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  • Su mayor ventaja es, paradójicamente, su mayor inconveniente. El emplazamiento en la arteria neuronal del Burgos histórico -dedicada al conde fundador del reino de Castilla, Fernán González- lo convierte todas las noches en el centro de la movida burgalesa. Y, claro, así es difícil pegar los ojos hasta bien entrada la madrugada. Una lástima porque el acceso al hotel es relativamente cómodo: el garaje, en la misma calle, permite la carga y descarga del equipaje sin embarazos para el viajero ni para los transeúntes. Lo demás son gajes de un palacio que perteneció a los condes de Berberana desde el siglo XVI, en tiempos del fértil comercio con Flandes, cuyas riquezas e indisimuladas ostentaciones se recuerdan en el nuevo negocio de hostelería. Tras su arruinamiento como fábrica de harinas, en la primera mitad del siglo XX, el industrial Joan Calvet ha invertido lo suyo para convertirlo en el hotel de referencia en Burgos. El yerno de Calvet, Plácido Camarero, se explaya en descripciones históricas mientras guía al huésped por las instalaciones del flamante palacio hotelero. Su ocupación al frente del negocio no le distrae de bajar a la calle en pos del afecto clientelar, y aun de las críticas ajenas, siempre dispuesto a defender el gusto más que dudoso empleado en el atrezo de las estancias. Del salón los Arcos, denominado así por los cinco arcos góticos apuntados y las columnas seudojónicas de impresión pastelera que lo enmarcan, más vale no hablar. Tampoco de la pasarela acristalada sobre el zaguán que une los dos cuerpos de edificio, presidido por una lámpara evocadora de las tartas de desposorios bajo un plafón azul ultramar. Si hay que decir algo, vívanse las habitaciones privadas, que dejan a la vista sus verdaderos muros de piedra y los recovecos de su anterior uso palaceño. Aquí el diseño contemporáneo, pulcro y funcional, destierra por su confort y estética lo kitsch. Quizá les falte algo de luz natural, a causa de la estrechez de la calle, y una insonorización pertinente con el ajetreo finisemanal que se vive en el lugar. Una chocolatina como detalle Pero ningún detalle es superfluo a la hora de acicalarse, descansar, leer, trabajar o habitar el sueño. Sobre las camas atardece una chocolatina, el minibar abastece de refrescos los momentos más intempestivos, el televisor vieja ola desmenuza las noticias por un montón de canales, en el cuarto de baño se regala un neceser repleto de adminículos de aseo y, en la mesa de trabajo, se ofrece información sobrada del hotel junto a un plano de Burgos y un folleto de rutas por su alfoz. Los dormitorios de la segunda planta son algo más amplios que los de la primera, aunque en espacio y otros privilegios visuales ganan en preferencias los dúplex 415 y 414.
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  • PALACIO DE LOS BLASONES, combinación de detalles hospitalarios y habitaciones funcionales
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  • Muros de piedra en el centro de Burgos
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