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  • Ordesa es, sin duda, el más majestuoso de los valles de los Pirineos, abierto desde los altos escarpes de las denominadas Tres Sorores o Tres Hermanas, compuestas por el Cilindro de Marboré, el Monte Perdido y el Soum de Ramond, considerado el macizo calcáreo más alto de Europa. Las cimas dejan caer en vertical sus peladas laderas de piedra gris hasta hundirse en los verdes abiertos del circo de Soaso, fondo de saco donde viene a morir el vertiginoso cañón del río Arazas, labrado por los hielos glaciares durante miles de años. El valle de Ordesa se muestra grandioso, flanqueado por paredones que crecen hacia el cielo con trepidantes desniveles de hasta 1.500 metros y una verticalidad que asombra en precipicios como los del Tozal del Mallo, Punta Gallinero y Punta Tobacor. Una silueta de cumbres desnudas, donde la fauna más agreste y recatada elige sus rincones inaccesibles para medrar sin las molestias de los miles de visitantes que recibe cada año este singular paraje. En el aire, el amenazado quebrantahuesos, y sobre las fajas que cuelgan de los abismos, los ágiles sarrios de ganchudos cuernos, agrupados en pequeños rebaños. A media altura, el ecosistema subalpino tiene como protagonista vegetal al pino negro en forma de oscuras manchas salpicadas de un sotobosque de rododendros y arándanos. En el fondo del valle prospera un espeso bosque mixto de hayas, robles, serbales, abedules, mostajos y arces que luce sus mejores galas durante la otoñada. Perdices pardillas, verderones serranos, piquituertos, colirrojos y pitos reales pertenecen al abundante grupo de aves que se prodiga en estos lares. Y entre las espesuras vegetales, algunos pequeños cazadores, como garduñas, comadrejas y armiños. El descubridor de los prodigios escondidos en el valle aragonés del río Arazas fue Louis François Elisabeth Ramond de Carbonières, un naturalista, viajero y escritor francés que en 1787, tras subir a la Brecha de Rolando desde Gavarnie por la senda de los contrabandistas, quedó prendado por el esplendor del Monte Perdido. A finales del siglo XIX, otro explorador francés, Lucien Briet, cruzó la frontera y encaminó sus pasos hacia el más singular de los paisajes ibéricos, dominado por enormes despeñaderos de piedra y reinado por el silencio. Hechizado por las prodigiosas hechuras del valle de Ordesa y el macizo de las Tres Sorores, inició una ardua campaña para preservarlo de las hachas de los leñadores y las escopetas de los cazadores. Tres años antes de morir vio cumplido su deseo con la creación en 1918, de forma casi paralela al de la Montaña de Covadonga, del parque nacional de Ordesa. Hoy cuenta con más de 15.600 hectáreas tras la adhesión, en 1982, de los valles de Pineta, Escuaín y Añisclo. Acercarse a la cima Existen varias opciones para afrontar la ascensión al Monte Perdido (3.355 metros): desde el valle de Añisclo, desde el de Pineta, desde el circo francés de Gavarnie; pero la más fácil es la que remonta el valle de Ordesa, aunque no la exime de su dureza. Esta ruta tiene, durante el otoño, el aliciente de atravesar los bosques de hayas, robles y serbales que pueblan las orillas del río Arazas. Una excursión de fácil acceso para cualquier montañero, aunque por las 15 horas de ida y vuelta se recomienda realizarla en dos jornadas, utilizando el refugio de Goriz para pernoctar. Para los menos atrevidos, acercarse hasta el refugio (entre tres y cuatro horas cada trayecto) supone un logro recompensado por un paisaje de alta montaña excepcional. El punto de salida será el estacionamiento del parque nacional, en la Pradera de Ordesa (1.300 metros), desde donde se toma el camino principal hacia el circo de Soaso y la Cola de Caballo. Todo este primer tramo transcurre entre bosques, con el estruendo de las turbulentas aguas del Arazas saltando entre bellas cascadas, como las de la Cueva, del Estrecho y las famosas Gradas de Soaso. Alcanzada la Cola de Caballo (1.800 metros), se cruza el puente para seguir por la vereda que trepa por las llamadas Clavijas de Soaso hasta la cornisa superior del circo glaciar. Las vistas del cañón son impresionantes, con la brecha del río arropada por las Murallas de la Fraucata. Tras superar algunos zócalos de piedra, la senda llega a los prados donde se asienta el refugio Delgado Úbeda o de Goriz (2.185 metros). La subida al Monte Perdido supone otras cuatro horas de camino, que se pueden emprender seguidas o dormir en el refugio y acometer la ascensión a primera hora de la mañana. Desde el refugio, la senda continúa bien señalizada hasta llegar a un rellano de grandes bloques de piedras aborregadas, donde los pasos se pierden y hay que fijarse en los hitos de piedra que marcan el itinerario. La llegada al lago Helado (2.980 metros) es el último tramo, con la canal de la famosa Escupidera ante los ojos, un corredor de piedras sueltas con una inclinación de casi 40 grados. Es el esfuerzo final y todas las precauciones son pocas, sobre todo si hay nieve. En la cumbre, la panorámica sobre los valles y cimas del macizo del Monte Perdido, junto al resto de las crestas pirenaicas en el horizonte, se hace inolvidable.
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  • A pie por los valles y senderos del parque nacional de Ordesa
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  • Otoño en el Monte Perdido
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