PropertyValue
opmo:account
opmo:content
  • El avión se aproxima en medio de la noche al aeropuerto internacional José Martí. La ciudad (2,2 millones de habitantes), más que emitir luz, la absorbe. "Cosas del plan de ahorro de energía", aclara Vladimir mientras organiza las maletas. El autobús carga a treinta turistas (dos millones visitan la isla al año) y parte hacia el complejo hotelero Neptuno-Tritón, dos torres de 22 pisos que se yerguen en el barrio residencial de Miramar frente a la mole de la Embajada rusa. Con el aire oliendo a hierbabuena y agua estancada, comienza una semana de intenso sabor cubano. Vuelos y hotel en La Habana: 616 euros por persona. La opción barata. Y lo que no estaba en el folleto: animadas charlas en el Malecón, descargas de jazz latino y el brumoso valle de Viñales. DÍA UNO Perderse en La Habana Vieja Los taxis. Primera lección del cursillo acelerado para el turista en La Habana. Los hay particulares y estatales, azules, amarillos... Aunque luego todas las miradas se vuelven hacia los chevrolets, nombre que se da a los carros antiguos de cualquier marca. En uno de esos torpes palacios sobre ruedas, tras un breve regateo, surcamos el Malecón hasta la plaza de Armas, puerta de entrada a La Habana Vieja. Nos recibe la pulcritud celeste de los edificios restaurados en el paseo que lleva hacia las arcadas de las galerías de arte de la plaza Vieja, y en los alrededores de la catedral, "música hecha piedra", decía Alejo Carpentier. Más allá, el maquillaje se desconcha entre las callejuelas que atraviesan O'Reilly y Obispo, donde la ciudad apuntalada muestra su cara más bulliciosa y fascinante. Los bicitaxis escupen reggaeton por los altavoces. Y al ritmo, comienza la danza de la supervivencia: el apacible asedio de los vendedores de manises, los guías que juran conocer el garito exacto en el que Wim Wenders rodó Buena Vista Social Club (1999) y los estudiantes de cine que proponen tour y comida en la paladar de La Guarida (Concordia, 418) donde se rodaron secuencias de Fresa y chocolate. DÍA DOS Kid Chocolate en Centro Habana A los pies del Capitolio, réplica del emblema de Washington, la vida estalla bajo un mural que retrata a Kid Chocolate, gloria nacional del boxeo cubano, y se desparrama por el barrio chino y el paseo del Prado hacia los lujosos hoteles y el Museo de la Revolución. Cerca de allí, en el restaurante La Lluvia de Oro (Obispo, 316), la ropa vieja, los mojitos y un septeto en directo hacen olvidarlo todo por unos cinco euros. Y por la noche, en el bar Prado 242 (paseo Martí, 242), 19 músicos descargan a diario vibrante jazz latino para acompañar al Loco Tomasena, que improvisa letras mordaces sobre chismosos y chavitos (nombre popular de los pesos convertibles). DÍA TRES Olas en el Malecón y playas del Este Todos los días parecen domingo en La Habana y todas las razones son buenas para tirarse a la calle. Resolver cualquier asunto, el enésimo reventón del viejo Lada o las partidas de dominó que salen a los soportales. No hay lugar que resuma mejor el palpitante alma habanera que el Malecón, ocho kilómetros de aire libre, mar brioso e intensa vida. Junto al hotel Nacional un grupo de niños se empeña en descubrirnos el callejón de Hammel y su gran mural de motivos yoruba. Prometemos volver el domingo para la explosión semanal de rumba y ritmos de guaguancó. Y por la tarde: chapuzón en las playas del Este. DÍA CUATRO Excursión: los mogotes de Viñales Un coche de alquiler (unos 60 dólares diarios) y 162 kilómetros de autopista llena de baches separan La Habana de Pinar del Río. Más allá, en el pueblo de Viñales, lo primero es elegir alojamiento. Basta pasear por las calles y escuchar las ofertas. Una noche, ocho euros. Comida criolla, seis. Cerrado el trato, el coche se abre paso entre secaderos de café en el espectacular circo de los mogotes, gigantes de roca cárstica, procedencia antediluviana y categoría maravillosa. En un recodo, una pintada gigantesca (120 metros de longitud) se orienta hacia el mogote de Dos Hermanas. Es el Mural de la Prehistoria, pintado en 1962 por Leovigildo González Morillo. Según las guías, se trata de una alegoría de la evolución humana. DÍA CINCO El chiringuito de Cayo Jutías A una hora en coche de Viñales se abre una solitaria playa de reflejos blancos por la que las guías pasan de puntillas. El cayo Jutías fue unido a tierra firme a finales de los noventa, lo que permite una reparadora experiencia caribeña sin la necesidad de gastar los 200 euros que cuesta la avioneta a los cayos más turísticos (Coco, Guillermo y Largo). En el chiringuito, todos los dilemas se reducen a uno: ¿la cerveza, de la marca Cristal (más suave) o Bucanero? De vuelta en la carretera, autoestopistas y guajiros con el sombrero agujereado indican el camino a la siguiente parada: Pinar del Río, a falta de estadísticas fiables, el lugar de Cuba con más bicicletas per cápita. Una ciudad de corazón colonial rodeada por llamativos suburbios de arquitectura racionalista soviética. DÍA SEIS Peces tropicales en María la Gorda Los aficionados a las paredes de coral son huéspedes habituales de este centro internacional de buceo situado en el extremo oriental de Cuba. A unos cien kilómetros de Pinar del Río, este complejo de ecoturismo se ha convertido en uno de los puntos calientes para los buceadores en la isla. Antes de acostarse, paseando entre las equipadas cabañas (una noche, 60 euros), con el fondo del zumbido de los jejenes, se revive un día de snorkeling entre peces multicolores. DÍA SIETE El Vedado, village habanero De vuelta en La Habana, la estatua del Alma Máter extiende los brazos sobre las escalinatas de la universidad y la calle L, que serpentea hasta Coppelia, famosísima heladería. El ambiente del Vedado invita a imaginar al gánster Meyer Lansky paseando en los cincuenta por sus dominios (el hotel Riviera, en Paseo y Malecón) o al espía de Graham Greene en Nuestro hombre en La Habana. Pero las conversaciones frente a la exquisita paladar Los Cactus del 33 (avenida 33, 3405; cena con langosta, 25 euros) nos devuelven a La Habana actual, la del realismo sucio de los relatos de Pedro Juan Gutiérrez. Un fugaz baile en el Salón Rosado Benny Moré (avenida 41 esquina a 46) parece una buena forma de completar el sueño habanero, versión paquete turístico. Mañana, diez horas de vuelo. Y al día siguiente, la oficina.
sioc:created_at
  • 20050305
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1510
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 1
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20050305elpviapor_1/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • Recorrido por la capital cubana y excursiones en coche a las playas cercanas
sioc:title
  • Siete días y siete noches de sabor habanero
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all