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La Fórmula 1 tiene enconados detractores entre los viajeros con gusto. No la competición automovilística, hoy capitaneada por el asturiano Fernando Alonso, sino la cadena de hoteles económicos inventada por el grupo Accor en el entorno de las autopistas y los polígonos industriales adyacentes a las grandes ciudades. Una fórmula de alojamiento modular cuyos bajos precios se justifican por su mínima dotación de recursos humanos y la automatización casi total de sus servicios. Incluso a altas horas de la madrugada, el acceso a las habitaciones se realiza sin pasar por recepción, mediante un cajero electrónico situado en la entrada que facilita una clave previo pago con tarjeta de crédito. Fácil y barato, ideal para una cabezada cuando se lleva horas al volante.
Lo sorprendente en este nuevo hotel es que el edificio acredite un encanto sobresaliente entre las construcciones originales de los siglos XVIII y XIX que diagraman el cogollo histórico de La Granja de San Ildefonso, a pocos pasos del Real Sitio, incuestionable por su valor monumental y por el filón turístico de los fines de semana. Frente a su fachada almagre causa perplejidad el modus operandi bancario: teclear sobre la pantalla del cajero automático, activar el código... No hay salón, sino una cafetería abierta a la calle en la que se expende un desayuno escueto: café y tostadas o cruasán, y un zumo de naranjas recién exprimidas bajo petición.
En contraste, las habitaciones brindan unas generosas dimensiones, divididas en dos ambientes: el dormitorio, con una cama central apartada de la pared, y un salón con sofá. Más coquetas, a fuer de oscuras, las buhardillas culminan en el piso superior el alarde decorativo de todas las estancias. Grabados, tapicerías y mobiliario adquiridos en los anticuarios de La Granja. Con la venia artística de La Ceiba, un pintor con creciente arraigo en los hoteles pequeños cuyos cuadros parecen hechos a medida de cada pared.
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