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  • Son éstas unas tierras ralas y pedregosas, con un horizonte de lomazos y serrijones calvos, que sucumben a la dureza de los agentes erosivos para modelar en las alturas a los desnudos alcores, y en los bajíos, a las tortuosas barranqueras. Campos azotados por los vientos, que mecen las salpicaduras verdes formadas por bosquetes de sabinas y carrascas, acostumbradas a la dureza de un clima de extremos opuestos. El río Mesa nace en la comarca más septentrional de la Alcarria, en las faldas del monte Aragoncillo, dejando caer sus aguas hacia el norte, mientras traspasa los límites provinciales hacia predios maños en busca del río Piedra y de la cuenca del Ebro. Desde sus manaderos hasta el pantano de la Tranquera, donde cede sus aguas, este río recorre 65 kilómetros; una escueta distancia en la que sus humedades tienen tiempo de dar vida a frondosas saucedas y choperas, remansados carrizales y espadañales, y a hundir su caudal en un sinuoso cañón con paredes de más de cien metros de altura. El tramo alto. Las primeras leguas recorridas por esta pequeña vena acuosa transcurren por las parameras de Molina rodeada de rastrojeras y baldíos, con la compañía de las serratas de Maranchón y los carrascales de Mazarete por su orilla zurda, y de la dehesa de Selas y la sierra de Aragoncillo por la mano contraria. Las pocas aportaciones de agua que ha recibido hasta el momento y la porosidad de los terrenos mantienen un menesteroso cauce, que más adelante se prodiga con las cesiones de los arroyos de Bascacedo y de los Barrancos. Antaño, todo este tramo alto del río era generoso en barbos, cachos, gobios y bermejuelas, al igual que en cangrejos, pero la micosis que azotó la red fluvial española en los años setenta mermó sus existencias. El tajo de Jaraba. Pasada la vega de Establés camino del término de Anchuela del Campo, el río se encierra en el espectacular tajo que ha dado fama a su lecho: un cañón de 40 kilómetros de largo que finaliza en el pueblo aragonés de Jaraba. Las suaves y vegetadas laderas que escoltaban la vaguada se convierten a partir de aquí en gigantescos canchales cincelados por la erosión y los derrumbes. Un reino vertical donde la vida fluye de nuevo, con la presencia de innumerables especies de aves rupícolas, como buitres leonados, alimoches, cernícalos, halcones y aviones roqueros. Intercaladas a prudencial distancia, algunas construcciones arruinadas en los bordes de la barranquera señalan los emplazamientos de viejos molinos olvidados. Ya en las cercanías de la localidad de Mochales, casi como un homenaje a estos trágicos paisajes albos, aparece tras un reviro de la quebrada un singular monolito de piedra caliza denominado el Tormo, en forma de cono de 50 metros de altura y 35 de circunferencia. Hoces. Desde Mochales, la estrecha franja que queda a los lados del río deja espacio suficiente para que camine en paralelo la carretera de Jaraba. Mientras, al sopié del acantilado, un rosario de olvidados huertos, convertidos en eriales, recuerdan el paulatino abandono de los pueblos cercanos. Las últimas tierras castellanas por las que transita el Mesa, antes de entrar en los campos de Calatayud, son las de los términos de Villel y Algar de Mesa, al resguardo de los montes de Solorio. Nada más pisar los terrenos de la provincia de Zaragoza, el cauce se hunde en la conocida como sima de Calmarza, un magnífico sumidero donde el río esculpe a su paso curiosos pozos y galerías. Todo el tramo que se retuerce en forma de hoces entre las localidades aragonesas de Calmarza y Jaraba es considerado como el más bello de todo el curso del Mesa. Barranco de la Hoz Seca. Muy cerca de Jaraba se abre por la derecha la agreste desembocadura del barranco de la Hoz Seca, un ramblazo áspero y rocoso atrapado entre paredones verticales. El estremecedor silencio que envuelve estos despeñaderos tan sólo se rompe por los murmullos de los fieles y curiosos que se acercan al santuario de la Virgen de Jaraba. Colgado de la pared, este antiguo eremitorio del siglo XII conserva mitos y leyendas sobre los primeros moradores del lugar y las apariciones de la Virgen en tiempos de la ocupación árabe. En aquel entonces, las tropas de Alfonso I El Batallador, asentadas en Calatayud, se abastecían del agua que manaba en este barranco, por las propiedades especiales que le atribuían para cicatrizar heridas. Recorrer a pie las estrechuras de este cañón supone adentrarse en un mundo cárstico dibujado por insospechadas formaciones pétreas jaspeadas de sabinas, enebros y aliagas, y habitado por buitres leonados y cuervos, que le dan un aura de cuento fantástico. Miradores. Tras media docena de kilómetros, un cartel de madera pinchado en el lecho seco indica la dirección del sendero de la Pedriza; un desvío que camina hacia lo más alto de los acantilados en busca de la llamada Ruta de los Miradores, desde la cual se puede disfrutar de algunas de las vistas más impresionantes del cañón.
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  • A pie por el cañón del río Mesa, entre Guadalajara y Zaragoza
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  • Un fantástico reino pétreo
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