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  • Dicen que las ciudades tienen la música que merecen. De ahí que el llamado Donosti Sound suene a letanía de pop lánguido, melancólico y con un punto bon vivant. Una idiosincrasia que algunos llaman, no sin envidia, el espíritu ñoñostiarra, cuando en realidad se refieren a la apacibilidad de un lugar en el que lo difícil es estresarse. Ni siquiera el sábado al caer el sol, a esa hora punta de trasiego de pintxos entre las callejas de lo Viejo, justo cuando se desearía disponer de un brazo extensor para alcanzar ese crujiente de txangurro o aquella croqueta de chipirón. Tampoco en verano, tres meses mágicos en los que, con un poco de suerte, se conjurará el buen tiempo y las benignas temperaturas medias (para julio y agosto, unos 25 grados) permitirán que San Sebastián palpite una vez más sacudida por los festivales: de jazz, en la plaza de la Trinidad; de música clásica, en el Kursaal, y de cine, simplemente, por todas partes. Entonces, recién cumplidos sus primeros 150 años como capital guipuzcoana, Donosti se dedicará a desmentir los tópicos del verano en la ciudad. Ni las aceras arden. Ni la ciudad hiberna. Muy al contrario, se convierte en un lugar ganado a la marea en el que todas las calles van a morir al Cantábrico. Un sitio capaz de darlo todo al veraneante. De la toalla en la recuperada playa de la Zurriola a los conciertos de jazz electrónico de la terraza del Kursaal. De las tiendas de complementos modernos a las copas en el barrio de Eguía. Todas las propuestas estivales se citan en una ciudad y un tiempo de plena efervescencia. Playas El paseo por el litoral donostiarra, de siete kilómetros y sin cruzar ninguna carretera, bordea las tres playas urbanas de la villa: Ondarreta, la Concha y la Zurriola, en su extremo oriental. La temporada playera se ha adelantado este año unas semanas, propiciada por el buen tiempo. Toldos y sombrillas, duchas y papeleras se apropiaron de la noche a la mañana de amplias zonas de arena. Al rebrote del mobiliario y servicios marítimos, los deportistas huyeron a las zonas acotadas para juegos playeros -pala, principalmente- y los perros desaparecieron. Se impone entonces otro ritual de tanta tradición como el tostarse al sol sobre la blanca y suave arena donostiarra: pasear por la orilla de la bahía de la Concha. De punta a punta, sorteando las rocas del Pico del Oro en marea baja, el tránsito humano llega a ser frenético en días calurosos o festivos. Cada playa tiene su idiosincrasia. Ondarreta, la más cercana a la explanada del Peine del Viento, con los hierros de Chillida salpicados por las olas, acusa revoltosas corrientes que dejan al descubierto piedras y rocas en la orilla. La Concha, a dos pasos del centro, mantiene su popularidad entre propios y extraños. Su Pico del Oro suele estar menos concurrido, aunque la arena desaparece en la pleamar. La Zurriola, en el barrio de Gros, prospera desde la remodelación del área y la construcción de los cubos del Kursaal, de Moneo. Favorita de los aficionados al surf, desde el año pasado, nudistas y textiles comparten en armonía la arena y las aguas de la que antaño se consideraba tercera playa. Comer En San Sebastián, comer es un placer para el estómago y, en términos absolutos, un palo para el bolsillo. Aunque en precio-calidad sea casi imposible superar la oferta donostiarra. La ciudad se reparte 14 estrellas de la Guía Michelin, con los restaurantes Arzak y Martín Berasategui en cabeza, con tres cada uno. De las escuelas de cocina está surgiendo un batallón de chefs que marchan después hacia los fogones del resto de Europa o montan su propio negocio en la ciudad. Éste es el caso de Ander González, del restaurante Astelena (Euskal Herría, 3; 943 42 58 67), con una carta creativa dentro de la tradición de la cocina vasca, para comer por unos 30 euros. Si se quiere degustar un menú típico de tortilla de bacalao, chuleta y pimientos del piquillo, nada mejor que una sidrería. Por ejemplo, Barkaiztegi, en el barrio de Martutene (943 45 13 04). Los pinchos -o, como dicen los entendidos, la comida en miniatura- son palabras mayores en Donosti. Hay una fuerte competencia por salirse de lo habitual con sofisticadas novedades como las que ofrece la selección (por surtido y calidad) de La Cuchara San Telmo (Treinta y Uno de Agosto, 28, trasera). Aunque al final sean las croquetas, según los entendidos, el mejor baremo para juzgar el arte y la calidad de un bar. Entre los últimos establecimientos en abrir sus puertas están cosechando buena fama El Lagar, en el barrio de Gros (Zabaleta, 55; 943 32 03 29), e Hika Mika (Etxaide, 4; 943 43 13 35), con sus pinchos de pastel de pescado, ropa vieja, codillo... Ambos ofrecen raciones y un elaborado menú del día. La prueba de fuego de los bares tradicionales se pasa en la Bodeguilla Donostiarra (Peña y Goñi, 13; 943 29 02 28). De la simple gilda (guindilla, anchoa y aceituna), el comensal avanza al indurain (seis guindillas, trozo de bonito y cebolleta) y a la bomba del bocadillo mixto de guindillas, anchoas y bonito. Salir Queja recurrente de los noctámbulos en la ciudad: dan las tres de la madrugada y la oferta de copas se reduce escandalosamente. A Bataplán y a Komplot. En otras palabras: a house con vistas al mar o a contundente electrónica. Un viejo dilema para el que los locales alrededor de la plaza de toros de Illumbe como el Rock Star se postulan últimamente como tercera vía. Menos mal que antes del toque de queda la ciudad satisface a casi todos. Un buen sitio para comenzar es el Akerbeltz (Mari, 19), un pequeño bar al borde de lo Viejo con un capital incalculable: su terraza es, literalmente, el puerto de San Sebastián. Cerca de allí, la zona de Reyes Católicos (de espaldas a la iglesia del Buen Pastor) se vertebra alrededor del Boss, probablemente el único bar de rock con pecera y piraña viva incluida; el Splash, o el Udaberri, un local de dos plantas con sillones rojos y ambiente neoyorquino arriba, y dj's con lo último en sus maletas en el sótano. Más tarde, el Bukowski (en Eguía, 19), un imprescindible cuyas referencias estéticas se reparten entre un castillo en los Cárpatos y la guarida soñada del novelista que bautizó el bar. Un clásico (Etxekalte, en Mari, 11) y un recién llegado que también es restaurante (Branka, en el paseo de Eduardo Chillida, 13; 943 31 70 96; hasta las 3.00) son dos ejemplos de que musicalmente la ciudad tiene un alma negra más allá del pop con denominación de origen de La Buena Vida y Duncan Dhu. En el primero, dj Javi P3z reside como la institución de la electrónica de salón que es, mientras que en el segundo los programadores se empeñan en ofrecer en consonancia con la música, por ejemplo, originales actuaciones gastronómicas a cargo del pianista de jazz local Iñaki Salvador. Tiendas Si existiese un índice de compras exquisitas per cápita, San Sebastián estaría en los primeros puestos. Tejas de Tolosa o pastel vasco, zapatillas de importación o discos de vinilo, y, por supuesto, ropa. Por ejemplo, de Loreak Mendian. Un clásico moderno que cumplió en mayo 10 años desde la apertura de su primer establecimiento en el puerto. Tiempo suficiente para pasar de ser la factoría de las camisetas con margarita estampada a un referente en la moda donostiarra con originales proyectos como el que les ha llevado a reeditar la chaqueta que usó en 1974 la primera expedición vasca en ascender al Everest. Toda su ropa y de otras marcas como Comme des Garçons, Adidas o Pony, en sus dos tiendas: la original (Mari, 21; 943 42 15 44), donde se pueden comprar maxis de música electrónica, y la nueva (Hernani, 27; 943 43 41 76), en cuyo sótano un corte de pelo en Oscarph (943 42 47 60) completa la moderna puesta a punto en el taller de las tendencias. Los diseñadores nuevos (jóvenes no, por favor) como Agua del Carmen, Yono Taola, Marlota o Marta Terán hallan su espacio en Diagonal (Larramendi, 7; 943 46 37 54) -una pequeña boutique montada por Amaya Samper, diseñadora de Fulanita y Menganita, y Sandra Villastrigo, encargada de los complementos- y Dos en la Carretera (Reyes Católicos, 11; 943 45 05 62), donde la inspiración mod de las motos Lambretta y el cine inglés se combina con las cajas de frutas de plástico. De vuelta a lo Viejo, Pukas (Mayor, 5; 943 42 72 28) es esa inevitable tienda de surf y skate que se ha sabido trascender a sí misma en un nuevo espacio, más fashion, donde se puede comprar un polo Stussy, un disco de Stark Reality o unas chanclas Van's. En Drum (General Etxague, 2; 943 43 04 20), los discos son pocos, pero muy bien elegidos, y las exposiciones, temporales en la planta baja (hasta el 9 de julio cuelgan los diseños de José Luis Lanzagorta). En Beltza (San Juan, 9) en cambio, hay vinilos para toda una vida. Si antes no expira la tarjeta de crédito. Vistas De una punta a otra de la ciudad, el paseo del litoral no presenta más desniveles que los de las propias aceras. Más allá sobran las pendientes y las panorámicas sobre la ciudad. La que sube al palacio de Miramar, entre Ondarreta y la Concha; la que trepa al castillo de Urgull y su imponente estatua del Sagrado Corazón, o la que se encarama al monte Igueldo y su deliciosamente anacrónico parque de atracciones, construido en 1912, cuando las montañas suizas de madera o la casa de la risa aún eran capaces de provocarte un vuelco al corazón. Las vistas más amplias sobre la ciudad se encuentran desde este lugar. Desde el puerto, las motoras parten regularmente hacia la isla de Santa Clara, en el centro de la bahía, desde la que se disfruta de manera especial de los fuegos artificiales de la Semana Grande, del 14 al 21 de agosto. Y desde Sagues, en la punta este de la Zurriola, las puestas de sol cortan la respiración. Las agradables terrazas de este rincón abren hasta última hora de la noche. Desde ahí arranca además la senda de los acantilados del monte Ulía, un recorrido recientemente balizado de unos siete kilómetros entre helechos, arboledas y una atalaya desde donde siglos atrás se vigilaba la pesca de ballenas.
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  • Verano de citas musicales, playeras y gastronómicas en la capital guipuzcoana
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  • Tres meses mágicos en San Sebastián
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