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  • Por San Blas, las cigüeñas verás", asegura el refrán. Y se cumple: desde sus nidos, cimentados en árboles y postes de cualquier atalaya, estas aves, visitantes fieles, otean el interminable horizonte de la comarca del valle del río Alagón en el noroeste extremeño, atravesada por el mayor de los afluentes del Tajo, y limitada al norte por las redescubiertas Hurdes y al oeste por la fértil sierra de Gata. Una vega que cuenta, entre sus numerosos tesoros, con la amurallada localidad de Galisteo, la ducal Coria (célebre por sus fiestas de San Juan, en el solsticio de verano, con bravos toros pisoteando sus empedradas calles de noche y de madrugada) y Montehermoso, bautizada como Cuna del Tipismo Extremeño, con esa pintoresca gorra, símbolo de Extremadura. Esta localidad de 5.600 habitantes exhibe sus dólmenes -recintos funerarios de entre 5.000 y 2.500 años antes de Cristo- en el corazón de su espectacular Dehesa Boyal, donde se encuentran la fuente del Jerrao, el molino Respinga y la majá de los porqueros, de pizarra y granito, cobijo del ganado hasta hace poco. De épocas pretéritas procede asimismo la costumbre de la matanza, que en los días secos de invierno mantiene ajetreados a los vecinos de Montehermoso. Familias al completo se reúnen en un corral para capturar al lechón, una bestia que puede pesar hasta 300 kilos. El animal, furioso, se resiste a que varios mozos lo persigan, lo derrumben y lo maniaten. Su queja se escucha por medio pueblo, y alcanza su tope de decibelios cuando un cuchillo inclemente se introduce en su cuello. Y como ordena el dicho que todo en el cochino se aprovecha, su sangre se recoge, agitándola sin cesar para que no cuaje y con ella elaborar sabrosa morcilla. Silenciado para siempre, el cerdo es bañado en fuego con escobas incendiadas y el olor a chamuscado lo invade todo. Es el prólogo de la fiesta: descuartizar el animal, manufacturar chorizos... en un ambiente lúdico donde cada género y edad tiene asignado su papel. Corre el vino de pitarra, la carne se hace al fuego y los chavales disfrutan del espungaero, columpio rústico, con un saco a modo de tosco asiento. Pero Montehermoso, esta localidad receptiva y amigable -que permite al visitante conocer su artesanía en el Museo Etnográfico y reproducciones de monumentos en el Parque Temático Extremadura-, se calza sus mejores galas el 3 de febrero, día de San Blas. La noche anterior, una comitiva alumbrada con velones acude a la ermita que comparte el santo con san Sebastián. Al día siguiente, mientras las señoras venden los cordones bendecidos del santo, que protegen la garganta de todos los males (como, según la leyenda, hizo el santo salvando a un chiquillo que se tragó una espina), los negritos, siguiendo una tradición heredada de padres a hijos, danzan por las calles y plazas: seis hombres con la cara tiznada, ataviados con el traje típico, agitan castañuelas y escenifican danzas al son del tamboril y bajo la dirección del palotero. La muchedumbre bebe, baila y come: buñuelos, escardones, molluelas y perrunillas endulzan paladares. La cocina extremeña se desborda por estos pueblos: sopas de tomate, pistos, lomo adobado, morcilla patatera, aceitunas rajás, migas e higos pasos son sólo algunos de sus manjares, que alcanzan el clímax en los bulliciosos bodorrios: altramuces, rueda y rosas y dulces con miel. Para ayudar a la digestión, un paseo por la comarca. El paisaje de encinas, robles y alcornoques, con un cielo azul limpio, está decorado con muchos canchales, entre los que sobresalen los Canchos de Ramiro, gobernados por enormes buitres leonados, en la confluencia de los ríos Alagón y Arrago, junto a la sierra de la Garrapata. Una ruta parte desde las afueras de Cachorrilla, un regalo para los sentidos y el alma. Como lo son también las vistas desde el castillo de Marmionda, en Portezuelo, y, en las inmediaciones de Coria, parajes como El Sierro, Los Cuestos de Mínguez o el barroco santuario de Nuestra Señora de Argeme, patrona de esta villa de trazado medieval. Castillos y conventos Circundada por murallas tardorromanas de cuatro puertas, Coria aglutina un rico acervo histórico con su catedral gótico-plateresca, palacios, iglesias, conventos, museos y el castillo de los duques de Alba, levantado por Juan Carrera en 1472. También presume de la Isla, su paseo a orillas del Alagón; del parque fluvial El Tamujal, observatorio de aves, o del Jardín Botánico. Una carretera une Coria con Galisteo, también amurallado. Aquí las almenas son almohades; el puente, medieval, y la iglesia, del siglo XIII. Más al sur, en Acehúche, se celebra los días 20 y 21 de enero la fiesta de las Carantoñas. Este pueblo de poco menos de mil habitantes se despierta temprano con la alborá, animada por el tamborilero. Los mozos se calzan seis pieles curtidas de diferentes animales, sujetas a la cintura por un cincho, rematando el atuendo con una máscara tenebrosa decorada con pimientos, colmillos y orejas de animales. Simbolizan las fieras que no atacaron a san Sebastián, soldado convertido al cristianismo. Los tiraores, con sus salvas de escopeta; las regaoras, con traje típico acompañando al santo, y la vaca-tora (carantoña con cuernos, que asusta a los mirones) animan una fiesta que los mayordomos -agradeciendo alguna petición o promesa al santo- rematan, cómo no, con un alegre convite popular.
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  • Cigüeñas, hogueras y tradiciones al norte de Cáceres
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  • Invierno festivo junto al río Alagón
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