|
opmo:content
|
-
SIEMPRE HE ADMIRADO a los grandes viajeros, aquellos que emprendían un camino con rumbo desconocido, sin saber cuándo volverían y sin posibilidad de comunicación ni de auxilio. Ahora sólo nos queda seguir sus pasos, con más información, seguridad y comodidad. El gran naturalista y científico alemán Alejandro de Humboldt emprendió en 1799 un largo viaje que le llevaría por diversas regiones de Suramérica. Uno de sus objetivos era cartografiar y fijar las coordenadas geográficas de la unión natural existente entre los ríos Orinoco y Amazonas. Y tras un recorrido lleno de penalidades, lo consiguió.
Hoy, el caño del Casiquiare sigue tan despoblado y enigmático como cuando lo recorrió Humboldt. Tierra fronteriza entre Venezuela y Colombia, cerca de Brasil, está cubierta por una intrincada selva, que tan acertadamente describiera Rómulo Gallegos: "Árboles, árboles, árboles... La exasperante monotonía de la variedad infinita". La curiara, una canoa construida con el tronco de un árbol, es el único medio de transporte posible.
Nuestro punto de partida fue La Esmeralda, al pie del Duida-Marahuaca, tepuy sagrado de los yekuanas. Este poblado se encuentra a orillas del Orinoco, cerca de su división para dar origen al caño del Casiquiare que, tras recorrer 370 kilómetros, termina en el río Negro, uno de los principales afluentes del Amazonas. El Casiquiare serpentea por una zona de selva declarada reserva de la biosfera por la Unesco. Entre su riquísima biodiversidad destacan los palmerales, los bejucos y epifitas, y aves de todo tamaño y colorido. También nos acompañaron las simpáticas toninas, delfines de agua dulce, y las nutrias gigantes, llamadas aquí perros de agua. San Carlos de Río Negro, pequeño pueblo con sabor colonial fundado por los españoles en 1759, fue el final de este impresionante e inolvidable periplo.
|
![[This page as RDF]](http://webenemasuno.linkeddata.es/static/rdf-icon.gif){kind=icon}