PropertyValue
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • Tras dejar Zamora, el Duero serpentea hasta dominios portugueses y dibuja, a lo largo de más de 100 kilómetros, una de las fronteras más antiguas de Europa; a su paso va mordiendo el granito en profundas gargantas que sobrevuelan las cigüeñas negras en uno de sus últimos reductos, y donde las águilas, buitres y halcones anidan. Por este espacio llamado los Arribes del Duero, declarado parque natural, corre el río hasta fundirse con el Tormes y transforma el áspero paisaje castellano en una estampa de olivos, vides y frutales escalonados en las bruscas pendientes de las laderas, que verdean al resguardo de un clima algo más dócil que el de la meseta. Esta tierra aún no ha sucumbido a la ofensa del ladrillo, y la gente que permanece en ella aún la trabaja con una valerosa obstinación. Aún triscan las cabras en los pastos escarpados, y las ovejas y las vacas mordisquean las dehesas entre encinas, alcornoques y fresnos. Aún pacen junto a algún huerto los burros zamoranos, altos y fuertes. El Duero hace su zanja entre Salamanca y Zamora, y en la parte portuguesa en la región de Trás-os-Montes que Julio Llamazares hizo personaje en su narración viajera. Un puñado de pueblos se asoma con sus casas de sillería o adobe entre corrales y patios delimitados por cortinas de granito levantadas piedra a piedra, que obligan a las calles a retorcerse a su antojo. En algunas plazas, las gallinas se contonean descaradas frente a las iglesias sin inmutarse por el claxon que anuncia la llegada del panadero. Los vecinos suelen mirar al visitante con una mezcla de compasión y astuta indiferencia, pero charlarán un rato con su mejor sonrisa sobre cualquier cuestión que se inquiera. Al forastero le parecerá que el tiempo no es el que su reloj conoce. Estos pueblos se asoman al Camino de los Arrieros, una ruta señalizada que cruza el territorio del parque de norte a sur. En cada uno hay balcones que enseñan un río quieto, miradores como el del Cueto en la villa de Mámoles, el de las Barrancas en Fariza, el del Fraile en Aldeadávila, el de la Code en Mieza. Pereña tiene un Pozo de los Humos donde el agua cae de las rocas desde 50 metros de altura, levantando una fumarada blanca como si estuviese apagando un fuego. Aún queda algún molino que evoca la antigua corriente, cercenada por los sucesivos embalses de Castro, Aldeadávila y Almendra. A Aldeadávila le gusta llamarse el corazón de los arribes salmantinos, y a su Playa del Rostro también se llega en coche tras una pendiente estrangulada de curvas como una montaña rusa. En su embarcadero se puede tomar un barco o una piragua y adentrarse en el silencio sobrecogedor del cañón para oír el aire agitado por las alas de buitres y águilas, y si se llevan prismáticos y hay suerte, ver a los polluelos en sus nidos abrigados por las aristas de las rocas. Merece la pena caminar casi una hora hasta el Picón de Felipe, quizá el punto más alto para otear el río. Hacia el sur se rompen de flores los almendros en los bancales de Vilvestre, y en Saucelle, en su mirador de Las Janas, las colonias de buitres leonados rayan de círculos el cielo del puerto de La Molinera. Al llegar a La Fregeneda, el Duero se doblega en busca del Atlántico. Aquí se construyó en el siglo XIX una línea de ferrocarril para abrir vías mercantiles hasta Oporto que hoy está en desuso, y que se puede recorrer atravesando los túneles y puentes hasta el muelle de Vega Terrón, adonde llegan barcos portugueses que hacen la ruta por el río o traen turistas a Salamanca. Vacas sayaguesas Los arribes zamoranos, cada vez más despoblados, forman parte de la comarca de Sayago. La ganadería mueve la modesta economía local y adorna los pastizales con cabras, ovejas y corpulentas vacas sayaguesas. En los prados, entre los fresnos, encinas y olmos, aún quedan antiguos hornos de cerámica, chozos y fuentes de piedra. Y comienzan a proliferar los alojamientos rurales en antiguas cuadras o casas de pueblo. En Villadepera se puede visitar un molino, un lagar y una alquitara restaurados, y asomarse desde el puente de Requejo, que fue durante años el de un solo arco más largo de Europa. En Fariza hay una quesería artesanal donde una familia hace con la leche de sus ovejas churras un queso que ha recibido varios premios, y en Fornillos, una preciosa mermeladería elabora sus dulces con los frutales de la zona. El aceite y el vino tienen denominación de origen. Al otro lado del río, Miranda do Douro brinda un perezoso vagabundeo por su casco antiguo ordenado y blanco, y un almuerzo con bacalao dourado. Ya casi en la línea salmantina, Fermoselle se erige en capital de estos arribes. Sus arterias estrechas suben y bajan entre casas de granito horadadas de bodegas, con nombres como la calle del Guapo o la cuesta del Seco. Desde los restos del castillo de doña Urraca que destruyó Carlos I tras someter a los comuneros, más allá de la plaza Mayor se ven los campos portugueses y la cinta del río en su foso de plata vieja. Atrapado en la cuña que forma el beso del Duero y el Tormes, de Fermoselle escribió Unamuno que es uno de esos destinos donde uno no puede ir más allá, un lugar desde el que no queda más remedio que volver sobre los pasos.
sioc:created_at
  • 20060408
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 1220
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 7
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20060408elpviavje_5/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • Pueblos y tajos que se asoman al río en Zamora y Salamanca
sioc:title
  • El ritmo de los Arribes del Duero
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all