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  • Colosal maravilla de la naturaleza. Sólo así cabe describirse uno de los cabos referenciales de la costa española. El de Formentor es una proyección muy bien conservada de 12 kilómetros abierta a todos los sueños, empezando por los que inspiraron hace un siglo los innovadores paisajes luministas de Joaquim Mir y Anglada Camarasa; los discípulos de éste -Cittadini, Bennàssar, Boveri...- encontraron también un espacio primitivo en el que combinar efervescencia y soledad. La sierra de Tramontana no podía empezar con mejor pie. Costa tajada, de orografía agreste, con taludes no aptos para quienes sufran de vértigo, que resguardan la bahía. Por la tarde, la luz dora este accidente geográfico y se disfruta mejor de los miradores. La primera parada, a 5,2 kilómetros de Puerto de Pollença, es de una espectacularidad indescriptible. Al filo del acantilado de 232 metros de altura, donde casi ni se aprecian los embates de la dinámica marina, nada hay como pasear por el mirador de Sa Creueta, con el característico cuerno de tierra y el islote de El Colomer a los pies del monte Pal: los motivos más fotografiados de Formentor. Mirando hacia el sur llama la atención la punta de cala Bóquer, dinamitada en parte para modificar la trayectoria del viento y evitar así que la sal marina continuara abrasando los campos pollensíes. Que en el vertiginoso mirador se erija un monumento al ingeniero que diseñó los 18 kilómetros de carretera hasta el faro, Antonio Parietti Coll, prefigura un hecho incontestable: quien conduzca va a tener que sacrificarse en aras del disfrute panorámico de sus acompañantes. Al otro lado de la carretera, el monumento a los presos republicanos que construyeron los accesos nos acerca a la atalaya de vigilancia y señales. No es fácil sustraerse a la vista de 360 grados desde la construcción troncocónica de Albercutx. "Estaba dotada con espingarda y arcabuces esta torre de foc de 1595, que fue observatorio durante la guerra del 1936", nos comenta Ángel Aparicio, presidente del Grup per l'Estudi de les Fortificacions Balears. Escalarla hasta la terraza adquiere matices arriesgados, ya que falta un peldaño metálico. ¡Y estamos a 380 metros de altura! La playa de cala Pi Una profunda sensación de bienestar invade al viajero cuando se trueca la verticalidad por la dulzura, al descender a cala Pi, la playa de Formentor por antonomasia, usufructuada por el exclusivo hotel homónimo desde 1928. Refinada y a la sombra de un pinar, cuando más se disfruta la única playa plenamente arenosa del cabo es durante los meses de mayo, junio y septiembre. Un lujazo no sólo anclado en la mediterraneidad, sino también distinto del código edulcorado de la postal. No tomar el desvío a cala Murta y embocar a la izquierda, hacia el aparcamiento, justo antes del mojón que señala el kilómetro 13. Los 3.000 metros de bajada a pie a cala Murta atraviesan una de las mayores concentraciones de encinas en Mallorca, bajo cuyas ramas burros de mirada ociosa hacen un alto en su labor antiincendios consistente en devorar el sotobosque. Pese al chalé que la afea, merece la pena bajar y darse un baño en la Murta por su emplazamiento a salvo del viento de tramontana. En el área recreativa, los versos de El pino de Formentor, de Miquel Costa i Llobera, asaltan al viajero en cada momento: "Anida entre sus hojas perenne primavera / y arrastra los turbiones que azotan la ribera / añoso luchador". Costeando la cala por su margen derecha, un senda comunica con un más que agradable mirador sobre la línea de costa interior del cabo. Más indicada para los días tórridos es la cala Figuera, con acceso a pie desde el mismo aparcamiento de cala Murta. Una preciosidad, con decisiva vocación naturista y fondos verdosos guarnecidos por el cabo de Cataluña. La Figuera se disfruta visualmente justo antes y después del túnel del Fumat, tras el que, a un kilómetro, surge un mirador de los de no perderse. El efecto de vacío que deben de sentir las gaviotas se palpa oteando esta alineación rocosa, al final de la cual el faro deja sentir su presencia. Un antiguo camino En el segundo mirador, a 1,8 kilómetros, se insinúa la bajada a la caleta por donde se suministraba de aceite al faro cuando la carretera no era sino una entelequia. También se observan senderistas que utilizan el viejo camino serrano, el mismo que un día no muy lejano recorrerá toda la sierra de Tramontana hasta Andratx. La carretera, en sus estertores, serpea airosamente hasta el extremo septentrional de Mallorca, donde se eleva el edificio del faro, en sillar de caliza. A 200 metros de altura, perdido en medio del mar, el público cuenta con bar-terraza, una pequeña tienda y aseos públicos. Con suerte, la costa de Menorca será una línea neblinosa en el horizonte.
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  • En busca de los rincones más sugerentes de la sierra mallorquina
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  • Tarde de miradores en la Tramontana
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