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Como en todo cigarral que se precie, el de Caravantes regala unas vistas espectaculares sobre la imperial Toledo, con el río Tajo en primer plano. Apenas obligado por la orografía, su tímida silueta aparece en un recodo de la carretera que se interna entre los montes de olivar circundantes. Tan patricio como aquellos que El Greco inmortalizara a través de sus telas y pinceles, si no más. Éste perteneció durante el siglo XVIII a un compositor que alcanzó el cargo de maestro de capilla en la catedral de Toledo. Qué mejor música para convertirlo en un hotelito rural al filo de la ciudad y contribuir así a su sostenimiento, terminada ya la época de los privilegios y otras franquicias nobiliarias.
Diana Vidoni del Mestre se ha puesto a ello con arte y disciplina. Su cigarral se descuelga sobre una cárcava en una terraza subyugante de fuentes y arriates, escalonada para no entorpecer la panorámica desde cualquier rincón, desde cualquier ángulo de la habitación. Nada distrae la vista, ni siquiera los muebles que otorgan sutileza a la decoración interior, escogidos para dar servicio y utilidad, más que por llamar la atención. Y eso que las carpinterías reclaman cierto protagonismo, como las tapicerías de las camas y los cortinajes, excesivamente coloristas, por tener adornos florales.
Aquí se premia por encima de todo la estética del silencio, la cultura de las buenas maneras y el sosiego. Incluso en días de celebraciones multitudinarias, la clientela se ve impelida por el ambiente a parlotear sotto voce, a circular por la casa con sordina y paso lento, como aquel Kapellmeister dueño de Caravantes. Si no fuera así, hoy nadie se regalaría con las vistas de Toledo a gorgoteos del caño que preside el cigarral.
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