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  • Es muy diferente", repite Fina Puigdevall. "Es otra cosa". La advertencia no levanta los ánimos de los visitantes, convencidos de que lo que van a ver en Olot (Girona) son simplemente las habitaciones anexas a un restaurante que hace sólo unos meses recibió una estrella Michelin, Les Cols. A la estrella le precede más de una década de trabajo. Puigdevall, cocinera y propietaria de Les Cols, se mueve rápido y sigue levantando expectativas con su ilusión. Son sólo cinco habitaciones, "pero son muy especiales". Ni siquiera las llaman habitaciones: son pabellones. A un lado queda el restaurante, negro y dorado, ubicado en una masía que exteriormente conserva su aspecto original. Al otro, una habitación oscura con tierra volcánica y, en su interior, un pequeño mueble negro. Sobre el mueble, dos coles. Ésta es la recepción. O, mejor, en su metalenguaje, el preámbulo. Desde aquí, la luz del día invita a atravesar la habitación. El escenario sorprende al visitante: unas gigantes cañas de río en verde y acero indican por dónde empezar. Una interminable y estrecha pasarela metálica divide en dos las habitaciones, flanqueadas por palas verdes de cristal de tres metros de altura en distintas posiciones para jugar con los reflejos. Todo es de cristal, transparente, en un verde dominante. Todo se refleja. Se abre la puerta de una de las habitaciones. El suelo es de cristal. Y bajo esa transparencia, un segundo suelo negro, voluminoso, que imita las formas de la lava volcánica en movimiento. Un guiño a la comarca de La Garrotxa, cuajada de volcanes extintos. Las paredes también son transparentes. Y, por supuesto, el techo, lo que permite que el azul se cuele sin pedir permiso. Sofá, cama y mesa El pabellón está vacío. No hay muebles, ni televisor, ni interruptores. Sólo una colchoneta verde a tiras. Servirá de sofá, de cama y de mesa. Aquí el lujo es el espacio. Parece que los árboles entran en el dormitorio y que la antigua masía está muy cerca. El único elemento sofisticado visible es un panel de control para dominar los sutiles puntos de luz, la climatización y el movimiento de las persianas. A la hora de dormir, la transparencia desaparece gracias a las lonas que cubren este ilimitado cubo de cristal. Sólo hay una puerta que inquieta. Es el camino hacia el lavabo. Otra sorpresa. En la pila no hay grifo, es una enorme palangana rectangular de acero por donde fluye el agua. Al otro lado, una ducha y un charco-bañera relleno de piedras de río. El baño siempre está a punto. "El objetivo es que la persona se encuentre en un espacio donde recuperar el valor del tiempo y la calma, valores que en el mundo contemporáneo se están desvirtuando", explica Rafael Aranda, uno de sus creadores. Aranda pertenece al equipo de arquitectos RCR Aranda Pigem Vilalta, responsables también de la arquitectura del restaurante Les Cols. Y como en la obra anterior, el acero, el cristal y el futurismo son los protagonistas. Este intento de despojarse de lo material, de recuperar lo esencial, puede resultar costoso de asimilar al principio. Así lo ha expresado alguno de los primeros huéspedes de los pabellones. Sorprende la colchoneta que, por la noche, los empleados transforman en cama. Son piezas acopladas por las que se filtra la luz durante el día. La construcción de este mundo vegetal transparente ha tardado más de año y medio en completarse; pero la idea se gestó casi a la vez que el restaurante vivía una profunda reforma. "Queríamos conseguir al máximo la sensación de exterior, pero es un exterior-interior", subraya Aranda. A la arquitectura de pabellones le rodea la antigua muralla de la casa. Y los pabellones, de tres tamaños, siguen la estructura de los huertos de otra época. Huertos que en otros lugares de la casa siguen abasteciendo al restaurante. La experiencia incluye el desayuno rústico en la cama, compuesto por dos enormes bandejas con zumo, un termo de café, uno de leche, tostadas y mermeladas caseras (hay que probar la de tomate), pan del horno de leña de Hostalets d'en Bas con tomate, queso de la zona y una longaniza artesana de Olot. Si el estómago no logra acabar con todo ello, el restaurante prepara una mochila con vino, pan, longaniza y queso para disfrutar de alguna excursión durante el día. La insólita experiencia, con desayuno incluido, sale por 240 euros. "Nuestra cocina también es muy respetuosa con el orden natural de las estaciones y la temporalidad de los alimentos. Nos gusta enaltecer los productos humildes. Es el concepto de la esencialidad, de la austeridad, del lujo de la luz y del silencio; dejarse llevar por la atmósfera, por la carga contemplativa que desprende...", explica Manel Puigvert, copropietario y director del restaurante. Y añade: "Es la arquitectura del silencio". .
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  • El restaurante Les Cols, en Olot, abre un hotel con cinco habitaciones
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  • Descanso y silencio de cristal
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