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  • Un manto forestal de pinos albares cubre las alturas de la sierra de Neila, mientras los bajíos de sus valles se guardan entre viejos bosques mixtos de robles, hayas, acebos y fresnos. El entorno de estas montañas se enmarca dentro del espacio natural de la sierra de la Demanda, un área geográfica perteneciente al sistema ibérico marcada por la ancestral tradición trashumante de sus pobladores. Una cultura pastoril que fomentó en estos montes, con vertientes hacia las provincias de Burgos, Soria y La Rioja, el mestizaje de sus aldeas serranas, como en el caso de Neila, con los pueblos adehesados de Extremadura, mediante el trasiego anual por las cañadas reales soriana y segoviana de cientos de miles de ovejas merinas. La riqueza del patrimonio cultural de la sierra de Neila se dilata en la historia mucho antes de la creación del Honrado Concejo de La Mesta, con testimonios notorios como los del puente romano de Hontoria del Pinar, en la cabecera del río Lobos; los pórticos románicos de Jaramillo de la Fuente, Vizcaínos y Pineda de la Sierra; la necrópolis altomedieval de Cuyacabras, en Quintanar de la Sierra, considerada la más importante de la Península, con 166 tumbas antropomórficas y 13 nichos, excavados sobre una extensa lancha de piedra; el eremitorio de Cueva Andrés, muy cerca también de Quintanar, y las necrópolis de la Cerca y de la ermita de la Virgen de Revenga, en Regumiel de la Sierra. Hace 160 millones de años Y si estos vestigios de la antigüedad pueden parecer extraordinarios, mucho más es el encuentro en las mismas rocas socavadas de las necrópolis de Regumiel con las huellas de un iguanodonte, un dinosaurio del jurásico que vivió en la zona hace 160 millones de años. Uno de los conjuntos de icnitas o huellas fósiles de dinosaurio mejor conservadas de Europa se localiza en el tramo que se extiende por Salas de los Infantes y Regumiel, en Burgos; Bretún y Santa Cruz de Yanguas, en Soria, y Encinas y Cornago, en La Rioja, a través de las sierras de Neila, Picos de Urbión y sierra Cebollera. Muy cerca de Salas de los Infantes, la zona cuenta con otros testigos de la era de los dinosaurios; se trata de los árboles fosilizados de los pueblos de Hacinas y Castrillo de la Reina, donde los restos de un bosque de coníferas de hace 120 millones de años quedaron convertidos en piedra. El más renombrado de los paisajes de Neila lo compone la sucesión de lagunas glaciares asentadas sobre las cubetas de sus cumbres. Aunque de mucho menor porte que las del Pirineo, las pequeñas lenguas de hielo, que anidaron las cimas de Neila en la última glaciación, excavaron los recipientes y las morrenas, que ahora sujetan estas frías aguas arropadas de pinares. Las lagunas Larga, Negra, de la Cascada, Oruga y de Haedillo se consideran las más importantes, tanto por su belleza como por sus dimensiones, pero hay muchas otras de hechuras más discretas salteadas entre los collados de estas cimas montanas. El fácil acceso a estos lagos de ensueño, desde el puerto del Collado entre Quintanar de la Sierra y Neila, los ha convertido en la excursión preferida de todos los visitantes a esta sierra burgalesa. Pero entre los parajes de estos pagos serranos se guardan otros rincones desconocidos de un valor ecológico y una belleza incalculables, como las dehesas de hayas, robles y acebos de Tolbaños de Abajo, Huerta de Arriba y Monterrubio de la Demanda; el desfiladero del río Pedroso, en Riocavado de la Sierra, o la garganta de las Calderas, en la cabecera del arroyo Palazuelos. Lanchares de roca Este revelador topónimo define una de las alteraciones geográficas más singulares de la sierra de Neila, en la que se sucede todo un vericueto de formaciones rocosas modeladas por el agua, el viento y el hielo. Inmensos lanchares de roca cubren la ladera meridional del pico Campiña, donde se asientan las lagunas Larga y Negra, y desde donde brotan las aguas del arroyo Palazuelos, que en su descenso se encajan entre sinuosos callejones de piedra que llegan a los veinte metros de profundidad y hondas marmitas de gigante. El arroyo se lanza a lo largo de casi tres kilómetros entre cascadas, toboganes, remansos y pozas, en una sucesión de formas pétreas caprichosas que tienen su máxima expresión en las enormes calderas que le dan su nombre. El acceso hasta este prodigio natural se puede hacer de dos maneras: descendiendo desde los nacederos del arroyo o remontando el curso desde su encuentro con el río Arlanza. La primera opción parte desde la laguna Negra de Neila, tras llegar a ella por la pista que viene del puerto del Collado. En el extremo más alejado de la laguna nace un sendero señalizado con hitos de piedra, que sube a lo más alto de la cubeta glaciar, para trasponer por el otro lado hacia la vaguada que forma el nacimiento del Palazuelos. Sólo hay que seguir el sendero que acompaña al arroyo en su descenso hasta toparse con el inicio del barranco de las Calderas, tres kilómetros más abajo. Para los más intrépidos y los amantes del barranquismo, una senda culebrea por el interior de la garganta dando saltos de pozo en pozo y descolgándose por sus toboganes. La segunda posibilidad es mucho más larga, pero tiene el aliciente de atravesar uno de los robledales mejor conservados de la comarca, en la localidad de Monasterio de la Sierra. La bicicleta es un vehículo perfecto para recorrer la docena de kilómetros que separan el pueblo del arroyo, a través de una pista forestal que serpentea entre los viejos robles de su dehesa boyal. Doscientos metros antes de encontrar el arroyo, unos montones de piedras a la izquierda del camino señalan el inicio del empinado sendero, que lleva entre el pinar hasta el llamado paso de las Calderas, punto final del famoso barranco.
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  • Los pliegues de la sierra de Neila esconden huellas del jurásico y lagunas glaciares
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  • Tras las pisadas de un iguanodonte
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