PropertyValue
opmopviajero:IPTCMediaType
  • text
opmopviajero:IPTCMimeType
  • text
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • La primera ciudad de la era industrial. Modelo a copiar, o corregir, para los centros emergentes en la revolución fabril que cambió el mundo a partir de la segunda mitad del XIX. ¿Por qué Manchester? Por el algodón. El clima suave y húmedo; la abundancia de ríos capaces de trajinar molinos; la cercanía del puerto de Liverpool, por donde entraba la materia prima procedente de América o de la Commonwealth. La faz de Manchester cambió radicalmente. Los pináculos góticos de la catedral y las casas y pubs de entramado medieval quedaron anegados bajo un manto de chimeneas de ladrillo, fábricas, palacios residenciales a la italiana para los amos del algodón y almacenes urbanos (warehouses). En las fábricas, tres cuartas partes de los operarios eran mujeres y niños que trabajaban 12 horas diarias; el Museo de la Tecnología revive las luces y sombras de aquella eclosión. Engels, que vino a ocuparse de una fábrica en la que era socio su padre, y vivió en Manchester 22 años, instó a Karl Marx a que viniese él también, si quería ver a la clase obrera en su salsa; Marx y Engels discutían en un rincón apacible de la biblioteca de la Chetham School, que se conserva tal cual. Después de la Primera Guerra Mundial, la industria textil comenzó a decaer. Las bombas nazis de la segunda contienda mundial arrasaron el centro. En 1996, un potente artefacto del IRA abrió nuevos agujeros en el corazón urbano. Los ediles y ciudadanos vieron el lado positivo de la hecatombe: el reto era recomponer la ciudad. Esta vez, gracias al urbanismo y la arquitectura. Edificios con nuevos usos Cualquiera que esté interesado en ambas cosas tiene en Manchester meta obligada. Siguen deslumbrando, claro está, la catedral gótica, la Chetham School, el imponente Ayuntamiento neogótico, algunos palacios y warehouses entregados a nuevos usos. Un aspecto singular son los edificios mutilados de guerra, absorbidos en nuevas estructuras. La antigua Bolsa, por ejemplo, aloja ahora en sus tripas eduardianas un escenario experimental; otro edificio histórico, el Free Trade Hall, y un warehouse próximo han sido parcheados a lo grande y transformados en hoteles de lujo (Radisson y Malmaison). La Manchester Art Gallery, intervenida por Daniel Hopkinson; el llamado Triangle (almacén transformado en centro comercial), o la imprenta de un antiguo periódico, ahora centro de ocio (Printwork Centre), son otros ejemplos del logrado ensamblaje entre lo viejo y lo nuevo. Desde cualquier esquina puede uno saborear el contraste, generalmente armonioso, entre piedras o ladrillos victorianos y aristas de cristal, escamas de titanio o texturas sofisticadas que parecen romper la gravedad, convirtiendo el paseo en pura diafanidad y ligereza. Los antiguos muelles de Salford -ciudad satélite y portuaria devenida en barrio- también han sido objeto de una transfiguración. Daniel Liebeskind (el encargado de levantar las nuevas Torres Gemelas de Nueva York) ha diseñado un Museo de la Guerra que es un monumento vivo a la paz, y una de las construcciones más atrevidas. Tanto, que el propio edificio acapara el protagonismo. Algo similar ocurre con el centro de arte Lowry, apostado enfrente, al otro lado del canal: los cuadros del artista local L. S. Lowry, las exposiciones temporales o los eventos culturales no arrancan tanta empatía como las propias estructuras ideadas por Michael Wilford. A escasa distancia de este polo cultural, el estadio del Manchester United asombra también por su estética. Arquitectos de firma En pleno centro histórico parece haberse abierto la veda para los arquitectos de firma. El edificio Urbis, de Ian Simpson; la biblioteca Hollings; el auditorio Bridgewater Hall; las oficinas o apartamentos firmados por Simpson en Deansgate, o por Stephenson Bell en Chorlton Park; todo ello hace de Manchester un manual de creatividad. Lo último que se está construyendo, junto al Trinity Bridge de Santiago Calatrava, es el que será el rascacielos más alto de Inglaterra (52 pisos), diseñado por Ian Simpson, encargado del plan urbanístico de la City, tan apreciado aquí como Norman Foster (que es de Manchester, pero no ha trabajado en su ciudad). Naturalmente, si Manchester se sitúa en la vanguardia del urbanismo y la arquitectura es porque nunca ha dejado de estar en la vanguardia social. No sólo empezó allí la Revolución Industrial, también el movimiento sufragista, o el vegetarianismo, o la liga profesional de fútbol. La vida cultural es envidiable, teniendo en cuenta que toda el área metropolitana no llega al millón de almas. El llamado Village no es exactamente un gueto, pero sí el barrio más divertido de la ciudad, resucitado por la comunidad gay. Éste es, en agosto, epicentro del Gay Pride, con un big weekend vertebrado por un desfile con cientos de miles de participantes. Manchester se liberó hace tiempo de la grisalla industrial y luce ahora los colores del arco iris.
sioc:created_at
  • 20051022
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
opmopviajero:longit
  • 1028
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 3
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20051022elpviavje_3/Tes (xsd:anyURI)
dcterms:rightsHolder
  • Diario El País S.L.
opmopviajero:subtitle
  • Manchester, antiguo epicentro industrial, vive un profundo cambio urbano
sioc:title
  • Una ciudad en primera línea
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all