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  • Dios, escribió Pico della Mirandola en el año 1484, exhortó al hombre diciendo: "Por tu potencia podrás degenerar en formas bajas y animales. Por tu potencia podrás, gracias al discernimiento de tu alma, renacer con formas más altas y divinas. Has de elegir". Estas palabras podrían servir de principio -o advertencia- a la Europa renaciente. Inventiva, injusta pero bella, que por aquel entonces sigue inexorable el concurso cruzado y paradójico de las armas y las letras e impone, allí donde llega, su civilización. Es el momento de los grandes descubrimientos marítimos españoles y portugueses, del cambio artístico italiano, la gran reforma del cristianismo, la imprenta... Le châteaux d'Écouen alberga múltiples vestigios de esa época a la vez lejana y próxima. Estratégicamente ubicado en lo alto de una loma, desde la base del castillo se divisa totalmente despejado el plateau francés. La panorámica es grandiosa. La mirada se torna tranquila hacia esta bella fortificación, símbolo de cultura y memoria. Edificado en el siglo XVI a 19 kilómetros de París, el castillo de Écouen está considerado modelo del Renacimiento francés. Construido por Henri II de Montmorency,a primera vista Écouen no es más que la mansión confortable de un gran señor feudal. Su propietariofue condenado a muerte por traición a Luis XIII y decapitado en 1632. El castillo fue confiscado por la corona. En 1807 deviene casa educativa para las hijas de los miembros de la Legión de Honor. André Malraux (escritor, aviador voluntario en el bando republicano durante la Guerra Civil española y ministro de Cultura del general De Gaulle) lo convirtió en museo en 1969. Se puede acceder al castillo desde la estación, atravesando un pequeño bosque, o desde la aldea, por un pórtico al pie de la iglesia. Subiendo escaleras, atravesando jardines caseros y huertos, uno se hace una idea de cómo estaba organizada la vida social y jerárquica en la alta Edad Media. Si se llega en coche, la avenida entre castaños también es agradable. Nada más entrar, la capilla da el tono a la visita. La cena de Marco d'Oggiono, inspirada en Leonardo da Vinci, anuncia un itinerario cargado de ricas referencias al pasado. La sala de armas, en el vestíbulo, prosiguiendo hacia el altar -como si violencia y fe estuviesen unidas por algún misterioso destino-, presenta un excelente surtido de espadas, armaduras, ballestas, pistolas y mosquetones. Escuela de Fontainebleau Con esa elegancia un poco extraña que caracteriza la pintura de la escuela de Fontainebleau, saltan los motivos alegóricos por ventanas y palcos. Ana de Montmorency empleó para decorar el suelo y las cristaleras al conocido ceramista Masséot Abasquesne. Por muchos rincones del castillo -36 salas y 2.810 metros cuadrados- consta marcado el emblema personal del rey (tres cruasanes de luna entrelazados), y su esposa, Catalina de Médici (nubes, un arco iris y rayos de sol). Espaciosos aposentos en semipenumbra exhiben tapices sobre los amores ilícitos de la pareja bíblica de David y Betsabé. Son lanas con revestimientos de seda bordada, atribuidos a Jan van Room, conocido como Juan de Bruselas. El castillo también alberga una de las mejores colecciones de vajilla de Iznik, característica por ilustrar el arte turco en el Imperio Otomano. Muchos de los motivos decorativos, a base de composiciones florales (mezclan tulipanes, jacintos, rosas y claveles), son los mismos que decoraron las grandes mezquitas de Constantinopla. También vemos esmaltes y vidrios de los talleres venecianos de Murano. Los obreros tenían prohibido revelar su secreto de fabricación, so pena de muerte. Algunos, en efecto, fueron hallados degollados, pero eso no impidió que su habilidad se difundiera por toda Europa. Entre el mobiliario, destacan las 12 chimeneas pintadas con escenas bíblicas o mitológicas. De pronto, al entrar en un salón, se realiza un salto cronológico sorprendente. Accedemos a la tecnología; al comienzo de las ciencias mecánicas. El gabinete de curiosidades. La pieza más conmovedora es el reloj autómata Nave de Carlos V. Un juguete para adultos realizado por el emperador Rodolfo II con músicos, vigías, e incluso un cañón que suelta una pequeña explosión de humo. El artefacto da buena cuenta de lo que serían en el futuro los mecanismos complejos aplicados a la precisión de la relojería: cadenas, palancas, sujeciones, piñones, cremalleras...En una cámara pequeña están celosamente guardadas las joyas: copas de ámbar, anillos con piedras preciosas, collares. Muchas revelan una mezcla de poder y gusto protector, casi supersticioso, habitual en muchos monarcas.Diez mil piezas de colección acaban saturando el espíritu y es recomendable salir y pasear por el recinto. Los alrededores del castillo -un bosque de 19 hectáreas- cuentan con largos senderos. Y, cuando el paseo bucólico abre un agujero en el estómago, es el instante ideal para dirigirse al restaurante del castillo, o, mucho mejor, bajar hasta la aldea y entrar en la cantina portuguesa Casa Laura, pedir una ensalada con un filete de carne y vino de mesa pensando en la enigmática frase de Quatremère de Quincy: "Una obra de arte no lo es sino por aquello que le falta para hacerse realidad".
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  • El castillo de Écouen alberga joyas, tapices y mecanismos que explican una época
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  • Buceando en el Renacimiento francés
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