. 6 Uxmal Dentro de la ruta puuc (significa "colinas") se encuentran las ruinas mayas más incontestables, por espectaculares (del periodo clásico, hacia el año 900). Su rarísima pirámide del Adivino, de base ovalada, sobresale entre un inmenso bosque de arbustos como un Everest. La escalinata de su lado oriental es de vértigo. El templo que corona la cúspide está muy bien conservado, y cuenta la leyenda que fue construido por un enano en una sola noche y que gracias a esta gesta pudo destronar al gobernante de turno. El Juego de la Pelota conserva uno de los aros de piedra. 7 Mérida El área de esta ciudad constituía para los mayas el centro del universo. T'ho es la ciudad blanca y la capital de la península de Yucatán. El centro de la vida ciudadana está en la plaza Grande, o Zócalo, con sus curiosos bancos confidenciales en forma de ese. La catedral de San Idelfonso, el Museo de Bellas Artes, el palacio de la Gobernación (vivienda del fundador de la ciudad, Francisco de Montejo, El Mozo, que bautizó a la ciudad con el mismo nombre que la romana emeritense por el parecido con sus ruinas de piedra), la casa de Montejo, y su avenida, con sus mansiones bajo la sombra de árboles de tamarindo, que recuerda la de los Campos Elíseos. El mercado es el lugar ideal para buscar artesanías; hay que desconfiar de las llamadas cooperativas mayas, que, bajo el reclamo de asociaciones que ayudan a la escolarización de la población infantil, esconden la picaresca del timo al turista. La casa de las Artesanías del Gobierno del Estado de Yucatán (calles 63 y 64) es fiable. En Casa Ramón (calle 66, cerca del bazar), doña Gabriela pone música de Paquita la del Barrio -"rata inmunda, animal rastrero..."- mientras atiende a su nutrida clientela, atraída por la justa fama de sus guayaberas.
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