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  • Ni playas exóticas, ni monumentos famosos, ni actividad nocturna. Ni, por ahora, hordas de ruidosos turistas. ¿Puede prescindir de todo eso? Entonces quizá le interese conocer Laos, país de verdes colinas brumosas que parecen sacadas de una pintura china, en el que los edificios coloniales franceses compiten en finura con los templos budistas. Con Vietnam incorporado a las rutas de los grandes operadores turísticos, y Camboya a punto de ser invadida por éstos, la llamada Tierra del Millón de Elefantes es el último gran secreto del sureste asiático. A causa de la guerra de Indochina, y del aislamiento del régimen comunista posterior, ha vivido de espaldas al desarrollo hasta hace bien poco. Lo que ha tenido un lado negativo -la mayoría de la población es pobre-, pero también uno positivo: la naturaleza es de las mejor conservadas del planeta, y pueblos y ciudades no han sido arrasados por la fiebre del ladrillo. La implantación de la economía de mercado desde 1989 y la apertura al turismo en la actual década no han transformado en exceso los hábitos de los laosianos, pueblo reposado donde los haya. Salvo por los cibercafés, hoteles y tiendas que lentamente han ido surgiendo en los lugares más visitados por extranjeros, ir a Laos es poner un pie fuera del siglo XXI, en un lugar donde la gente no grita, los autobuses tardan nueve horas en trayectos de 150 kilómetros y las gallinas picotean por las ciudades. Luang Prabang Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, la antigua capital del país es la ciudad mejor conservada de todo el sureste asiático. Entre sus atractivos destacan un emplazamiento entre montañas selváticas y el río Mekong, una arquitectura colonial casi intacta y 32 maravillosos templos budistas capaces de agotar al más devoto. En Luang Prabang se respira un ambiente de paz: las aglomeraciones y los atascos no existen, palmeras y otras plantas crecen por doquier, y el paisaje humano de monjes budistas y niños yendo a la escuela raya en lo idílico. Ahora bien, la ciudad posee suficiente vida como para no resultar aburrida. La oferta de hoteles con encanto y restaurantes de comida lao, china o francesa es amplia y de calidad; las tiendas de sedas, antigüedades y artesanía atraen al más alérgico a las compras. Los mercados callejeros, sobre todo el nocturno, prueban que los laosianos son tranquilos, pero resueltos. Además de regatear, en medio de su efervescencia comercial se puede cenar por menos de un euro, y tan bien como en un restaurante. Las sopas resultan deliciosas, y los rollitos primavera, una exquisitez. Entre los templos, el Wat Xieng Thong, de 1560, es posiblemente el más bonito de Laos. Vang Vieng El viaje en autobús entre Luang Prabang y Vientiane puede ser toda una experiencia, pero mejor hacerlo en dos tramos parando en Vang Vieng. Punto de encuentro de mochileros de Europa y Australia, lo mejor de este pueblo es su espectacular situación a orillas del río, y su ambiente relajado, que mezcla de forma un tanto extraña lo rural y lo internacional. Tampoco carecen de atractivo las numerosas cuevas de los alrededores. La más cercana, Tham Jang, está semidestruida por una insensata remodelación que la ha llenado de focos y suelos de cemento, pero quedan otras menos maltratadas para las que es fácil contratar excursiones baratas en el centro del pueblo. Vang Vieng es un imán para espeleólogos y escaladores, pero también para los aficionados al opio, la droga más popular de Laos. Bastantes extranjeros han sido detenidos, multados y expulsados del país por consumir esta sustancia, por lo que cualquier incursión en este terreno puede resultar peligrosa. Vientiane La capital de Laos es para muchos viajeros el primer contacto con el país, y no es extraño que más de uno quiera salir corriendo. Salvo para apasionados de la arquitectura soviética en su versión tercermundista, las calles de Vientiane le inspirarán todo el gris aburrimiento de un plan quinquenal. Sin embargo, merece la pena dedicarle al menos un día por dos motivos: es lo más parecido en Laos a una gran ciudad en cuanto a tiendas, bares y restaurantes, y allí se enclavan dos templos interesantes, Pha That Luang y Wat Si Saket. La Llanura de los Cántaros El misterio rodea esta enorme llanura, sobre la que se encuentran desperdigados unos 300 cántaros o jarrones megalíticos de entre 1 y 2,5 metros de alto y hasta 600 toneladas de peso. Se cree que tienen unos 2.000 años de antigüedad y que sirvieron como urnas funerarias. Sin embargo, la piedra con la que están hechos no proviene de los alrededores, y los objetos que se encontraron carecen de relación alguna con otras culturas antiguas de Indochina. La zona posee además cierto interés histórico-bélico, pues aún conserva vestigios de los bombardeos de la guerra. Una cuarta parte de las bombas arrojadas por los estadounidenses sobre Laos en los años setenta cayeron aquí. En total, medio millón de toneladas, a razón de 300 kilos por habitante. Wat Phu y la meseta Bolaven Si se dispone de tiempo, una escapada al sur permite descubrir dos pequeños tesoros de Laos. Wat Phu son las ruinas de la cultura jemer mejor conservadas fuera de Angkor (Camboya); si bien carecen de la grandiosidad de éstas, producen la misma sensación de encontrarse dentro de una película de Indiana Jones. En las inmensas plantaciones de la meseta Bolaven se produce uno de los mejores cafés del mundo. Es un lugar muy agradable, donde se mezclan distintos grupos étnicos, y que se puede recorrer en excursiones en elefante desde el pueblo de Tat Lo.
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  • Laos se abre al exterior tras décadas de aislamiento
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  • El último secreto de Indochina
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