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  • El genio holandés, un manirroto que llegó a arruinarse en la cima de su gloria, no se gastó demasiados florines en pagar a modelos. Se retrató a sí mismo un centenar de veces. Hizo posar para él a su madre, a su padre, a sus hermanas, a un tío; los cuales, de paso, sirvieron de modelos a sus colegas (como Jan Lievens) o discípulos (caso de Gerrit Dou o Ferdinand Bol). Hijo de un molinero, y noveno de diez hermanos, acudió entre los siete y los catorce años al Colegio Latino de Leiden, donde aprendió griego, latín y dibujo. A los 18 compartía su primer estudio con su amigo Lievens, y sólo a los 25 decidió mudarse a la vecina Amsterdam. ¿Son realmente sus parientes quienes aparecen en tantos de sus lienzos? Contra lo indicado hasta ahora en los inventarios, se piensa que puede tratarse de ellos, no que lo sean categóricamente. Éste es el asunto de fondo de la exposición que abre el Año Rembrandt en el Museo municipal de Lakenhal, en Leiden. A esta primera muestra seguirá otra con aguafuertes poco conocidos (de abril a septiembre) y otra con sus raros paisajes (de octubre a enero de 2007). También en Amsterdam, claro está, habrá grandes exposiciones en su casa-taller (Rembrandthuis) y en el Rijksmuseum, aparte de otros eventos, como un musical en el Carré o un montaje teatral de Peter Greenaway. Leiden, que está apenas a un cuarto de hora de Amsterdam en tren, es uno de los secretos mejor guardados de la Holanda profunda. Por allí entrega al mar sus brazos desarmados y exánimes el Rin Tranquilo, escoltado por canales bucólicos. Cuando Rembrandt nació, un 15 de julio de 1606, era Leiden una ciudad rica, gracias a una lana que tenía fama de ser especialmente cálida. La pesa municipal, junto a los muelles, es testigo de cargo. La casa natal del pintor, en Weeddesteegsplein, fue demolida hace un siglo. El Ayuntamiento de Leiden, contrito, ha dispuesto itinerarios peatonales que parten precisamente de allí y recorren los escenarios del joven artista, como el Colegio Latino, la iglesia de St. Pieter o el castillo amasado con piedras romanas. Iglesias góticas y molinos Porque resulta que Leiden es muy antiguo; tanto que el nombre se lo dieron los celtas, en honor a su dios Lugd: Lugdunum Batavorum, en versión latina, Leiden. Desde lo alto del castillo o Burcht, empinado en un montículo entre dos brazos del Rin, se puede abarcar en 360 grados el casco urbano, y seguir a través de paneles su crecimiento. Iglesias góticas, casas patricias asomadas a los canales, molinos, un riquísimo Ayuntamiento (que ardió en parte), una prestigiosa Universidad (fundada en 1575) que cuenta con un Hortus Botanicus donde creció el primer tulipán traído a Europa desde Turquía por un providencial embajador. Para los españoles, Leiden es algo muy especial, ya que fuimos los malos de su película más traumática. Ya desde las revueltas de 1566-1568, hubo patriotas holandeses que se exiliaron y organizaron como mendigos del mar, y desde puertos cómplices (franceses e ingleses, donde eran conocidos como gueux de la mer o sea beggars) se dedicaron a la piratería contra naves españolas. Estos mendigos (el apodo era irónico, claro) eligieron por jefe al príncipe Guillermo de Orange, y se fueron apoderando de ciudades y villas costeras de los Países Bajos. Entre 1573 y 1574, los tercios españoles mantuvieron sitiado a Leiden. El hambre se hizo tan insufrible para los sitiados que el burgomaestre Van der Werf ofreció su propio cuerpo como alimento caníbal. Por fortuna (para él), Guillermo de Orange propuso abrir algunos diques y dejar entrar el mar. No fue fácil convencer a los campesinos, que perdían sus cosechas y hasta su techo, pero finalmente inundaron los campos, y los españoles salieron huyendo. Los mendigos, con Guillermo a la cabeza, entraron en la ciudad en barco por el canal de Rapenburg, ahora el más bello de todos. Espíritu de tolerancia Por ese mismo canal, medio siglo después, partieron los padres peregrinos fundadores de la América anglosajona; habían ido refugiándose en Leiden desde 1608, huyendo de la persecución religiosa en Inglaterra, habían impreso allí sus biblias y levantado capillas (hay un museo sobre ellos). Tenía Rembrandt 14 años cuando les vio partir una mañana por el Rapenburg, camino de Delft; allí se embarcaron en el Speedwell, primero, y luego en el Mayflower, rumbo a las costas de Massachusetts. Rembrandt se llevaría de su ciudad natal aquel espíritu de tolerancia. El mismo que inspiró al filósofo Spinoza, de origen judío, el cual había nacido en la vecina Rijnsburg poco antes de que Rembrandt marchara a Amsterdam. El mismo espíritu abierto y festivo que anima ahora los garitos estudiantiles (uno de cada seis vecinos es alumno de la Universidad), los mercados callejeros de los sábados, los muelles y terrazas del Rin Tranquilo (Stille Rijn). Ese río terminal al que Víctor Hugo tachaba de "simbólico", porque baja del país de las águilas y los castillos a los mostradores de los burgueses y comerciantes de arenques "como la humanidad misma ha bajado de las ideas elevadas, inmutables (...) a las ideas útiles, navegables (...), de la teocracia a la democracia; de algo grande a algo grande".
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  • 20060121
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  • Ruta por Leiden, la ciudad holandesa donde nació el pintor hace cuatro siglos
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  • Un marco para el joven Rembrandt
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