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  • Lo que Betancuria es a Fuerteventura, Teguise es a Lanzarote. Capitales históricas de las islas orientales canarias reducidas hoy a escuetos y, sin embargo, deslumbrantes conjuntos histórico-artísticos que se resisten a perder su esencia. En el juego de similitudes parecen bonsáis de tipismo, huérfanos ya de pujos capitalinos: callejuelas pulcras, arboladas, destilando encanto pero sin posibilidad de crecer, para regocijo de viajeros. En ambas permanecen cerrados los museos de arte sacro. BETANCURIA Relax y aislamiento Desde que en 1404 el conquistador normando Jean de Bethencourt alabara su emplazamiento montuoso, y hasta 1834, Betancuria no cesó de ostentar la capitalidad de Fuerteventura. A 396 metros sobre el nivel del mar, el núcleo fundacional majorero se esconde estratégicamente en el parque regional que saca a la luz la geología más antigua de Canarias. Antes de entrar en el casco urbano conviene acercarse a la finca de Las Alcaravaneras. José Juan Hernández, Isabel Ojeda de León y sus cuatro hijos abren sus establos -medio millar de las 70.000 cabras que hay en la isla (y una camella)- a los interesados por el queso fresco. Dispone de tienda-bar, y a través de los cristales se puede escrutar el proceso de elaboración, generalmente de 11.00 a 12.00. A la entrada del núcleo urbano, los altares laterales, las arcadas, las tumbas, no así la techumbre desmoronada, guardan el encanto del primer convento franciscano fundado en el archipiélago: el de San Buenaventura. El tufo capitalino se revela en la ex catedral de Santa María, desmedida para un municipio de 865 personas, el menos poblado de Fuerteventura. Partiendo de la premisa de que artesonados de calidad los veremos por doquier en Canarias, el trabar y labrar vigámenes y lacerías alcanza cotas sublimes en la sacristía. Betancuria conserva celosamente sus constantes rurales. Por las calles, lo que no es blanca mampostería son teja árabe y palmeras. Cada casa invita a una mirada. Detrás del restaurante Santa María, el complejo artesano oscila entre la proyección multimedia y los artesanos afanándose en el telar, el calado, la cerámica y la cestería; entre el jardín y una amplia variedad de alimentos típicos a la venta en la que no falta la degustación de queso con mojo (causa adicción) y vino. La exposición del Museo de Arqueología plasma la cultura de los mahos (aborígenes) hasta el siglo XV, mostrándose bajo una pirámide de cristal ídolos antropomórficos encontrados en la cueva de Villaverde. Adyacente se encuentra el Centro Insular de Artesanía (que cierra los lunes, lo mismo que el museo). TEGUISE A la medida del paseante Si lo agreste de la topografía salvó a Betancuria del desarrollo insostenible, la impronta de ese genio tutelar que fue César Manrique fue determinante en la conservación de Teguise (Lanzarote). El Clérigo, Cachidiablo, Calafat, El Turquillo, Morato Arráez: el índice onomástico de berberiscos que asolaron la villa fue razón suficiente para la erección del castillo de Santa Bárbara. Frente a su puerta se presenta a la vista lo bien preservado del centro monumental. Teguise, conquistada por Jean de Bethencourt en 1402, fue centro neurálgico de la isla hasta 1852, cuando se trasladó la capital a Arrecife. Conviene deambularla entre semana, porque el multitudinario mercadillo dominical, a fuer de dar utilidad y ayudar indirectamente a la conservación de los caserones, opaca el blanco de las fachadas y los verdes o marrones de la carpintería. De máxima expresividad es la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Sobre la cabeza mellada de la Virgen gravita el milagroso relato en el que el pirata que la golpea fallece mordido por su propio perro. También el palacio Spínola participa del carácter de la plaza de la Constitución. De su fuerte incidencia mudéjar en muebles y techumbres se pasa a los aljibes y bernegales, las características depuradoras domésticas. En el convento de Santo Domingo, habilitado como sala de exposiciones, la ornamentación barroca tiene en el retablo indiano su principal referencia. Tampoco pasa inadvertido el hecho de que el Cristo andaluz (siglo XVII) de la ermita de la Vera Cruz muestre pelo natural. Todo el dédalo de callecitas se abre a intimidades tras las celosías de las ventanas. Sorprendente la cilla de diezmos y primicias reconvertida en sucursal financiera. Y curioso el añejo restaurante Acatife. Hay también 15 cruces que salpican la imagen urbana, por no hablar de los artesanos que muestran los secretos de la construcción del timple, la diminuta guitarra autóctona de sonido cristalino. El heredero más puro de la tradición timplista, Juanele, tiene su taller junto a la Vera Cruz. Probar los mantecados de Maruja (Timanfaya, 12), y no olvidar echar un vistazo a la calle de los especieros.
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  • Betancuria y Teguise, dos ejemplos de conservación en las islas orientales
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  • Delicadeza rural en Canarias
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