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EN SU VIAJE POR tierras italianas, Goethe consigna la impresión que Sicilia le produjo con esta frase: "Italia sin Sicilia no grabaría ninguna imagen en el alma: aquí se encuentra la clave de todo". Nada más cierto, pues el viajero hallará en esta isla (donde Empédocles, filósofo, médico y maestro de la retórica, se quitó la vida en el siglo V antes de Cristo) múltiples y variados estímulos espirituales: desde el Etna -con su erupción cíclica cada diez o doce años, que arrasa los caminos y el funicular- hasta los impresionantes y bellísimos templos griegos, como el de Segesta (inacabado) o el de la Concordia, en el Valle de los Templos (Agrigento), rodeado de olivos y donde la lectura de Píndaro nos anuda un poco a las raíces casi perdidas de Grecia.
Si buscamos mosaicos, encontraremos en Villa Casale abundancia de ellos, bien conservados, aunque mal cuidados; en Monreale, Cefalú y Palermo admiraremos mosaicos bizantinos que testimonian el esplendor de estas ciudades, y podemos pasear al atardecer por el delicioso pueblo de Taormina -a poder ser, sin la habitual avalancha de turistas-, donde griegos, cartagineses, romanos, árabes y bizantinos dejaron su impronta.
La fina sensibilidad de Goethe, allá por 1787, frente a la belleza de Sicilia, ya le sugirió esta interrogación que a nosotros nos suena familiar: "¿Por qué nosotros, hombres modernos, vivimos tan dispersos, por qué nos sentimos incitados a retos que no podemos afrontar?".
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