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  • En esta atalaya de la sierra cordobesa, la aceituna es fuente de vida. Su néctar se vende embotellado por todo el mundo. El paisaje enhebra olas verdes sobre la raya del Guadalquivir. Las almazaras inspiran delicadas obras de arquitectura, algunas muy antiguas, ahora convertidas en hoteles desde la lírica del agroturismo. Como el Molino la Nava, cuya piedra de moler comenzó a dar vueltas en el siglo XVIII y no paró hasta que Roberto y Jacqueline Barrabino, un matrimonio suizo, se dispuso a invertir el giro del reloj en Ginebra y fijar su residencia en el olivar de Montoro. Llegar hasta él tiene su intríngulis, especialmente de noche, dada la mala señalización de los accesos. Antes de iniciar el viaje, conviene seguir las indicaciones publicadas en su página web. El primer elogio que se merece el establecimiento parte de la amabilidad de sus propietarios en facilitar a los huéspedes el tránsito a su habitación y aliviarle de las malas pulgas adquiridas durante las revueltas del camino. Un refrigerio a tiempo y la atmósfera de serenidad que transmite el patio ayudan a expurgar el estrés. Museo-restaurante Frente a un sauce enorme se abren las instalaciones, el zaguán de recepción, la vieja almazara transformada en museo-restaurante y la escalera vertebral que da acceso por el costado exterior a la mayoría de las habitaciones. En otro ángulo, junto a la vivienda de los dueños, permanece aislada entre rejas la piscina del complejo, siempre limpia y azulísima. Lástima que un sinfín de postes eléctricos estropeen el horizonte. Las mejores vistas son las de los aperos, las cubas y la maquinaria de exposición dispersos por el comedor, donde antiguamente se desarrollaba la actividad molinera. Esta decoración etnográfica y la molesta resonancia de sus muros infunden al desayuno un ambiente tópico de mesón. Sorprende la banalidad de su propuesta, tan insólita en una almazara como el estuchado del aceite en un envase similar al de la mantequilla o el de la mermelada. Desazona en un lugar así el tono discreto de las habitaciones, una recreación onírica de lo que el campo fue. El kit cosmético es modesto, poco acorde con el deseado en un hotel con encanto. Alineadas a lo largo de un corredor exterior, la 5 sobresale en decoración por sus tonos almagre y la 7 es una minisuite muy tranquila con vistas al olivar. Abajo, aislada de las demás, la 8 es otra minisuite muy bonita orientada a la piscina, por lo que es la preferida de las familias con niños. A cualquier hora del día y de la noche, el silencio es una bendición en este enclave andaluz y el suave olor a azahar, un bálsamo. De aceite, claro.
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  • MOLINO LA NAVA, silencio entre los olivos de la sierra cordobesa
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  • El bálsamo de la vieja almazara
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