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  • Empezar a hablar de un lugar por su catedral puede no ser lo más original del mundo. Pero el caso de Otranto es una excepción. Al cruzar el portal de su templo mayor, uno se sumerge al instante en la historia, otrora manchada de sangre, de esta localidad costera de poco más de 5.000 habitantes. En una de sus naves laterales, al fondo, se acumulan tras unas vitrinas acristaladas los huesos y cráneos de los Mártires de Otranto, 800 cristianos que en 1480 fueron masacrados por los turcos. Impresiona, la verdad. Pero no todo es tan funesto en esta construcción levantada a finales del siglo XI. Don Pietro o Don Grazzio, los párrocos, señalan los enigmas del mosaico que cubre todo el suelo. Compuesto entre 1163 y 1166, el dibujo representa el árbol de la vida, sostenido por dos elefantes indios, en cuyas ramas se extienden bestiarios medievales, héroes de poemas caballerescos, escenas bíblicas o signos del zodiaco. Dice la leyenda que quien entienda su significado olvidado habrá descubierto el lugar donde se esconde el Santo Grial (no, Indiana Jones nunca existió). La fusión de tradiciones occidentales y orientales plasmada en este mosaico viene muy a cuento con el pueblo. A esta antigua colonia griega, tan estratégicamente situada, se la conoce como la Puerta de Oriente. Una puerta muy fácil de abrir, a tenor de todos los que se han colado sin pedir permiso: aparte de los griegos, romanos, normandos, bizantinos, turcos, franceses y un largo etcétera. Algo bastante común en toda la península de Salento. El caso más reciente, la batalla que se libró en 1915, durante la I Guerra Mundial, en Gallipoli, bella localidad a pocos kilómetros de Otranto. Retrocediendo en el tiempo, las huellas de diferentes culturas se ven también en los dólmenes y las numerosas grutas con restos prehistóricos, como la de Zinzalusa. O en el gryko, un dialecto del griego que sólo se habla en determinados pueblos de esta región y en Calabria. Dicho esto, mejor nos movemos. Una visita a la Chiesetta di San Pietro o al Castello Aragonese es una buena excusa para perderse por las callejuelas empedradas del casco antiguo, estrechas y a veces empinadas. El Corso Garibaldi, la arteria principal, concentra comercios y restaurantes. También apetece alejarse del bullicio, contemplar el reflejo del atardecer sobre la piedra leccese, material del que están hechas muchas de las construcciones, y dejarse embelesar por el color narcótico que adquieren. Torreones cilíndricos El Castello, una fortaleza construida por los aragoneses, muestra su forma trapezoidal, sus gruesos muros y sus característicos torreones cilíndricos. Cualquiera de las terrazas que acoge la plaza de enfrente son ideales para contemplar el vaivén de turistas y locales. Junto a este punto se recomienda descender hasta el puerto y ponerse a andar hasta la torre del Serpente, símbolo de Otranto y escenario del constante repicar del mar contra el rocoso litoral. En el otro extremo, también fuera de las murallas, el trayecto avanza por el Lungomare degli Eroi. Y de ahí hacia un paseo infinito que, cruzando playas, lleva -junto al mar- hacia la parte moderna que muere en el no menos embriagador faro al final de la Via Riviera degli Haethey. A pesar de su ajetreado pasado, Otranto, visitado básicamente por el turismo local, aún no se ha dejado invadir por el turismo masivo. De momento resiste, y eso puede verse en las playas que inundan su costa. El topicazo de las aguas cristalinas queda aquí más que justificado: de 2002 a 2004, Legambiente y Toring Club, asociaciones italianas para la promoción y conservación del medio ambiente, las han catalogado como las más limpias del país. Al norte predominan largas playas de arena blanca y colores turquesa. Destaca la que queda a la altura de los Laghi Alimini. En un entorno algo más salvaje, hacia el sur, son recomendables la Palascia, la Baia dell'Orte, Porto Badisco y diferentes calas de difícil acceso. Esta parte del litoral corta la respiración: azotada por fuertes vientos durante gran parte del año, rocosa, con acantilados y muchas grutas. Aunque Otranto llega a ejercer un poder sedante, nadie debería olvidarse de su idónea localización. En un radio de poco más de 40 kilómetros se encuentra Lecce, Gallipoli, Galatina, Maglie, Santa Cesarea Terme y sus centros de aguas curativas, o el Capo di Leuca, justo donde se unen el mar Adriático y el Jónico. Desde el puerto de Otranto zarpan ferrys que llevan a Igoumentitsa o que en tres horas te plantan en Corfú.
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  • Otranto, una villa fascinante en la punta sureste de Italia
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  • Encrucijada en el tacón de la bota
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