PropertyValue
opmo:account
opmo:content
  • Durante varias décadas, el viaje a Andalucía por la antigua carretera nacional invitaba a aliviarse entre los carros y tinajas que significaban la entrada al parador de Manzanares. La Mancha era, entonces, un horizonte inabarcable de llanuras vacías, viñedos retorcidos, tierras en barbecho y pueblos olvidados en la distancia. No valdría otro escenario para dar trote a Don Quijote, ni aunque se abrieran mil ventas camineras o posadas encantadas. Sólo tras la puesta en servicio de la autovía, que hace ya innecesario el desvío, esta parada y fonda adquiere sentido en sí misma, libre de los avatares del viaje, inmarcesible en su apariencia de quintana manchega, redecorada dos años atrás para agradar a quienes se detienen en ella por el placer de comer bien, dormir mejor y contemplar a través de los cristales el paisaje manchego. Una interiorista de la casa, Susana García, ha comprometido su nombre en modernizar las habitaciones del parador sin desleír en el caldo de la historia un rico anecdotario de caminantes escrito tras el viejo pórtico de entrada. En pie desde la Segunda República, estos muros relatan en el imaginario viajero cómo se encapilló el torero Ignacio Sánchez Mejías la noche antes de su muerte, en 1934. Luego fueron las cinco en punto de la tarde en la pluma también condenada de García Lorca. Cliente fiel de los paradores nacionales, Pedro Muñoz Seca cita al de Manzanares en su obra teatral El refugio. Textiles dramáticos en beis y rojo, esteras azules y verdes, muebles de madera noble, apliques de forja, escenas campestres pintadas por Gloria Merino... Importan los detalles, pero ante todo la melancolía que produce su arquitectura sin nombre, espectral en la noche manchega. Vitalizante en verano, la piscina trasera alimenta esa sensación de gravidez extemporánea en medio del tapiz otoñal de hojas caídas y soledad en sazón. Más alegres relucen ahora los portones de carruajes y el arco principal, teñidos de azul ultramar. Escenas del azafrán Por dentro, el edificio reviste toques de diseño en los paneles de arpillera intercalados entre las habitaciones, o en los perfiles de las puertas y carpinterías, más estilosos que lo que había. Incluso el restaurante Azafrán, instalado en la antigua rotonda, aparece bajo un gran mural de cerámica con escena de recolección azafranera, lamparitas de rafia y un mobiliario actual ambientado en verde. Un expendedor de hielo en servicio las 24 horas del día en cada planta evoca sin complejos una innovadora propuesta formulada por la cadena de hoteles AC. Todos los dormitorios están medianamente bien insonorizados, a pesar del zumbido sordo de la autovía que flanquea el parador a sólo cinco metros de su escudo vegetal, perceptible en cuanto se abren las ventanas. Un consejo: solicitar aquellos de numeración inferior, más alejados del asfalto.
sioc:created_at
  • 20051015
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 642
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 11
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20051015elpvialbv_6/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • PARADOR DE MANZANARES, un alto en plena N-IV cargado de anécdotas y literatura
sioc:title
  • Una quintana en la llanura manchega
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all