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  • Como no podía ser menos en la marea de inversiones que anticipa los fastos de la Copa del América, la cadena Hospes singla por la renovada Valencia bajo el pabellón multimillonario de Alicia Koplowitz y su hijo Pedro. El hotel muestra lo último en diseño y tecnología sin desviarse una cuarta del rumbo marcado por la tradición, en este caso representada por la unión de dos palacetes residenciales edificados entre la segunda mitad del siglo XIX y el inicio del siglo XX. En su interior convergen las balaustradas y los pórticos, las bóvedas y los lucernarios, con las carpinterías, estucados, cerrajerías y armaduras metálicas del prontuario minimalista contemporáneo. Madera de wenge, vidrio y acero. Tan sobrio en su blancura y en la opacidad tonal del mobiliario como su álter ego alicantino, el hotel Amérigo, pero más anodino. Un largo vestíbulo de hospital conduce al patio vegetal, flanqueado por varias habitaciones de nueva planta. El camino lo jalonan la biblioteca, cálida y acogedora; el salón chill out, decorado con composiciones de cubos retroiluminados. Inexplicablemente, el servicio navega bajo mínimos en las procelosas aguas del turismo de lujo en la capital del Turia, predispuesta a ampliar su flota de establecimientos cinco estrellas con vistas a la regata de 2007. Uno mismo tiene que aparcar el coche y la búsqueda del garaje concertado requiere mucha paciencia y un plano en las manos. Sin acceso wi-fi a Internet ni mesa de trabajo, como suelen estilar los hoteles urbanos, el único implemento hi-tech de este Palau de la Mar es la pantalla plana de televisión que preside las alcobas. La suite presidencial, a precios de almirante, se distingue por su balcón corrido de triple arcada y el salón noble que comunica sus dos dormitorios. Las junior suites, por su estructura de loft con bañera soportada por patas de madera que remedan a las antiguas. El resto de los dormitorios parece afectado por un minimalismo de bitácora: dos camas confortables y unos baños más bien exiguos. Por mínimos, no hay ni papel de escribir. Como en las antiguas goletas, la obra viva del hotel adriza el espacio del comedor, encuadernado en largas bancadas de testa de mono con mesas cuadradas bajo la jarcia del edificio contiguo. Es el lugar más cálido y sensato para la buena vida. Aquí, los desayunos rizan el oleaje vanguardista gracias al menú variable de siete degustaciones, idea original de Nacho Pérez Asiaín probada con éxito en el Hospes Maricel, de Mallorca.
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  • PALAU DE LA MAR, un hotel de moda en la antesala de la Copa del América
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  • Dos palacetes unidos en Valencia
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