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  • Henning, un amigo de Colonia, suele decir que en su país no hay verdaderas ciudades aparte de Berlín. Un centro pequeño rodeado de apacibles suburbios suele ser lo habitual. Grandes núcleos todavía conservan en su nombre la palabra dorf, pueblo. Pero tal vez Colonia se salve de tener el aspecto de un pueblo grande porque fue la ciudad mayor de Alemania en la Edad Media. Su alcalde y luego canciller, Konrad Adenauer, impulsó el desarrollo de la urbe en los años veinte, y luego la destrucción de la guerra la hizo nacer casi por completo de nuevo. A Colonia se la conoce por su catedral, que se alza imponente como si la hubiesen depositado sobre un pedestal de venerables ruinas romanas, por su agua de colonia, por su cerveza (la Kölsch, chispeante y ligera), pero sobre todo por su carnaval. Parece que sus orígenes se encuentran en la oposición de sus habitantes al dominio francés. Los colonienses montaron una parodia de la fuerza armada de Napoleón. Desfilaron como soldados ridículos para reírse de los franceses. A partir de ahí, el carácter festivo y abierto de las gentes de Colonia y las dotes de organización germánica hicieron del carnaval una institución. Se dice que es la ciudad con mejor integración social de Alemania. Aquí no hay barbillas altas, todo el mundo tiene el mismo rango. Menos el Dreigestirn, el triunvirato del carnaval, que cada año se proclama el día 11 de noviembre a las 11 horas 11 minutos. El rey, el campesino y la doncella, todos hombres, reinan despóticamente hasta el miércoles de ceniza. Aun cuando de lo que se trata es de armar juerga, no hay nada más serio y oficial que el carnaval de Colonia. Uniformes y tambores recuerdan la ocupación francesa, pero también el gusto prusiano por la disciplina y el desfile. Las cofradías (más de 100) son sociedades cerradas (por lo común de hombres, pues las mujeres suelen relegarse al papel de bailarinas), y los que desfilan deben ir vestidos de la misma manera, sean payasos, soldados o frailes. Todos los festejos oficiales están organizados de modo exacto y obsesivo, sin que quepa lugar a la improvisación. La música tiene un lugar preeminente. Las canciones de los pasacalles, que se componen cada año especialmente para el carnaval, son coreadas por todo el mundo. Canciones cuya música de marcha y charanga avasalla los oídos y vacía el pensamiento de otra cosa que no sea compartir el jolgorio con los demás. El carnaval en Colonia dura una semana, si bien ya hay festejos antes de Navidad. El ambiente empieza a calentarse el jueves lardero, cuando las mujeres gozan de vía libre para hacer lo que quieran y cortar todas las corbatas que encuentren a su paso. Se concentran en Alter Markt, con máscaras o a cara descubierta, y viven su noche loca sin que nadie tenga derecho a rechistar. Que las mujeres salgan solas no quiere decir que los hombres se queden en casa. Algunas veces las parejas se reconocen por la voz y se van cada uno por su lado, dice Henning, que ha vivido muchos carnavales. Los festejos estuvieron prohibidos durante el Tercer Reich. Los nazis tenían demasiado miedo al escarnio y al ridículo. Y los de Colonia, precisamente por su amor a la libertad y a la diversión, a veces se cansan del ritual del comité tripartito y montan su propio carnaval alternativo el sábado. Ese día toca la procesión de demonios y fantasmas. Está abierta a todo el mundo, de modo que no hay rigideces ni disciplinas que valgan. En el cementerio de Melaten, un nutrido grupo de esqueletos y otras figuras tétricas rinden homenaje a antiguos héroes del carnaval que allí están enterrados. En Colonia, estar muerto no es motivo suficiente para dar la espalda a la gran fiesta. La gran cabalgada El lunes de las rosas, o Rosenmontag, se celebra la gran cabalgata. La procesión de carrozas, charangas y comparsas suele girar cada año en torno a un tema que eligen los organizadores. Este año se trata del fútbol, debido a la celebración del campeonato del mundo en Alemania. Desde la terraza del Dom Hotel tuvimos una vista privilegiada del desmadre que allí se produce. Una explosión de colores y música llena la explanada ante el decorado severo de la catedral. Las oscuras torres parecen aún más altas, más inverosímiles.El río brilla bajo los puentes recibiendo la luz difusa del sol de invierno. Entonces toda esa alegría parece irreal y uno piensa que en cualquier momento un gran silencio va a descender sobre la ciudad paralizando los bailes, deteniendo las canciones y resumiendo a la multitud en un único latido. La cabalgata se acerca a Neumarkt, el centro neurálgico de la villa. El cono de helado que reposa boca abajo en una moderna fachada, obra de Claes Oldenburg, preside simbólicamente el paso del carnaval. Es hora de adentrarse en las calles peatonales llenas de tiendas y entrar en una de las típicas brauhaus, sea Päffgen, cerca de St. Martin, o Mühlen, en Heumarkt. La cerveza de Colonia suele beberse a metros en largas copas. Lo normal es pedir un metro, lo que equivale a cinco vasos. La kölsch desciende liviana, pero los metros acaban notándose. Se dice que Colonia es la ciudad de Italia más al norte. No es exacto. Tiene, sí, algo de meridional, pero es seria el resto del año, concentrada en el trabajo. La proporción de gentes dedicada al cine, la televisión y el arte es muy alta comparada con otras ciudades. Artistas como Beuys, Richter y Lüpertz se instalaron aquí en los ochenta. Tiene museos excepcionales, como el Ludwig y el Wallraf. Y una colección de cuidadas iglesias románicas, sin contar el gran imán que posee el Dom para todo el que viene a Colonia. El carnaval se convierte en fuego el último día de celebraciones, el martes. A la puerta de los pubs y cervecerías se queman los Nubbel, monigotes de paja disfrazados de la manera más extravagante. Representan la dureza del invierno que se quiere dejar atrás, junto con las culpas y los pecados. Me encuentro con Henning y sus amigos en el barrio belga. Es una noche íntima y a ratos melancólica, pues el carnaval se deshace en humo, se acaba. Ya sólo queda apurar las cenizas del miércoles, cuando la gente se reúne para cenar pescado, símbolo de penitencia pero también de felicidad. La mayoría de los turistas ya se han ido y de los cientos de miles de personas que llenaron las calles sólo quedan los que son de aquí, los que aman la ciudad tal como es, libre y divertida, lavada cada día por las aguas incansables del Rin.
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  • A orillas del Rin, una semana de festejos previos al Mundial
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  • El carnaval futbolero de Colonia
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