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  • El Atlántico brama en las costas de El Hierro. Golpea y moldea con cabezonería sus afilados acantilados, negros y rojos. En el pequeño pago de Echedo, en la punta norte de la isla, hay un lugar donde buscar refugio de la embestida. El restaurante La Higuera de Abuela ofrece lo mejor de la gastronomía tradicional en un patio construido en forma de ele, a la manera de las casas típicas. Cordero, garbanzas, setas a la plancha o rabil que hay que culminar con el esponjoso merengón, de leche condensada y clara batida. En el sur, en otro de los tres vértices que dan forma a la isla, la desértica ladera de El Julán -principal centro de vestigios prehispánicos de Canarias- se cubre del naranja del atardecer mientras el dueño del bar de la punta de Tacorón explica que fue Cristóbal Colón quien le añadió la terminación "de El Hierro" al nombre de su capital, Valverde (debido al color oxidado de las montañas), tras uno de sus viajes a América. Es la isla más joven y menos extensa de las Canarias (siete veces más pequeña que Tenerife), la menos poblada (cuenta con unos 9.000 habitantes) y, hasta el descubrimiento de América, linde occidental del mundo conocido. Recorriendo sus costas es fácil adivinar el rastro de las erupciones volcánicas que dieron forma a la isla hace 7.000 años, como si la lava se hubiera petrificado de un golpe súbito de frío. Áspera, de contrastados paisajes sobre y bajo la superficie del mar, la apertura en 2003 del túnel que une sus dos municipios, Valverde y La Frontera, ha convertido en referente turístico el valle de El Golfo, semicírculo de 25 kilómetros de diámetro al resguardo de las nubes por riscos de más de mil metros, y donde las plantaciones de piña tropical compiten hoy en protagonismo con sus tradicionales viñedos de uva blanca. A finales de 2005, su principal puerto, la Estaca, en Valverde, podrá acoger buques de crucero. Y en la Restinga, puertito pesquero del sur, numerosos centros de buceo dan buena cuenta de la extraordinaria visibilidad de los fondos del cercano mar de las Calmas, donde no es raro toparse con meros, rayas, chuchos, medregales, mantas diablo o peces luna. La isla resiste como una fortaleza inexpugnable los embates del mar, pero cuando cada día la batalla cesa deja al descubierto múltiples piscinas naturales. En Valverde, herreños de todas las edades comparten baño y pesca en el Tamaduste, el Charco Manso y el pozo de las Calcosas, donde a decir de muchos se encuentra el bochinche más recomendable para comer pescado de la isla, Casa Carlos. En el golfo de la Frontera, el Charco Azul es una concavidad rocosa a la que se desciende por una empinada escalera de piedra. Si buceamos descubriremos grandes cantos rodados posados en el fondo entre paredes de tonalidades rosas, azules, violetas y naranjas. Cerca, las piscinas de la Maceta son el punto de reunión habitual de la población de la zona. Cuando vuelve la pleamar, los jóvenes se sitúan en sus bordes de roca para desafiar el impulso de las olas que golpean con fuerza sus espaldas. Sobre las piscinas, el restaurante La Maceta ofrece la mejor opción para cenar junto al mar arroces combinados con mariscos, morenas fritas y viejas sancochadas (hervidas con sal). Bosque de laurisilva Pero el interés de El Hierro no sólo reside en su costa. En las inmediaciones del pico de Malpaso, su punto más alto, con 1.500 metros, se puede pasear por el endémico bosque de laurisilva, corazón esmeralda de la isla repleto de musgo, intrincados senderos y hojarasca humedecida por el mar de nubes. O el bosque de antiquísimos pinos de más de 20 metros en El Pinar, al este de la isla, donde aún se fabrican los tambores cuyo grave retumbe marca el paso de la Bajada de la Virgen de los Reyes, romería que cada cuatro años cruza en procesión la isla y cuya próxima cita será el 2 de julio. O la ganadería de ovejas, burros y caballos pastando entre los frutales de Las Rosas, zona cercana al mirador de Isora, con su vista panorámica desde mil metros de altura de Las Playas, lugar de desembarco de antiguos corsarios. O el amarillo vibrante de los trigales de las laderas de Nisdafe, cercanas al mirador de la Peña, donde se encuentra un imprescindible restaurante, del mismo nombre, diseñado por César Manrique con suelos de madera, grandes ventanales y paredes de mampostería. El Hierro es tierra de emigrantes y desterrados, de mitos de la lucha y el folclore canarios. Así lo reflejan los testimonios del libro El Hierro conversation, editado por la galerista Elba Benítez e ilustrado con imágenes de una videoinstalación de Craigie Horsfield exhibida en la última feria de la Dokumenta de Kassel (Alemania). Declarada en 2000 por la Unesco reserva de la biosfera, la isla tiene uno de sus parajes más alucinantes en la zona conocida como Arenas Blancas, llanura en la carretera entre la punta de Sabinosa y el faro de Orchilla salpicada de enormes rocas desprendidas de la montaña. Más hacia el sur se encuentra la silenciosa playa del Verodal, de arena roja, y, tras una serpenteante travesía que bordea el fantasmagórico bosque de sabinas gigantes torcidas por el viento, el faro de Orchilla, tercer vértice y punto más occidental de la isla. Rodeado de malpaís, este faro -que debe su nombre al musgo blanquecino de los despeñaderos próximos utilizado como codiciado pigmentador carmesí- fue depositario del Meridiano Cero desde 1634 hasta finales del siglo XIX, cuando la reina de Inglaterra ordenó su traslado a Greenwich. La raya, como la conocen los lugareños, se prolonga invisible hasta el horizonte y sigue siendo punto de referencia e inspiración para navegantes.
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  • Guía para fundirse con El Hierro
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