PropertyValue
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • El último en llegar a la fila para cruzar el río es un camión reconvertido en autobús, cuyo techo, atestado de hombres vestidos con una chilaba blanca, da la impresión de estar cubierto por un turbante. El interior del trasnbordador, un tubo estrecho y bajo que obliga a viajar con la cabeza ligeramente agachada y las rodillas rozando las de los vecinos, semeja un caleidoscopio donde se entremezclan los colores lila, rosa, naranja, rojo, verde pistacho, amarillo y azul de las túnicas de las mujeres, dueñas exclusivas de ese espacio. La vida en Sudán, el país más grande de África, está pegada al río, y es necesario pasarlo y repasarlo varias veces al día, ya sea para ir a los pequeños pueblos y aldeas de osamentas de adobe calcinadas por el sol o ver los vestigios de la época histórica más próspera de estas tierras, la de los monarcas cusitas, los faraones negros, que llegaron a conquistar Egipto en el siglo VIII antes de Cristo y a gobernarlo más de 50 años. Herencia de aquellos tiempos gloriosos, tan alejados de una actualidad saturada de injusticias, guerras civiles y hambrunas, se desperdigan en la infinita geografía de Sudán, como dientes sueltos en la boca de un anciano, cerca de 230 esbeltas pirámides, menos altas que las egipcias, pero más numerosas. Las más antiguas se agrupan en torno a la montaña sagrada de Jebel Barkal, una protuberancia aislada de 100 metros de altura implantada en la parte más occidental del desierto de Bayuda, una superficie yerma encerrada por un meandro del Nilo. A los pies de este Olimpo de los nubios, coronado por una roca con forma de cabeza de cobra, se yerguen casi perfectos seis polígonos de entre 20 y 50 metros de altura, con una inclinación de sus caras de más de 70 grados, a cuyos pies yacen otros derruidos. El conjunto provoca la extraña sensación de ver algo vagamente familiar en un lugar equivocado. En la pared de la montaña hay excavada una gran sala decorada con relieves y, unos metros más allá, se encuentran las ruinas del gran templo que el faraón Tutmosis III erigió a la divinidad de Amón, con unas proporciones de 160 metros de largo por 54 de ancho, sólo superadas por Karnak. Entre columnas macizas que sostienen un cielo de plomo se intuye la planta del palacio del rey nubio Piankhy, unificador del valle del Nilo y fundador de la XXV Dinastía. Tanutamón y Kalahata Unos 12 kilómetros al sur, en El Kurru, se encuentran los restos de la necrópolis de la antigua capital cusita Napata. Los túmulos están derruidos, pero se puede descender a las cámaras funerarias del último faraón, Tanutamón, y a la de su madre, Kalahata, cuyas paredes están decoradas con jeroglíficos y sencillas pinturas. En Nuri, al otro lado del río, un poco más al norte, otro grupo de unas 15 pirámides trata de ocultar los efectos del paso del tiempo. Es posible acampar a escasos metros de distancia de los monumentos, dormir junto a ellos o pasear a la luz de la luna entre las columnas y capiteles de dos pequeñas basílicas cristianas, como ocurre en la no muy lejana Old Dongola . Casi 300 kilómetros de desierto separan Jebel Barkal de Meroe, la última capital de los faraones negros, sobre la que planea un estremecedor silencio de cementerio. Es fascinante el espectáculo que supone ver 40 pirámides empinadas y estrechas en la cúspide, casi todas ellas con un templo funerario a sus pies, recostadas en semicírculo contra las laderas rocosas acolchadas por la arena de un pequeño valle solitario y árido. Ni siquiera el hecho de que todas las pirámides -cuando se descubrió la necrópolis, en 1722, había 57- estén truncadas rompe el encanto. En 1830, el físico italiano Giuseppe Ferlini tronchó el techo de una tumba, la de la reina negra Amanishakheto, y se apoderó de un tesoro que actualmente se encuentra en el Museo de Berlín. Después, el resto de las pirámides corrió la misma suerte, aunque los ladrones jamás encontraron nada. De vuelta a Jartum, los templos de Naga y Musawarat, revocados con colosales bajorrelieves de deidades, recuerdan el protagonismo que tuvieron en la historia del valle del Nilo los nubios, pueblo de gentes hermosas y ecuánimes, según el historiador griego Herodoto. Viendo ahora a sus sucesores trajinar para dar de beber a sus rebaños junto al pozo que hay en Naga se diría que nada ha cambiado desde hace siglos, o que el viento ha borrado las huellas del tiempo.
sioc:created_at
  • 20060729
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
opmopviajero:longit
  • 906
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 9
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20060729elpviavje_8/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • Caminando entre pirámides por el desierto de Sudán
sioc:title
  • El tesoro de los faraones negros
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all