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  • Aunque llueva, nieve o haga el tiempo más desapacible de la Unión Europea, los mercaderes de Amsterdam plantan sus puestos esperando al aguerrido visitante que quiera darse un garbeo por ellos. El mercado callejero por excelencia es el de la Albertcuypstraat, enclavado en el barrio llamado De Pijp, fuera de los anillos formados por los canales más concurridos que delimitan el anchote Singelgracht. El de Albertcuypstraat no es un mercado de pulgas en el que el cachivache bizarro y desvencijado cope la atención, es más bien un gran almacén callejero formado a menudo por tiendas que instalan sus puestos también en las aceras. Lo que se comercializa allí, como en la mayoría de los mercadillos del planeta, se rige por sus propios criterios de belleza y fealdad. Así, en Albertcuyp vemos desde toallas de Winnie the Pooh hasta extensiones capilares de colores, pasando por timbres para bicicleta, quesos holandeses, edredones de estampado espeluznante y camisetas con la cara de un Bob Marley completamente fumado. Es fácil reponer fuerzas ante tanto estímulo visual mediante un koffie verkeerd -el café con leche de toda la vida- y un pedazo de tarta de manzana con crema en muchos lugares de la calle de Albertcuyp y de las adyacentes Eerste van der Helststraat, Eerste Sweelinckstraat o Van Woustraat. Tanto el ambiente modernillo pero inevitablemente acogedor del Chocolate Bar, con su papel estampado de salón-comedor en la pared, como su propuesta soul in a bowl (tapas de comida soul desde 2,50 euros) resultan bastante sugerentes. Pero, sin duda, el establecimiento estrella de la calle de Albertcuyp es el Bazar, un lugar de techos altísimos y decorado a la manera proximooriental, donde se puede pasar nutritivamente el día, ya que sirven desayunos, comidas y cenas. Y cuando se pone el sol y se cierran los comercios, empieza otro tipo de diversión: la que se nos propone en De Badcuyp, unos antiguos baños públicos convertidos en restaurante y sala de conciertos donde se pueden escuchar etnicidades musicales varias como flamenco, tango, gafieira o forró brasileño. Madonna o Britney Spears Uno se eternizaría en Albertcuypstraat, pero conviene visitar otros mercadillos interesantes -ahora sí, de índole más pulgosa-, como el de Waterlooplein, situado entre esa plaza, atravesada esta vez no por un canal sino por el río Amstel, y la calle de Zwanenburgwal. En él, las monturas viejas de gafas, los aparatos low-fi de los sesenta y la ropa de segunda mano se llevan la palma, pero también las matrioshkas versión 7.0 de personajes como Tony Blair, Madonna o Britney Spears. Otra atracción importante de la zona es la casa-museo de Rembrandt y, para los que se cansen del mercadeo y de la recreación de los aposentos del pintor, una buena idea es tomarse una cerveza y unas típicas kroketten con sabor a curry enfrente, en De Sluyswacht, un bar diminuto y añejo (data de 1695) montado en una casa literalmente torcida que podría muy bien ser la haunted house de algún parque temático. Y tras cacharrear entre objetos insólitos, conviene visitar un mercadillo de tintes más agrestes: el mercado flotante de las flores, situado en en el tramo de Singel comprendido entre Koningsplein y Muntplein. Lo que a primera vista parece un puesto de cebollas a granel resulta ser el emporio del bulbo de tulipán exportable que, al resultar poco vistoso como regalo, viene empaquetado en unas prácticas maletitas con fotos de la futura flor. No lejos de allí, en las inmediaciones de la comercialísima -y por ende peatonal- Kalverstraat, se monta los viernes el mercado de libros en Spui. Puede parecernos frustrante en un principio a los que no leemos la lengua de Flandes, pero con paciencia y avizorando el ojo se encuentran no pocas curiosidades en otros idiomas de la Europa de Maastricht. Y después de un rato largo en la calle se hace necesario recuperar de nuevo el sentido exacto del término gezellig: el microrrestaurante De Rozenboom, situado en una callejuela cercana a Spui, es el lugar idóneo. Todo en él es diminuto, coqueto y, por qué no decirlo, un poco cursi: las lamparitas, la escalerita para subir al segundo piso, las inevitables figuritas blanquiazules de cerámica de Delft... Allí se puede probar el genuino guiso holandés en sus diversas formas: endibias con albóndigas, y legumbres también con albóndigas, bacón, cebolla y pepinillos. Para terminar, cambiemos de zona: los lunes y sábados en Jordaan, barrio modernete y simpático donde los haya, funciona el Noordermarkt. Y aunque la tentación de autoinvitarse a las acogedorcísimas salas de estar sin cortinas de los lugareños a tomar café con bizcocho sea fuerte, hay que combatirla dejándose caer por lugares públicos como el Café Proust, un muy buen sitio para picotear algo o tomarse una caña en pleno Jordaan. .
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  • 20060520
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  • Timbres de bicicleta o flores en los bazares de Amsterdam
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  • Mercadillos para cacharrear
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