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  • Lejana y sola", para Federico García Lorca; "inmortal, eterna, augusta siempre", según Pablo García Baena; "sierras levantadas, / que privilegia el cielo, y dora el día", en palabras de Luis de Góngora. Córdoba se presenta, decididamente, como una ciudad rara. Extraña en su belleza. ¿El gancho de Córdoba? Un puñado de culturas cuyo cruce podría disonar, pero a las que basta dedicar unos segundos de paseo para que resulten deliciosamente armónicas. Valle del Guadalquivir al frente, llano bajo tus pies, montañas incipientes a la espalda: un trazado para analizar con ojos de contradicción o puzzle de mil piezas. Y no deja de sorprender que, con su emplazamiento estratégico -a Madrid, AVE mediante, se tarda tan sólo una hora y cuarenta minutos-, la vida en Córdoba transcurra rodeada por una calma propia de localidades minúsculas. Córdoba colgaría de su boca la etiqueta de ciudad rara porque en ella los paseos comportan una disyuntiva: o la total tranquilidad de callejuela en avenida, sin que ningún motor te acose, o ver tu camino boicoteado por un montón de amigos en la misma dirección. Una ciudad que permite admirar escaparates a la última a unos minutos de la intemporalidad de la mezquita. Pequeña y familiar, conocerla es desmentir al genial poeta granadino: Córdoba es cercana no sólo en autovías, sino también en lo sentimental. El laberinto blanco de la Judería acoge al viajero con firmeza, sin permitir que eche de menos compañía alguna. El adjetivo cercano se aplica, entonces, no sólo al conjunto de la ciudad, sino también a sus puntos en rojo cartográficos. La mezquita-catedral -templo católico construido dentro de un templo musulmán, edificado a su vez sobre un templo visigodo-, cuya inmensidad podría atemorizar a quien se adentre, resulta un inmediato remanso de paz, como si la sombra de sus columnas te acariciara la espalda. Los jardines del Alcázar, residencia en la que Colón explicó a Isabel la Católica la expedición que proyectaba, esconden entre sus setos o bajo una fuente la manzana del pecado, el cascabel de la serpiente o el alma de cualquier bruja condenada por la Inquisición. El palacio de Medina Azahara, a las afueras de la ciudad -el Consorcio de Turismo ofrece un autobús para turistas; adquieran la Córdoba Card, un chollazo-, que permite intuir lo que en su día fue una de las más hermosas construcciones del mundo. La plaza porticada de la Corredera, única andaluza en su estilo, se aproxima, a cada paso, más y más a ti. No son los únicos lugares que el foráneo debe señalar sin falta en su mapa. Otros suelen pasar más inadvertidos, pero son elementos imprescindibles en la suma que embellece Córdoba: la puerta de Almodóvar, la plaza de Maimónides, la plaza del Cardenal Salazar -con el antiguo hospital, hoy reconvertido en facultad universitaria-, las callejas de las Flores y el Pañuelo, el palacio de Viana y su docena de patios, el puente romano, la torre de la Calahorra o la Sinagoga. Durante todo el año, Córdoba se mantiene como referencia para visitantes que prefieren conocer a dormitar en la tumbona. Además de su macedónico casco histórico -la ciudad ha sido romana, visigoda, judía, islámica y cristiana; de todas estas culturas conserva Córdoba vestigios-, patrimonio de la humanidad según la declaración de la Unesco, se ofertan congresos y exposiciones que añaden un plus al viaje de foto y souvenir (el arquitecto Rem Koolhaas, reciente ganador del Premio de Arquitectura Mies van der Rohe de la Unión Europea por la Embajada de Holanda en Berlín, es autor del proyecto para el Centro de Congresos que se levantará a orillas del Guadalquivir). La ciudad acogerá en julio una nueva edición del Festival de la Guitarra, cuyo programa conjuga aprendizaje -se ofrecen cursos con maestros como Manolo Sanlúcar- y ocio; en el currículo de actuaciones figuran Paco de Lucía, Bob Dylan, B. B. King y Carlinhos Brown. O el curso internacional sobre Antonio Machado -2005 ha sido declarado Año de la Lectura por el Ayuntamiento, que aspira a conseguir el título de Capital Cultural Europea en 2016-, que se celebrará en noviembre. Córdoba esconde, además, varios tesoros de los que enorgullecerse: la Filmoteca de Andalucía, con programación casi diaria, y un excelente Museo Arqueológico. Trillando las calles blancas Sin embargo, aunque Córdoba demuestra ser una ciudad para todo el año, mayo parece el mes perfecto para trillar sus calles blancas. Ahora que el calor aprieta sin alcanzar las insoportables temperaturas veraniegas, pasear por la Judería te empuja con fuerza en el tobogán del regreso al pasado. A la bucólica situación ambiental añadimos el frenético calendario -no apto para el sofá- que el Ayuntamiento dispone para su mes grande. Así, el mayo cordobés gira en torno a tres citas en las que flores, vino y fiesta luchan por el protagonismo: cruces, patios y feria se suceden durante 31 extenuantes días. Pero el papel principal recae, no es un tópico, en los ciudadanos: celebraciones eminentemente populares, impulsadas en su mayoría por peñas y asociaciones. Con las romerías de Santo Domingo y Linares -nunca falta el perol- como preludio en abril, la batalla de las flores supone el pistoletazo de salida a varias semanas frenéticas, que en 2005 se inauguran un par de días antes de lo habitual. El 29 de abril -y hasta el 2 de mayo- se exponen las primeras cruces de mayo, altares elaborados con claveles, una excusa de origen pagano para cantar, bailar y disfrutar del caldo de Montilla. Cronológicamente -entre el 4 y el 15 de mayo- le sucede el concurso popular de patios, rejas y balcones: casas de vecinos adornadas con flores, en las que el contraste entre pasión cromática e inmaculada pared origina postales enviadísimas, y entramados de claveles y gitanillas subrayan de color las rejas, ascendiendo en su empeño por encontrar el sol. Ese mismo día 4 comienza también la cata del vino, hasta el 8 de mayo; es uno más de los muchos actos paralelos organizados con motivo de las fiestas: las Noches de embrujo incluyen paseos guiados y otras citas culturales, el Festival de los Patios (espectáculos de flamenco en los escenarios del concurso), actividades en el jardín Botánico (talleres de jardinería, entrada gratis con un libro bajo el brazo) y una atractiva programación en el Gran Teatro (Miguel Ríos, Bebo Valdés). Esta agenda extenuante desemboca en la Feria de Nuestra Señora de la Salud, probablemente la más larga de la comunidad -del 21 al 29 de mayo-, en la que es posible degustar salmorejo, flamenquín y tortilla al ritmo de sevillanas o de los últimos éxitos de la radiofórmula: para eso se trata de una festividad abierta, sin necesidad de carnets ni amigos para deambular de caseta en caseta hasta que el cuerpo aguante. Raro, ¿no creen? Y es que el gancho de Córdoba reside en su extrañeza: una ciudad tan abierta que a veces cuesta atar su confianza, tan cerrada -cuando quiere- que pide a gritos que la ignores. Ella misma es purita paradoja. No sólo mayo, sino sus rincones, sus paisajes, piden a susurros otra oportunidad. Cómo negársela. Es tan diminuta, tan luminosa, huele tan bien, que, por muy rara que sea, ignorarla va contra las leyes de la moral. - Elena Medel (Córdoba, 1985) es autora de los libros de poemas Mi primer bikini (premio Andalucía Joven 2001) y Vacaciones.
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  • La ciudad andaluza se prepara para un mes de mayo exultante
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  • Fiesta de flores en los patios y calles de Córdoba
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