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  • Lo que más empujó a Victor Hugo a llegar hasta aquí fue precisamente que le recomendaran no venir. "Si es un agujero, un desierto, un país de salvajes", le dijeron sus hospederos en la vecina San Sebastián. Pero el escritor, como buen romántico, se lanzó a la visita y halló "un pequeño edén resplandeciente que sería admirado si estuviera en Suiza y célebre si estuviera en Italia". El relato de su imprudencia lo recogió en su libro Pirineos. Allí, Pasajes (Pasaia) recibe 33 páginas; San Sebastián, siete. "Sólo habrá pan enmohecido, aceite rancio y vino de pellejo de chivo", le advertían en la capital. Nada de eso. Victor Hugo narra un almuerzo de hasta siete platos; entre ellos, ostras recién arrancadas de la bahía. Hoy, la oferta gastronómica sigue fuerte: sólo en Pasai Donibane hay ocho restaurantes. "No hay techo en las casas, ni puerta en las habitaciones, ni colchón en las camas". Falso, también. Victor Hugo lo rebate con frases elementales: "Tengo una habitación, y esta habitación tiene una puerta". Consiguió habitación y también puerta en una casa que alberga hoy un museo sobre su figura. También consiguió colchón, y desde allí logró además dar con una de las mejores descripciones de paisajes desde ventanas que tanto le gustaba coleccionar. Escribió simplemente: "Desde mi cama veo el mar y la montaña". Este milagro doméstico todavía ocurre, y lo extraordinario no es que mar y montaña consigan juntarse tras un mismo cristal, sino que todo ello se contemple sin necesidad de asomarse, esto es, desde una posición más bien horizontal, la que emplea el hombre cuando dicen que sueña. Además del paladar y la vista, Victor Hugo recreó por estos parajes el ensueño. Tres elementos le bastaron para elevar su imaginación: la calle, la arenisca y Pepa. La originalidad de la calle que junta la montaña con el mar sigue hoy palpable con su hilera de casas de doble cara: "Palacios hacia la montaña, chabolas hacia la bahía". Victor Hugo no se cansó de recorrerla durante las mañanas de la semana que pasó en este pueblo en agosto de 1843. Por las tardes se dedicaba al monte, o lo que es lo mismo, a la arenisca, esa piedra tan despreciada por los geólogos, pero que él veía como "la más caprichosa en el drama del paisaje". Hoy, la gente se devana por identificar en las figuras de las crestas a los "enanos con pico de pájaro" o al "ermitaño con cogulla" que dijo ver el escritor. El "águila inmensa" está localizada. Sobre la playa de Kalaburtza. Pasando la bahía a remo Más difícil es dar con Pepa, la bella barquera que enamoró al escritor, una de las 50 bateleras que se rifaban a los viajeros para pasar la bahía a remo y que hoy se hace en la motora de los hermanos Berrotaran. Orson Welles también cruzó la bahía varios otoños para comer y estar un rato tranquilo leyendo, él solo, en el restaurante Casa Cámara. Se puede llegar por mar, pero también a pie. Victor Hugo llegó andando por el monte desde San Sebastián con el azar como sherpa. Hoy basta con seguir las marcas de la ruta jacobea. Nada más entrar en la bahía, no habrá Pepa pero sí romanticismo: al autor de Los miserables le hubiera encantado ver que alguien ha marcado el malecón con esta pintada: "Zona de reflexión de Íñigo y Javi".
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  • Una visita a Pasajes, en Guipúzcoa, de la mano de Victor Hugo
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  • La bahía inesperada
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