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  • En casi todas las zonas vinícolas españolas existen bodegas con tiendas de venta al público. Incluso empiezan a proliferar las que disponen de pequeños restaurantes, al más puro estilo del Napa Valley californiano, donde se ofrecen menús desenfadados destinados a realzar los vinos elaborados en sus instalaciones. Lo que no es tan habitual es que una almazara se transforme en un minicomplejo donde se alojan un restaurante y unos grandes salones para la celebración de eventos. Éste el caso de La Boella, una gran masía del siglo XII, próxima a la costa tarraconense, situada en medio de un olivar de 250 hectáreas, con tantos pabellones, cavas subterráneas y jardines anexos, que el asunto de la producción de aceite, actividad fundamental, casi parece un mero accidente. En pleno verano, el mayor atractivo de su restaurante reside en las mesas que ocupan la terraza, lugar encantador por las noches, rodeado de vegetación y plantas aromáticas, donde los aromas del romero, el tomillo y la albahaca se superponen a las fragancias de la hierbabuena. En su interior, una decoración teatral clásica, con detalles de diseño, inspirada en la obra del artista Mariano Fortuny i Madrazo, cuyos estampados ornamentan el comedor y la carta. Y en las mesas, una cocina mediterránea sensata, basada en los productos locales, pero abierta a las corrientes de vanguardia. Platos sabrosos Su artífice, el sevillano Manuel Ramírez, que apunta buenas maneras, emerge por encima de este espacio para poner a punto platos sabrosos en los que deja constancia de sus conocimientos. Su menú degustación permite paladear platos ligeros, de sabores nítidos e intensos. Para abrir boca, una sopa fría de tomate en la que nadan tropezones de bogavante, tacos de sandía a la brasa y jugo de albahaca granizado. Luego, una mezcla de germinados con tortilla de trufa de verano, donde la textura crujiente y terrosa de los vegetales se contrapone a la delicada suavidad del huevo. En el plato que sigue, un emocionante alioli esponjoso y un suculento helado de salsa romesco juegan a realzar unos lomos de pez San Pedro que, lamentablemente, llegan a la mesa bastante resecos. Se concluye con una aceptable paletilla de cabrito confitada en el aceite de oliva de la propia finca con butifarra y patatas crujientes, autenticidad y sencillez en la misma receta.
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  • LA BOELLA, una almazara convertida en restaurante, en Tarragona
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  • Sabores nítidos en medio de un olivar
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