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  • Hemos topado con el devocionario religioso, espiritual y ecológico por antonomasia de Asturias: Covadonga. Ahí, junto a la santina y su cuevona milenaria, santuario de peregrinaje casi obligado para todo buen asturiano, el clero tiene la palabra máxima sobre una instalación hotelera que lleva toda la vida proporcionando cama y comida a quienes buscan en la soledad de los Picos de Europa la revelación divina o un reencuentro consigo mismo, si es que no fueran éstos anhelos parecidos. Durante décadas, el hotel Pelayo figuró en las guías camineras como el único pied-à-terre entre Oviedo y Santander, fanal nocturno de la basílica diseñada por el italiano Frasinelli a finales del siglo XIX e hito meridiano en la carretera de ascenso a los lagos Enol y La Ercina, cuyo recodo dominan las cristaleras achaflanadas de su restaurante. El edificio data de 1907, una década antes de que se creara el parque nacional de Covadonga. Por milagro -nada extraño en este lugar-, ha sobrevivido a diversas vicisitudes administrativas y a la proliferación de merenderos y ventas de carretera que flanquean la subida a Covadonga desde el Repelao. Hasta que la docta palabra eclesiástica ha bendecido la propuesta reciente de tres socios bien avenidos, con el ex director de Paradores César Álvarez Montoto a la cabeza y el joven Javier Ramos de gerente, para reflotar la hospedería con el máximo respeto hacia el Real Sitio y sagrado lugar. Su modo elegante de entender la hostelería, pese al regusto clásico impuesto a la firma CRH en la redecoración del hotel, brinda un confort doméstico muy sereno y una atmósfera de relax ciertamente respirable. De noche, el silencio es un latido que viene del cielo musicado por las campanas del santuario. El viajero entra en actitud penitente con las maletas a cuestas. La severidad del lugar le ampara, lo seda entre moquetas, tapicerías del Kilo Americano, ensalmos de naturaleza y un agasajo prudente por parte del servicio. A la antigua. Con el usted por delante. Sólo tutean el bosque, las estrellas y su dream team de ángeles. Y el campanario, cuando da las horas. Una escalera modernista recibe al huésped y lo encarrila hacia las habitaciones o al bar Ambigú, memoria rediviva de aquel cine de palomitas de cuando César Álvarez era niño en Llanes. Qué pena que el desayuno, sin frutas y escaso de elaboraciones, no traiga los mismos recuerdos. La música de fondo, en el comedor, tampoco se libra de cierta torpeza en su selección. Sabor de otros tiempos sí que regalan los dormitorios, amplísimos, con vistas a la montaña. En especial, los de la planta superior, que hablan de tú a tú con las agujas de la basílica.
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  • GRAN HOTEL PELAYO, un renovado alojamiento asturiano en plenos Picos de Europa
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  • Habitaciones con vistas a la basílica de Covadonga
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