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  • Cal Naudí no es un paso más en la carrera empresarial de Antonio Carulla, propietario de tres restaurantes de menú en Barcelona. Nacido en Puigcerdá hace 55 años, ha arrimado el hombro toda su vida para que las cosas le fueran bien y las comodidades se presentaran sin tardanza. Su nuevo proyecto hostelero, en la comarca tarraconense del Montsià, supone, por fin, la culminación de sus aspiraciones ante la jubilación, el inicio de otra carrera sin estrés ni malos humos urbanos en compañía de su pareja, Isabel Crespo. Sobre los fundamentos de una antigua casa de campo aislada entre las montañas de Ulldecona, a sólo tres kilómetros de Les Cases d'Alcanar y sus playas, el transmutado empresario se ha hecho construir un hotelito que destila, con celebrados aciertos e inexcusables equivocaciones, la personalidad de quien ha empezado desde cero y se presenta como un hombre hecho a sí mismo. Méritos no le faltan a la hora de embarcarse en esta nueva aventura. Podía haber adquirido una finca más pegada a la carretera N-340 y esperar a que los clientes llegaran solos, pero Carulla se propuso un repliegue al enclave más perdido de la provincia. Un rincón hermético a los ruidos de la civilización, cuyas únicas excepciones son las que causan él, su familia y sus huéspedes, no más de lo que permite la limitada capacidad del establecimiento. El resto se lo distribuyen, por dictado de la naturaleza, las aves diurnas y los grillos noctámbulos. Próxima renovación A pesar del afán por alumbrar un hotel con encanto, la intervención arquitectónica adolece de una carencia conceptual resultante de haber sacrificado la estructura cúbica original de la casa en favor de un porche acristalado a dos aguas literalmente empotrado sobre una de sus esquinas. Luminoso, sí, y con amplias vistas sobre el horizonte sin límites de olivos, palmeras, algarrobos, montes y mar, pero agresivo con el perfil mediterráneo que se les supone a estas construcciones. En el interiorismo hay un excesivo almacenamiento mobiliario, demasiada carga pictórica sin valor y una ineficiente adaptación ambiental de lo que infundía la casa original. El propietario se plantea un cambio radical e inminente en la morfología del hotel y procederá el año que viene a ampliar el número de dormitorios y subsanar los vicios estilísticos del edificio. Nadie puede quejarse, sin embargo, de la holgura ofrecida en las alcobas ni de las aún mayores dimensiones de las terrazas. Ninguna baja de los 30 metros cuadrados de superficie útil, y la suite 1 supera ampliamente los 45 metros cuadrados, tamaño poco habitual en los hoteles rurales. Quizá se dude de algunas de sus cualidades estéticas, pero no falta un buen sofá donde tumbarse, sillas y sillones donde sentarse cómodamente, un escritorio, minibar, monitor de televisión, así como un orden luminotécnico de halógenos que acomodan la retina a cada situación o estímulo nocturno. Antonio Carulla e Isabel Crespo procuran que sus huéspedes descubran en Cal Naudí la elasticidad virtual de la molicie, sensación por antonomasia de unas vacaciones en el campo. Aquí, el silencio duele en los oídos.
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  • CAL NAUDÍ, tranquilo enclave próximo a la costa de Tarragona
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  • Un hotel que vale el desvío
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