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  • Enemigos de cualquier indicio de orden, sí, pero con prudencia. Así se manifiestan los habitantes de Marraquech, en cuya Medina se rumorea que cada día sucede un milagro (multiplicado por mil), en referencia al atropellado tránsito que se desdobla por sus calles, geométricamente incomprensibles. Y es que no hay callejón, por angosto que sea, que se resista al paso de las motos. Hoy día, en Marraquech, una moto es el bien más preciado. Por eso varias empresas han impulsado el alquiler de ciclomotores. No pasan de los 40 por hora, no hay marchas. Son muy manejables. Y la premisa árabe ya la sabemos todos: "El que tenía prisa está en el cementerio". Así de fácil. Medina, zoco y 'kasbah'. Existen pocas ciudades tan apetecibles de ser visitadas en moto como Marraquech. Ciudad ancha, llana, con el cielo abierto y a la vista, edificios bajos para que el sol se propague como quiera, diversión, temperamento árabe, semáforos los justos y pocas señales. En la concurrida calle de Prince se puede dar el pistoletazo de salida. Como los motoristas son considerados peatones, no hay problema. Detenerse a tomar un zumo de caña de azúcar, en la misma calle, por cinco dirhams, no viene mal para cargar pilas y poner rumbo a la plaza mítica. De día, Yemaa el Fna se va macerando. El ritmo es lento. Los puestos de naranjas se van montando exprimiendo reclamaciones a turistas. Los saltimbanquis hacen estiramientos y las cobras se relajan. Por su parte, la escúter se adapta a los espacios, participa del trasiego y se cuela entre los murmullos, los rayos de sol y el traqueteo de los burros. Al zoco también se entra con la moto. Basta ayudarse con el pie o tocar el claxon para que el paso se abra. Nadie se sorprende. Uno de los rasgos definitorios del lugar es que nada tiene precio. Caóticamente organizado, por su curvado orden se extiende la efervescencia: pollos, babuchas, chilabas, especias, teteras... forman parte de este universo cromático y sensitivo. No obstante, basta llegar al 75 de Rahba Lakdima, una preciosa plaza triangular, sin asfaltar, para aparcar la moto y entrar al Café des Épices. Lleva poco tiempo abierto, pero ya es un referente. Es el lugar más cool del centro de Marraquech, con buenos tés, cómodos sillones, terraza genial y un punto de descuido jovial insólito en el barrio. Desde la terraza se distinguen las montañas nevadas del Atlas, la torre de Kutubia, algunas mezquitas y un mar de antenas parabólicas. Abandonar este lugar de convergencia cuesta, pero espera el resto de la Medina. Así, después de sortear mezquitas y plazoletas se puede llegar al palacio Bahía. A su lado aparecen calles delgadísimas, en las que ronaldinhos y robinhos persiguen un balón y complementan el guirigay permanente. En la zona hay varios riads, el alojamiento de moda en Marruecos, esa modalidad de hotel con un encanto exquisito. Se trata de antiguos palacios reformados, con interiorismo cuidado hasta el último detalle. En cualquier caso conviene seguir curioseando la Medina y reparar en detalles como los hornos subterráneos que mantienen caliente el agua de los hamam (baños); la mítica fuente Bebe y Mira, en Riad Laarous, con su tadelakt imperecedero y celosías de madera, o la madrasa (escuela coránica) Ben Youssef. Gueliz, el nuevo Marraquech. Desde ahí hasta la zona nueva de Marraquech, Gueliz, son necesarios varios acelerones. Las motos enfilan Mohammed V mirando de reojo la monumental torre de Kutubia, y así se sale de la Medina. Los ciclomotores adelantan a las bicicletas, pero no a los taxis. En Gueliz, los comercios lucen otra presencia. Allí cierran los domingos y tienen precio fijo. Hay bares más chic, y terrazas llenas de hombres que estiran la tarde hablando en voz baja. Ausentarse de la Medina permite percibir con mayor claridad el color de Marraquech, el ocre; integrado con el blanco de las antenas, una plaga, y con el azul del cielo, tan cercano. Otra opción es alejarse hasta Le Palmérie, una zona residencial tranquilísima que ofrece, como su nombre indica, un palmeral descomunal y paseos con pluralidad de tesituras. Volviendo a la Medina por Houmman el Fetouaki se traspasa el hotel de la Mamounia y se llega a la plaza de Youssef Ben Tachfin. Desde allí ya se percibe cómo burbujea el centro. Se llama a la última oración del día y el vitalismo se acelera, los ímpetus se cruzan y las motos rugen. A su lado, el quartiere Spagnoli de Nápoles es un aprendiz. El Pachá y el Postal Café se llenarán más tarde de guiris y sensualidad, pero ahora son las ocho de la tarde, y avanzando por Moulay Ismail un globo de humo indica que la Place Yemaa el Fna ya está haciendo chup-chup. Ha valido la pena dejarla todo el día a fuego lento. En el balcón del Café Glacier se concentran demasiadas cámaras digitales, por lo que mejor es aparcar la escúter cerca de un puesto autóctono y tomar un jodinjhal: infusión de hierbas, canela, ginseng, que se toma muy caliente, por lo que su fama de afrodisiaco suele tostar la garganta. Ahora que la noche ha encendido sus faroles, Yemaa el Fna está en su mejor momento. Basta con buscarle el punto de comino y ya, lista para hincarle el diente. .
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  • Marraquech en ciclomotor, de la Medina al moderno Gueliz
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  • La ciudad ocre, sobre dos ruedas
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