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  • Anguilla es lo que el Caribe tiene fama de ser, pero que en realidad ya no es en muchas partes. Decenas de playas de las que muchas están sin construir, tranquilidad absoluta y una población agradable y acogedora. Aparte de quemarse la piel a causa del fuerte sol caribeño, el mayor peligro que acecha al turista consiste en sufrir algún accidente de tráfico por culpa de los miles de cabras que vagan por toda la isla, incluyendo las carreteras. El secreto de este protectorado británico de apenas 56 kilómetros cuadrados es que no inició su desarrollo turístico (que el Gobierno de la isla controla con vigor) hasta bien entrada la pasada década de los ochenta. No se encuentran hoteles grandes, ni centros comerciales. Ni tampoco cadenas de comida rápida. Un estricto control urbanístico se encarga de que ningún edificio se eleve más de tres o cuatro plantas del suelo y la ausencia de un gran muelle mantiene lejos a los cruceros que pudieran atracar con hordas de turistas. "Queremos priorizar un turismo de alto nivel. Es la mejor manera de optimizar el desarrollo y limitar el impacto negativo que pudiera causar en el medio ambiente y en nuestra cultura", apunta el ministro de Turismo, Víctor Banks. Y la idea parece haber calado. El aeropuerto sólo tiene un vuelo comercial al día -un pequeño avión de hélice que cubre una ruta con San Juan de Puerto Rico-, pero en plena temporada alta (diciembre y enero) el aeródromo se llena de impecables y lujosos aviones privados. Son los juguetes de la jet-set. Robert de Niro, Brad Pitt y Jennifer López son algunas de las estrellas de Hollywood que visitan Anguilla. Que logren pasar inadvertidos explica en parte la popularidad de la isla entre los famosos. Las decenas de villas en rincones ocultos ofrecen una privacidad absoluta, y la tranquilidad de sus ocupantes está además reforzada por el mal estado de las carreteras, sólo transitables en todoterreno. Los habitantes, por su parte, mantienen una discreción total: no hay paparazzi y un único periódico cubre las noticias locales. Para los visitantes menos adinerados existen pequeños hoteles y bed & breakfast, muchos a pie de playa. Sofisticación culinaria Las 33 playas de fina arena blanca y aguas turquesas son sin duda la princial atracción de Anguilla, pero no la única opción para ocupar las horas. La gastronomía está a la altura de las de otras islas del Caribe con una mayor tradición culinaria como, por ejemplo, San Barthelemy y Barbados. De modo que, además de pasar el día en la playa y alquilar un barco, salir a cenar es uno de los momentos claves en la agenda de actividades de los visitantes (la mayoría, estadounidenses). Se cuentan decenas de restaurantes en la pequeña isla, muchos resultan bastante caros, ya que casi todos los productos, menos el pescado, son importados. Una vez a la semana, un carguero -la única fuente de abastecimiento, aparte del costoso correo aéreo- atraca en el puerto y descarga víveres. Para enfrentar la carencia de productos frescos y dar más vida a sus menús, algunos de los restaurantes más lujosos cuentan con sus propias y pequeñas fincas hidropónicas. No obstante, la isla es un lugar de contrastes y se encuentran puestos donde es posible comer por menos de cinco euros al lado de exquisitos restaurantes en los que las facturas alcanzan cifras astronómicas. Con 11.600 habitantes y un turismo limitado, la vida nocturna se reduce a dos o tres pubs. Y no es extraño que echen el cierre después de la cena por falta de clientes. La fascinante cultura local es quizá lo más interesante y seguramente lo menos conocido de Anguilla. Sumergirse en ella resulta fácil gracias a la amabilidad de los nativos. La sociedad vive una profunda transformación, pero mantiene, por lo menos de momento, una fuerte identidad nacional. La mayoría de los habitantes de la isla son descendientes de esclavos y hablan inglés, aunque con un acento y vocabulario propios que dejan perplejo a más de un recién llegado. Descifrar el argot local resulta más fácil si se consulta alguno de los diccionarios no oficiales que circulan por la isla. Casi todos los habitantes practican alguna religión, el 95% de ellos son protestantes, y asistir a misa el domingo entre trajes de gala y enérgicos cantos es toda una experiencia. Sal de mar Con una isla árida y poca tierra cultivable, el mar ha sido durante generaciones la principal fuente de riqueza local y ha moldeado la sociedad. Dependían de él para comer y muchos aún salen al alba para faenar. La regata es el deporte nacional y una actividad que no suele faltar en las fiestas locales. Los barcos se fabrican como antaño: de madera y a mano. Hasta la pasada década de los setenta, la principal industria de la isla era la cosecha de sal de mar. Pero exportar sal dejó de ser rentable. Poco después comenzó el auge del turismo, el actual motor de la economía isleña. "El turismo ha provocado nuestra mayor metamorfosis", afirma el historiador local, de 63 años, Colville Petty. "Antes reinaba un subdesarrollo tremendo: no hubo luz eléctrica hasta 1974, y emigrar era la única manera de encontrar un trabajo. No existía un servicio telefónico moderno y sólo contábamos con un par de kilómetros de carreteras asfaltadas hasta los años setenta". Quizá la mayor victoria de Anguilla haya sido saber cómo afrontar el turismo, al menos hasta la fecha. La mayoría de los hoteles y restaurantes son explotados por nativos y casi la totalidad de los habitantes son dueños de sus casas y de los terrenos adyacentes. Es un valor al alza, en una isla de moda y muy codiciada por los hoteleros internacionales y extranjeros que buscan un lugar idílico para construir una casa en el Caribe. Y cada vez son más los foráneos que se decantan por invertir en Anguilla. Hoy resulta imposible visitar la isla sin toparse con decenas de casas en construcción, y en boca de todos los residentes de la isla está una cuestión polémica: la envergadura que tendrán los primeros macroproyectos, algunos ya en marcha. "Saber hasta dónde se debe llegar en el desarrollo turístico es el gran desafío para nosotros ahora", apostilla Petty. Y parece que lo van a saber más temprano que tarde: el primer campo de golf, explotado por una multinacional estadounidense, abrirá sus puertas en 2006, y el principal debate de los últimos meses ha girado en torno a la viabilidad de un complejo turístico que ocuparía una parte importante del extremo oriental de la isla y que doblaría las plazas hoteleras. Por lo pronto, el Gobierno ha parado el proyecto.
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  • La pequeña isla de Anguilla mantiene a raya el turismo de masas
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  • Un refugio en el Caribe
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