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  • Se rasga el cielo de papel, y de la pequeña cúpula emerge un ángel -sujeto por un cable- que desciende suavemente y porta en sus manos una corona. Vuelan palomas, estallan fuegos artificiales y el descenso de la criatura viene envuelto en miles de pétalos de rosa y confetis de oro y plata. Suena la música, se extiende la emoción. En La Raya de Santiago, pedanía a unos cuatro kilómetros de Murcia, coronan al anochecer del 15 de agosto a su Virgen, Nuestra Señora de la Encarnación, hermosa imagen realizada en 1798 por Roque López, del taller de Salzillo. Muy cerca de allí, en Elche (Alicante), unas horas antes se ha producido, en la barroca basílica de Santa María, la asunción y coronación por la Santísima Trinidad de la Maredéu. Seis siglos contemplan esta celebración extraordinaria, primer bien español declarado por la Unesco obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. El origen en La Raya de Santiago es mucho más cercano. Y además tiene nombre y apellidos. José López Ros decidió, tras ver en la posguerra la Festa ilicitana, que en su pueblo iban a hacer lo mismo. O parecido. Resulta apasionante el mestizaje, las interrelaciones, las influencias, las idas y venidas y la ausencia de fronteras en las fiestas populares españolas. Y emociona ver los derivados de tradiciones secularmente mantenidas. En La Raya desarrollaron, a partir de 1942, diversas modalidades que han desembocado en la forma actual: un templete de hierro con cuatro columnas rematadas con una semiesfera de listones flexibles, separada del exterior por un bastidor de madera. El proceso fue complicado: a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, según datos de Pedro Cecilio Cermeño, se instaló un cable desde el campanario de la iglesia hasta una de las casas de enfrente, deslizándose por él un muñeco que portaba la corona; pero se atascó. Aún tuvieron que sufrir alguna que otra desilusión, como la de 1973, cuando la niña designada (son muy pequeñas, de unos seis años) tuvo miedo y se negó a bajar: la corona descendió sola, amarrada a una maroma. Desde entonces, el ángel del año anterior permanece como reserva.
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  • Un ángel entre confetis
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