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  • En un archipiélago donde los ríos fluyen sólo en la imaginación y se recoge avaramente hasta la última gota, dar con los manantiales más caudalosos de Canarias adquiere tintes épicos, memorables. La excursión senderista a los nacientes de Marcos y Cordero, al noreste de La Palma, lo es a la postre al barranco de los Tiles, que registra la mayor pluviosidad de las islas, formando espesuras que nada tienen que envidiar a Garajonay (en la isla de La Gomera). Los Tiles sintetizan todos los aspectos que adjetivan a La Palma como Isla Bonita y fueron el germen que impulsó la declaración al resto de la isla como reserva de la biosfera. La razón de estos mil verdes intensos hay que buscarla en el anticiclón de las Azores, que actúa como generador y emisor de vientos de componente noreste que humidifican la cara oriental de La Palma. Acabadas las obras tras el devastador paso de la tormenta tropical Delta en 2005, llega el momento de enfundarse la mochila. La jornada arranca a las nueve de la mañana en el centro de visitantes. El guía, ayudado con un puntero, hará que el excursionista visualice el recorrido en la maqueta con una claridad cegadora. Tampoco es mala idea escuchar los sonidos de la avifauna para reconocerla posteriormente. Pronto arribará el taxi-todoterreno que habremos reservado el día anterior. Una hora dura la carrera hasta el comienzo de la ruta autoguiada, en la Casa del Monte, rayando los 1.330 metros de altitud. Por los barrancos de los nacientes, hasta hace un siglo discurría libremente uno de los tres cursos permanentes de agua en la isla -¡cuánta belleza imaginada!-, antes de su aprovechamiento hidroeléctrico. Tributo al genio hidráulico es la acequia que atraviesa 13 túneles transitables ajustadamente por una persona, mejor si es bajita. Suelen estar parcialmente encharcados. Para el tercer conducto, de más de 350 metros de largo, oscuro como boca de lobo, es imprescindible el uso de una linterna, cuidando de iluminar antes el techo que el suelo. Hasta su derrumbe parcial, el tercero y el cuarto formaban un todo. A la salida del sexto aparece, tal que un recuerdo del pasado, la vieja tanquilla de aforo, y el que hace el número 12 constituye, lisa y llanamente, una especie de tren de lavado -tanto se moja uno- que más parece pergeñado por un bromista. En otras latitudes, el constipado sería la norma, pero el clima benigno de las islas ayuda, entre risas, al rápido secado de la indumentaria. Todo tiene un aroma envolvente y pleno. Tras los túneles surge una imagen que no resiste comparación en Canarias: una ladera saturada de agua pura, casi teórica, del nacedero de Marcos chorreando por la fronda. Un breve repecho nos elevará después al siguiente acuífero, el de Cordero, que brota directamente de la roca y su torrente baja a velocidad vertiginosa. Todo ello fruto de la lluvia vertical y de la más sutil humedad horizontal, resultado de la captación por el boscaje de las gotas de agua de la niebla. Llenar la cantimplora, cuidando de no alterar el líquido elemento, destinado para consumo humano. De la Casa del Monte a Cordero ha transcurrido una hora y media. El camino de vuelta Comienza la bajada. Transitando 20 minutos por el fondo de una pedregosa angostura sigue manifestándose el piso vegetativo de pino canario. Con niebla, este boscaje se asimila a un paisaje indefinido entre dos elementos, el verde y el blanco. A diez minutos del primer puente, el mirador de los Espejos no es sino un dique de basalto sobre la emblemática laurisilva, bosque viviente de hace 20 millones de años. El segundo puente interna al senderista en lo más denso de la floresta, salpicada con los helechos de mayor porte que el viajero verá en el archipiélago. Cascadas de helechos que nos transportan a otra época. Mayestáticos. Luego, en la encrucijada al mirador del Espigón Atravesado, los pinzones saldrán descaradamente al paso de los senderistas buscando miguitas de pan. Llega después una ancha y cómoda pista forestal en la que se ubica la mesa interpretativa del til, el árbol de mayor cobertura de la laurisilva. Su nombre despista. Porque la voz canaria de este árbol exótico es "tilo", que nada tiene que ver ni con el tilo ni con la tila que se conocen en la Península. Til, viñátigo y laurel: faltaría el barbusano para que estuvieran representadas en esta ruta hasta los nacientes de Marcos y Cordero las cuatro lauráceas básicas que conforman la laurisilva. Cobra una presencia extraordinaria por el aire el canto de la paloma rabiche, endémica de Canarias, así como de la pardela pichoneta o estapagao. Entre Cordero y la carretera, calcular tres horas de camino. Una excelente manera de rematar la tarde es darse un baño en las piscinas de la Fajana, en Barlovento.
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  • Helechos y laurisilva en la ruta a los nacientes de Marcos y Cordero
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  • En busca de las fuentes de La Palma
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