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  • Cuando los gigantes de la hotelería española compiten en estos momentos por fichar a cocineros estrella, va un restaurador y abre un hotel de lujo... Rafael Carrillo sabía lo que se traía entre manos cuando aprendía lo esencial del negocio en Casa Minguitos, para regentar años después el que ha devenido, en opinión de la crítica especializada, en el restaurante más importante de Córdoba: El Churrasco. La siesta, después de un sabroso rabo de toro, llevaba tiempo pidiendo pijama. Carrillo hijo le acaba de añadir, además, la almohada. El hotelito apenas tiene nueve habitaciones, suficientes para no empañar de codicia los encantos del restaurante. Piedra a piedra, la casa vecina a los fogones resurge de su apagado jalbegue en el centro de la judería para aposentar los paladares bien saciados y algún otro expectante de placeres sin consumar en este festivo mayo cordobés. Entre jazmines y arrayanes, gitanillas colgantes y guedejas de buganvillas trepadoras, el portón de entrada se ofusca en un recodo de calleja por la que apenas cabe un pañuelo. Eso sí, de seda y flores. Como todas las del barrio judío, la casita se cierra sobre sí misma en un abdomen alambicado de patios, escaleras, pilares, capiteles y abundante trastería barroca. El zaguán conserva el viejo pozo, mientras otros rincones en penumbra expresan una veneración mestiza por lo romano y lo califal. El salón de estar, al fondo, promueve un salmorejo estilístico -por lo bien conjuntado- de óleos inertes, tapicerías de peso, una escribanía y un sofá de estilo chester frente a una pantalla plana de televisión. Aquí se sirven los desayunos, escasos y sin matices para lo exigible a una firma de tanta solera. Si hace bueno, vale la pena hacerse de rogar para tomarlo al aire libre, en el patio. Pintores y escultores Cada alcoba exhibe su propia personalidad, no exenta de ciertas ínfulas versallescas. Doseles, grecas, estarcidos, volutas, rosetones, pasamanería de oro, espejos, candelabros, apliques de abanico, alfombras orientales... Nueve retablos seudorrománticos a través de los cuales el propietario rinde homenaje a pintores y escultores cordobeses de la talla de Miguel del Moral (211), Rafael Ortí Meléndez Valdes (221), Mateo Inurria (231), Julio Romero de Torres (241), Antonio del Castillo y Saavedra (251), Pedro Bueno Villarejo (261), Pablo de Céspedes (271), Tomás Muñoz Lucena (281) y Rafael Romero Barros (291). Una exaltación cursi del arte barroco que, sin embargo, encuentra adeptos entre quienes saben apreciar otros detalles menos visuales: lechos confortables, baños impolutos, ordenador personal con Internet gratis y, sobre todo, un servicio cumplidor y sinceramente amable.
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  • LA HOSPEDERÍA EL CHURRASCO, apoteosis de lo barroco en Córdoba
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  • Entre jazmines y buganvillas trepadoras
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